El amor de una madre y la verdad de un hijo.

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Lola había estado encantada de recibir Pepa como una compañera más en el salón de belleza. No tardaron mucho en entenderse, además de que las carcajadas siempre estaban presentes en cada charla. Aunque jamás pensó en dedicarse a ello, le estaba metiendo mucho esfuerzo y entusiasmo. Incluso Camilo y Félix se ofrecieron de conejillos de indias para que ella probara pintar las uñas.

Ahora a  ambos les miraban las uñas cuando atendían en la tienda. Pero ellos, lejos de avergonzarse, las presumían, orgullosos de Pepa.

Por otro lado, Julieta consiguió un nuevo trabajo con la señora que vendía arepas y quién, de inmediato, la aceptó al ser recomendada por Félix. Y no tardó en adaptarse y hacerse amiga de los tres hijos de la señora. En especial del menor, que se llamaba Agustín.

Las cosas se habían calmado un poco.

Hubo un día en el que Bruno salió temprano del trabajo, por una pequeña jaqueca debido al ardiente calor que estaba azotando la ciudad. Ya era Junio y no había ni un solo indicio de que fuera a llover. El cielo estaba completamente despejado. Y los días, más calurosos que nunca.

Julieta había mencionado que a Bruno siempre le daba un dolor de cabeza todos los años, a la misma hora y en la misma época, durante cinco días. Lo mejor en esos momentos era que descansara y no caminara mucho. Así que Mariano lo llevó a la casa.

Después de recostarlo en la cama y que éste le pidiera perdón por causarle problemas, le puso un pañuelo humedo en la frente y abrió las ventanas para que entrara un poco de aire fresco.

Incluso su madre se había preocupado por él.

-Espero que mejore... -susurró Mariano.

-Solo necesita descansar, cielo -su madre le acarició la espalda, intentando calmarlo.

-Ya me tengo que ir -murmuró, evitando su mirada.

-¿Tan pronto? -los labios de la señora Guzmán temblaron como si tuviera miedo de que se fuera para siempre-. Puedes quedarte un rato más... si quieres, por supuesto...

-No puedo, mamá...

Y ella dejó de insistir, mordiendose el labio y tragandose las palabras.

No era la primera vez que pasaba algo cómo eso. Desde que Mariano había cumplido trece años, la tía Vianey se había encargado de fuera lo más maduro posible. Se necesitaba a alguien firme que cargara con el legado. El joven Guzmán tuvo que madurar desde temprana edad. Y ya no tuvo tiempo para los juegos o pasar tiempo con su madre.

"Lo que hago, lo hago por el bien de la familia", le habia dicho su hermana cuando trató de persuadirla.

Y Renata calló. Siempre que intentaba decir algo en contra de lo que hacía su hermana, no lograba tener la fuerza. Desde niña, jamás pudo desobedecerla en nada. La primera vez que lo hizo, solo puso en prueba lo que Vianey siempre le advertía: que ella tenía razón.

Ella era la mayor. Era el pilar de la familia. Por supuesto que sabía lo que hacía. Llevaba años poniéndose enfrente de todos, con la frente en alto, lista para protegerlos.

Todas sus decisiones eran para un bien mayor. Renata lo sabía, no habia ninguna duda. Pero aún así, no pudo evitar desobedecerla cuando casó a su hijo con alguien que no estaba en sus planes.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora