Capítulo 4: Pansy Parkinson

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Albus empezó a reconocer sus alrededores lentamente, mientras recuperaba la conciencia. Escuchó los pájaros cantando y las doxis zumbando por toda la habitación. Un olor familiar inundaba su fosas nasales, tranquilizándolo. Eventualmente, fue consciente del calor del sol golpeando sobre su piel, y no solo el sol, el calor y el contacto de unos livianos brazos a su alrededor.

Abrió los ojos encontrándose a Scorpius. Ver al rubio durmiendo (aunque fuera con la boca abierta, babeando su almohada) lo hizo sonreír. Jamás creyó poder dormir junto al chico en su hogar. Pero entonces recordó todo lo que estaba sucediendo, la razón por la que Scorpius estaba abrazándolo y no pudo evitar que su sonrisa se volviera una mueca de dolor.

— Scorpius.

Lo removió con delicadeza, tratando de despertarlo, para así ahorrarse unos minutos de lenta tortura. No podía seguir así, a ese paso terminaría convertido en el amante de Scorpius. Lo cual, pensándolo bien, no sonaba tan mal... ¿Pero qué estaba pensando? Merlín lo perdone. ¿Estar con el esposo de su hermana? No podía caer más bajo.

— Malfoy, despiértese.

Ya no podía aguantar tenerlo tan cerca. Dejó de lado la delicadeza, ganándose un quejido del chico.

— Quiero dormir más... Apenas son las cinco de la mañana...

— ¿Cómo sabes qué hora es?

Scorpius se levantó de inmediato, probablemente reconociendo su voz.

— ¡Albus!

Lo observó con sorpresa, como si no lo esperara.

— Yo... lo siento. Te juro que te lo puedo explicar.

— ¿Explicarme qué?

— Que... estamos en la misma cama — Dijo desconcertado por su tranquilidad.

— Está bien. Recuerdo todo lo que sucedió ayer... Bueno, no todo, pero sé que te quedaste para cuidarme. Gracias, supongo.

Scorpius suspiró con tranquilidad. Una vez relajado se acomodó de nuevo en su lugar. El chico lo observó con una ceja alzada. No esperaba quedarse ahí, ¿verdad?

— No quiero irme. No todavía.

Scorpius sabía lo que hacía con esos ojos y con su mano que acariciaba lentamente uno de sus brazos. Lo persuadia con sus encantos.

— Solo un ratito más... por favor, Albus.

Era lo único que le faltaba. Ese tono de voz que sabía cómo utilizar, la forma de marcar las palabras, esa palabra. Sabía que su voluntad era lo suficientemente débil para caer en sus trucos. No dijo nada, cerró los ojos de nuevo y se acomodó levemente. No llegó a ver la sonrisa en el rostro del rubio.

— A sus órdenes... mi príncipe.

 mi príncipe

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𝕸𝖎 𝖕𝖗𝖎́𝖓𝖈𝖎𝖕𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora