D o c e.

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22 de noviembre

Subí mi trasero a mi pupitre y crucé las piernas. La clase había terminado hace cinco minutos. Aby y Sophie, habían venido a buscarme para ir a la cafetería. Entre una cosa y otra, al final nos quedamos en el aula, sentadas encima de las mesas y pintando en la pizarra.

—¡Fue increíble! Isaak estuvo allí y ¡Dios! Casi me desmayo nadando—suspiró Sophie, mientras se hundía en mi silla.

Al parecer Isaak si que fue a animar al equipo. Sophie nos había estado mensajeando todo el día diciendo que nos contaría los detalles cuando nos viésemos cara a cara. El lunes no fue a clase ya que tenía cita con el médico, pero hoy, hoy no se saltaba nada.

—Fue así. Justo cuando había perdido las esperanzas de que apareciese fui hacia mi calle, la 3, el numero de la buena suerte—dijo—y entonces, cuando fuimos a saltar, alguien gritó, “¡Tu puedes Sophie!”. Miré hacia el público y le vi junto con Albert en la última fila de pie aplaudiendo.

—¿Y qué pasó después? —quiso saber Aby asombrada, mientras dejaba la tiza en su sitio y venía hacia nosotras.

—Pues...—se rio, nerviosa. —digamos que no reaccione de la mejor manera.

—Sophie—me imaginaba por donde iban los tiros y en mi rostro ya se había formado una sonrisa.

—Me caí a la piscina—murmuró avergonzada.

Una carcajada salió de mis labios y segundos después Aby se unió conmigo.

—¡No tiene gracia! ¿Sabéis la vergüenza que pasé? ¡me tiré a la piscina antes de tiempo!

—¿Y qué te dijeron? —pregunté, quitándome las lágrimas de los ojos.

—Me dieron un aviso y si lo volvía a hacer me descalificarían.

—¿Cómo quedaste al final? —preguntó la pelirroja.

—Cuarta—se cruzó de brazos—si no me hubiese distraído hubiese ganado—aseguró.

—¿Ahora la culpa es de tu amado Isaak? —pregunté, con un tono de burla.

—Cállate—se cruzó de brazos.

—Cambiando de tema—comenzó a decir Abby—, ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión para participar en el concurso?

—¿Ahora vamos a hablar de mí?—me reí—¿Qué te dijeron tus padres cuando llegaron a casa?

—No se enteraron—se encogió de hombros.

—¿Los vecinos no se quejaron? —preguntó, atontada Sophie.

Abby negó con la cabeza.

—Mis vecinos están medio sordos pero los de enfrente me dieron un aviso, sino llamarían a la policía.

—¿Quién va a llamar a la poli? —giramos la cabeza hacia la entrada del aula. Ian estaba apoyado en la puerta mientras que Jake entraba con una sonrisa en la cara.

—¿Cómo está mi coja favorita?

Le fulminé con la mirada.

—Ya no estoy coja, ¿ves? —elevé la pierna para que pudiese verla.

Ayer fue mi ultimo día con las muletas—según me había recetado el médico—. Pero, a decir verdad, las dejé de usar el sábado. Llevan desde ese día apoyadas en la pared de mi habitación.

Siendo sincera, no las echaría de menos.

—Seguirás siendo mi coja favortia—se encogió de hombros.

El Arte De Leah © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora