D i e c i o c h o.

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7 de diciembre.

¿Las tortugas tenían dientes?

Estaba dibujando justo un en la esquina de mi libro de matemáticas mientras que la profesora partía una de sus maravillosas clases. No sabía ni en qué tema íbamos, pero daba gracias al colegio porque no hubiese evaluación continua. Si hubiese sido así, creo que no hubiese pasado ese último año de curso.

Pinté el caparazón de la tortuga de rotulador verde oscuro, los ojos de negro y las patitas de un verde más claro.

Listo.

Si no tengo futuro como fotógrafa puedo probar con la pintura, pensé.

—Las tortugas no tienen nariz—susurró a mi lado Ian. Fruncí el ceño mirándole.

—Las tortugas si tienen nariz—contesté.

—No la tienen—negó.

—¿Y si no tienen por donde respiran? —pregunté.

—No sé, por algo no estoy en ciencias—se encogió de hombros.

—Por las mates idiota, no estas en ciencias por las estúpidas matemáticas no por las tortugas—rodé los ojos.

—Eso da lo mismo—protestó—. El caso es que has dibujado mal a la tortuga.

Fruncí el ceño y le miré. Luego desvié mi vista a mi dibuja y volví a la de mi amigo.

—¿Pretendes pintar en mi dibujo? —abrí los ojos como platos cuando me di cuenta de lo que pretendía.

—Tu misma lo has dicho—se encogió de hombros.

—No pienso dejarte. Tú no sabes dibujar.

—Bueno, pues cuando la cagué, le pedimos a Jake que lo arregle con sus dotes artistas.

—¡Silencio por atrás! —nos llamó la atención la profesora. Me hundí en mi asiento y cuando se dio la vuelta para seguir apuntando las siguientes ecuaciones en la pizarra, asesiné con la mirada a Ian mientras tapaba con la palma de mi mano el dibujo. Le veía muy capaz de tachar la nariz o lo que sea que tenia en mente mientras no estaba atenta.

La clase pasó volando. Miento, ojalá hubiese pasado eso, pero no. Lo único divertido, si podemos caracterizarlo estando en matemáticas, es que la profesora pidió a Ian salir a la pizarra a realizar los ejercicios que había escrito en ella anteriormente. Como no, Ian no supo resolverlo, hizo una mezcla muy rara de tantos números que provoco que la clase se riese.

Yo hubiese hecho lo mismo, de no haber sido que también la hubiese resuelto como él.

Recogimos nuestras cosas cuando la campana que indicó el fin de hora sonó.

—Ian y Leah, venir un momento.

Lo primero que pensé cuando nos llamó la atención la profesora fue: miedo.

Ambos nos miramos leyendo el temor del otro en su rostro y nos dirigimos al escritorio de la maestra. Sus gafas estaban colgando en su cuello y sus penetrantes ojos negros nos analizaron. Luego nos sonrió y le devolví la sonrisa a un tanto incomoda.

—Quería hablar con vosotros.

—Tu dirás—dijo Ian golpeando su cuaderno ligeramente en su muslo.

—Veréis, como os comuniqué hace un par de semanas os he suspendido las matemáticas—no me digas, pensé—, pero no porque quiera fastidiaros, sino porque no dais vuestro máximo potencial en ellas. Yo confío en vosotros, chicos.

—Profesora—llamé su atención. —Como puede comprobar en nuestros expedientes académicos llevan quedándonos las matemáticas desde que empezamos el instituto. Sin animo de ofender, no creo que porque usted piense que tenemos potencial vamos a aprobarlas.

El Arte De Leah © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora