¿Es pecado mentirle a la suegra?

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Bruno se despertó esa mañana con un poco de dificultad. El colchón era tan suave que sentía que se hundía al recostarse sobre él, por un momento pensó que estaba durmiendo sobre una nube.

Hacía mucho tiempo que no había dormido bien. El colchón donde se acostaba en casa de su abuela; tenía los rastros de saltos de niños. Por un lado estaba más duro y por el otro más hundido. Además se le salía el relleno y solo estaba tirado en un rincón de la habitación.

Se frotó los ojos y miró alrededor de la nueva habitación, un poco perdido y somnoliento, recordando poco a poco que el día anterior se había casado.

En su dedo anular lucía precioso y brillante el anillo de matrimonio como prueba de que, por más que lo deseara, no lo había soñado.

Al buscar con la mirada toda la habitación, no logró encontrar a... su esposo.

Dios... Incluso se le dificultaba pensar en él cómo marido. ¿Se habría dormido en la misma cama? De hecho, no recordaba mucho de la noche anterior. ¿Le habría hecho algo indebido...?

De repente, alguien tocó a la puerta, asustandolo.

-¿D-Diga? -tartamudeó, aferrandose a las sabanas.

-Disculpe si lo desperté, pero el desayuno ya está listo -dijo una mujer al otro lado de la puerta-. ¿Puede bajar? La señora Guzmán lo está esperando.

-Ah... ¡Dígale que en un momento bajo! -le pidió Bruno, poniendose de pie.

-¿Podría abrir la puerta? Le he traído unas prendas que la señora Guzmán eligió especialmente para usted.

¿Ropa nueva? Ahora que lo pensaba, bo tenía nada que ponerse en ese lugar. Las unicas seis camisas que uso casi la mitad de su vida se quedaron en casa de la abuela, y de seguro ya las había vendido como trapos para limpiar mesas.

Bruno abrió a medias la puerta para encontrarse con una señora regordeta y morena de pelo negro atado en dos trenzas con listones rojos.

-M-Muchas gracias... -susurró, recibiendo la ropa doblada cuidadosamente.

-Le avisaré que en seguida baja -le dijo la señora, dándose media vuelta, dirigiéndose hacia las escaleras.

Bruno cerró la puerta soltando un largo suspiro, posando sus manos en su pecho, sin soltar la ropa. ¿El joven Guzmán también se encontraría en el comedor? No se sentía con el suficiente valor para mirarlo a los ojos. Una parte de él deseaba seguir con el rostro cubierto por un velo.

Revisó la ropa que le habían mandado, con curiosidad. Se trataba de una camisa color bermellón de una tela muy buena y costosa. Junto con los pantalones café oscuro. Eran un lindo detalle. Pero se sentía un poco mal por recibirlos. Estaba seguro de que a la señora Guzmán le hubiera gustado regalarle un hermoso vestido a su nuera. No ese tipo de prendas a un hombre flacucho y de voz irritante.

Por el momento, decidió prepararse para bajar a desayunar. Se ató el pelo lo mejor que pudo eb una coleta con una liga que tenía guardada en el bolsilla del anterior pantalón. Al no tener espejo, solo le quedó esperar a que no se viera muy mal.

Ahora que lo pensaba, a la habitación le faltaban muchas cosas. Como el armario o el escritorio o los cajones de zapatos.

Bruno sacudió la cabeza. Ya se preocuparía por eso más tarde. Salió de la habitación con cuidado de cerrar de la puerta sin ningún ruido y bajó las escaleras al comedor en dónde la señora Guzmán ya se encontraba tomando un vaso de jugo de naranja y comiendo una bandeja paisa.

-¡Buenos días, mi niño! -lo saludó con una gentil y alegre sonrisa-. Siéntate, por favor.

Bruno hizo lo que le dijo y se sentó en dondé le indicó. La sirvienta le sirvió una bandeja paisa a él también.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora