D i e z.

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Encendí mi teléfono y abrí el Spotify pulsando la primera canción que me apareció. Dejé en el móvil en mi mesilla de noche cargándolo. Tenía solo un veinte por cierto de batería y para la noche de hoy lo necesitaba un poco más cargado.

—¿Dónde tienes el maquillaje?—me preguntó Sophie desde el baño.

—¡Arriba a la derecha!

Salí de mi cuarto abrochándome la cremallera de mis pantalones negros y recogiéndome el pelo en un moño. Entré en el baño. Sophie ya se había planchado el pelo y puesto un vestido negro ajustado con la espalda abierta. Favorecía sus curvas y su cuerpo atlético, Sophie nunca se había avergonzado de su cuerpo.

Ni yo tampoco.

Mi cuerpo no era perfecto, mis extremidades eran fideos y apenas tenía culo, pero me defendía. Así era mi cuerpo y tenia que quererme tal y como era.

—¿Qué hora es?

—Las ocho pasadas—respondí.—Aun nos queda quince minutos.

Abrió el pintalabios rojo y se pintó los labios con él. Movió sus labios y luego me pasó el pintalabios. Me giré mirando al espejo e hice lo mismo que ella. Me limpié las partes corridas y luego lo guardé en el neceser.

—¿Enserio que este es tu maquillaje? Creo recordar que nunca has comprado ningún color fuerte.

Recogí mi pelo y me hice una trenza.

—Es de Erika, mi maquillaje está en mi habitación. —dejó el colorete en el neceser y me miró con los ojos en blanco.

—¡Leah!

—¡Sophie!

—Si tu hermana se entera de esto te matará.

Me encogí de hombros.

—Tranquila, no se enterará. Llegará a las tantas a casa y cuando vuelva estará sobada en su habitación escuchando música exótica mientras se imagina escenas explicitas con su nuevo amigo...

—¿Su nuevo amigo?

Sonreí.

—Siempre hay alguno.

—¿Y alguna vez has conocido a alguno? —se apoyó en el lavabo.—¿Sabes? Me imagino la escena. Tu, tu hermana y su amigo, mientras que Erika intenta llevárselo a su habitación, tú te entrometes y empiezas a decir cosas vergonzosas de tu hermana para que el pobre chico huya de tu hermana.

Me quedé pensando en ello.

—Buena idea. Si alguna vez pasase, créeme que lo haré.

—Venga Leah, era una broma.

—Una brillante.

—Agh.

Me reí de su expresión de desesperación y ella me sacó el dedo corazón.

Terminamos de arreglarnos. Volví a mi habitación y me cogí una de las muletas apoyadas en la pared, y una sudadera negra corta de capucha. Me puse unas botas negras y desenchufé el móvil. La batería seguía siendo baja, apenas llegaba a la mitad. Guardé el móvil en el bolsillo trasero de mis vaqueros y salí de mi cuarto.

—¡Vamos Leah, los chicos ya están aquí!

Crucé el pasillo bostezando y cogí las llaves de casa mientras abría la puerta. Sophie se apartó de la ventana y la cerró antes de seguirme hasta el ascensor. Pulsé la primera planta y las puertas se cerraron.

Jugué con las mangas de la sudadera mientras me mordía el labio inferior y picoteé el suelo con mis botas esperando a que las puertas del ascensor se abriesen.

El Arte De Leah © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora