Rescate

36 5 0
                                    

Arthur se encontraba en las afueras del reino, ahora a sus 15 años solía salir más a menudo, iba y venía entre las aldeas haciendo oficios varios y consiguiendo un poco de dinero. Solía unirse a la escolta de las princesas y para eso había recibido un poco de entrenamiento de defensa, pero aun así no pudo pasar el examen para ser un caballero y sinceramente no se sentía motivado para repetirlo el año siguiente.

Las palabras de ánimo de Elizabeth parecían de vez en cuando darle de nuevo un impulso para entrenar, pero en otras ocasiones prefería simplemente mantenerse al margen de todo eso. Un día de tantos decidió hacerse cargo de llevar un paquete hasta un pueblo lejano, el maestro Zaratras le asignó un caballo y una montura, además de unos cuantos víveres. El viaje tardaría un par de días, así que luego de despedirse de las princesas, en especial de la albina, tomó sus cosas y salió de la ciudad.

Esta sería su primera exploración a solas, el contenido eran medicinas hechas con recetas druidas, algo en lo que el maestro Hendrickson parecía experto y debía llevarlas hasta una villa bastante olvidada donde los habitantes tenían una extraña enfermedad.

-Seguro es culpa de Tristan y sus malos augurios- se había dicho Arthur mientras empacaba pensando en el joven. Se reunían un par de veces al año, al igual que con Percival, pero con este último apenas podía tener contacto debido a lo estricto que era su padre- Ojala algún día pudiéramos ser caballeros y combatir juntos los tres, así como los maestros Dreyfus, Hendrickson y Zaratras.

Sus pensamientos se distraen al pasar cerca de un río, donde su caballo se detiene a beber y él observa un rastro de sangre que se esparce desde el agua hasta una cueva. Armándose de valor baja de la montura y toma el pequeño cuchillo en ella, al no ser un caballero, era indigno de portar una espada. de forma sigilosa se acerca hasta aquel lugar, el interior húmedo de la cueva despedía también un olor fuerte a sangre y de pronto entre la tenue luz logra ver la silueta de un hombre que yace en el suelo.

Su ropa no le parece nada familiar, algo que llama su atención y luego recuerda que por esas tierras lejanas al castillo, los caminos suelen ser más peligrosos y abundan las bandas de ladrones, tal vez ese hombre era un extranjero que fue atacado o tal vez ese hombre era un ladrón. Aun así no podía dejarlo tirado allí, si podía auxiliarlo de alguna forma lo intentaría.

-¿Señor se encuentra bien?- dice alertando su presencia y luego golpeándose mentalmente por su estúpida pregunta, obviamente esa persona estaba mal herida- ¿Señor puede oírme? ¿Puede hablar?- al escuchar la voz de Arthur aquel hombre comienza a reaccionar y trata de alejarse- No, espere, por favor no voy hacerle daño solo quiero ayudarlo.

Arthur trata de sostenerlo y entonces la expresión del desconocido se relaja; o muy débil para luchar o finalmente entendiendo que el muchacho no era su enemigo, se deja caer al suelo nuevamente. El pelinaranja se apresura a revisarlo, tenia el pelo largo y negro, suelto cubriéndole la espalda, llevaba un pantalón rasgado y no tenia camisa, ni zapatos, al girarlo bocabajo Arthur nota las heridas en su espalda 4 profundas puñaladas en un patrón especifico. De pronto recuerda el significado de esa marca, era una especie de leyenda urbana entre los caballeros, en el reino de Gales aquellos guerreros se consideraban a sí mismos ángeles, por tanto cuando eran expulsados por algún tipo de falta, sus cuerpos eran castigados con una señal. 4 cicatrices, ya que el emblema de la casa Godwing eran precisamente 4 alas y ser expulsado significaba perderlas de una forma figurada.

El joven corre hasta el caballo en busca del kit de primeros auxilios que Elizabeth le obsequio antes de salir, lleva al animal hasta la entrada para evitar que algún ladrón se escape con él y entonces regresa con el pelinegro para curar sus heridas, además de los cortes tenía varios golpes, seguramente había luchado por su vida luego de ser herido y de alguna forma logro escapar, aunque si no recibía atención pronto, estaba seguro de que no lograría sobrevivir.

-Si tan solo Elizabeth estuviera aquí- dice recordando el poder que la princesa mantenía en secreto, analiza la situación y sabe que sería imposible llevar a ese hombre hasta Liones, tampoco está seguro de si en el pueblo a donde se dirige quieran atenderlo, por lo que su única opción es intentar salvarlo de su cuenta.

Por una vez agradecía el tiempo en la cocina, era muy fácil salir herido o con alguna quemadura en ese lugar, por lo que varias veces vio a las enfermeras de primera mano atender a los empleados de ese lugar. Lava los cortes del hombre con cuidado mientras enciende un pequeño fuego, utilizando el cuchillo que cargaba y colocándolo al calor unos segundos trata de cauterizar esas heridas, sabía que dejaría una cicatriz en su piel, pero ya no podía seguir perdiendo sangre. por un momento teme que alguien los descubra debido a los gritos que había soltado el pelinegro quien luego de eso cae inconsciente.

Con la adrenalina al máximo Arthur se apresura a colocar los ungüentos cicatrizantes que cargaba mientras toma una receta de plantas medicinales. Estaba cerca de la parte más profunda del bosque y pronto comenzaría a anochecer, asegura el caballo en un lugar bastante escondido y toma una antorcha. La vida de ese hombre depende de él y ahora temía que si no sobrevivía, él sería acusado de asesinarlo, pero más importante sentía que le debía ese favor. Absurdo porque él jamás lo había visto y ni siquiera conocía su nombre, nada de sus pocas pertenencias le había dado una pista de ese detalle, pero algo en su interior le decía que ambos se conocen de algún lugar. 

Érase una vez... NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora