Lancelot

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El bosque del rey hada, así es como solían llamar a ese lugar, las leyendas contaban que entre ciertos árboles las barreras entre el mundo humano y un mundo desconocido se abrían de vez en cuando. Hace siglos atrás la gente de Brittania convivía con seres de ese tipo: hadas, duendes, elfos, gigantes... O al menos eso solían contar los viejos y para la mayoría de personas ahora eran solo cuentos infantiles.

Arthur había logrado encontrar la mayoría de las plantas, o al menos las más parecidas a las que aquellos dibujos mostraban, nunca puso atención en esos temas salvo que fueran plantas comestibles para las recetas del palacio y la oscuridad que brindaba el espeso forraje de aquel bosque no ayudaba en nada a su búsqueda.

Se gira después de unos minutos al escuchar pasos tras él, por un momento teme que aquel hombre en la cueva se ha levantado y lo está persiguiendo, pero luego reflexiona que es algo imposible, aun así la sensación de ser observado comienza a hacerse presente.

-¿Quién anda allí?- exclama mientras levanta el cuchillo al aire- Solo estoy buscando plantas medicinales, hay alguien muy mal herido que morirá si no lo atiendo, seas quien seas, no quiero perturbarte, déjame seguir un rato más y me iré, lo prometo.

No hay ninguna respuesta, pero la tensión aún permanece, tratando de calmarse sacude su cabeza y entonces el pelinaranja ve de pronto un ramo de flores igual al que describe el dibujo, en una ladera con varias piedras que parecen apunto de rodar. Trata de buscar el camino más accesible y entonces un gruñido llama su atención, sobre las rocas un pequeño zorro rojo lo observa.

-Largo de aquí, solo quiero bajar esas flores- le habla como si aquel animal pudiera entenderlo, sin respuesta favorable el muchacho comienza a arrojarle pequeñas piedras para ahuyentarlo, lo logra después de unos intentos y entonces continúa su camino, las piedras se mueven bajo sus pies y sin darse cuenta ya ha escalado bastante alto, una caída desde allí seguro le rompería algo. Dudando de nuevo de sí mismo, las flores a pocos metros, ahora le parecen lejanas- Vamos Arthur ya casi lo logras- se regaña al tiempo que da un par de saltos más, su mano roza los tallos de aquella planta y cuando está a punto de tirar de ellos una fría sensación de escamas roza sus dedos, se gira preocupado notando la serpiente a centímetros de sus dedos, por sus colores sabe que es venenosa y se aparta bruscamente para evitar la mordida, en ese momento cuando los colmillos están por clavarse en su piel un metal frío se impacta contra la cabeza del animal- ¿Una flecha? ¿Pero quién? ¿Cómo?

La roca bajo sus pies cede y mientras cae por aquel acantilado, una sensación familiar viene a su mente, el vacío, el suelo agrietándose bajo él y el presentimiento de que nada va a pasarle, sin parpadear siquiera, su mirada se mantiene en aquellas flores que ahora se manchan con sangre de la serpiente. De pronto algo acolchona su caída, son hojas, hojas secas puestas de forma conveniente sobre el piso, podría jurar que no estaban allí cuando subió por ese borde, pero ahora lo están y acaban de salvar su vida. Sin perder el tiempo se gira en dirección opuesta, buscando a quien lanzó aquella flecha y entonces su mirada púrpura se encuentra con aquellos ojos rojizos.

Es joven, más chico que él y lleva también una ropa muy extraña, en detalles rojos y grises, porta un arco con una empuñadura de metal, se ve muy valioso como algo que solo llevaría un soldado de élite, pero no se parece a ninguno que hubiera visto antes.

-¿Cómo vas a salvar a alguien si no puedes mantener tu propio trasero a salvo?- le replica el niño- ¿Y en serio quieres hacer una poción con esas plantas, no se que clase de persona pueda sobrevivir a tomar algo así?- su voz era grosera y de un acento peculiar, Arthur no logra apartar su mirada de él, al igual que le había ocurrido antes con Tristán y Percival, ese niño le parecía bastante familiar y al parecer el sentimiento era mutuo.

-Gracias- logra apenas pronunciar- Por salvarme.

El rubio lo ve extrañado, como si aquel muchacho supiera todo lo que él había hecho además de disparar la flecha.

-Eso no importa ya- dice arrojándole una pequeña bolsa hecha de lianas y hojas en cuyo interior estaban las plantas que el ojimorado buscaba.

-¿Has estado siguiéndome? ¿Cómo sabías que...?

-Tu ropa está manchada de sangre pero no estás herido, creo saber lo que buscas, conozco mucho sobre plantas, si no quieres confiar en mí, igual puedes seguir tu búsqueda, pero no volveré a cuidarte la espalda.

-Esta bien, si confió en ti, gracias de nuevo- dice tomando la bolsa.

-Bueno entonces ahora cumple tu promesa, ya tienes lo que viniste a buscar, ahora vete, el bosque no es seguro para un niño y la noche está cerca.

-¿Y qué hay de ti? ¿Vives cerca?¿Estás con tus padres?

-Eso no te importa, yo sí sé cuidarme solo, pero no puedo responder por tu seguridad, enciende tu antorcha y lárgate por donde viniste.

-Bien me iré, pero dime tu nombre al menos, así sabré a quien le debo mi vida.

-Lancelot, ese es mi nombre ahora lárgate.

-Gracias Lancelot- agrega sin discutir más y va hasta la antorcha que dejó en el suelo, no estaba seguro de recordar completamente el camino, pero tendría que hacerlo, tras encenderla y acomodar de forma segura aquella bolsa, se dispone a partir- Yo soy Arthur...- gira de nuevo para despedirse, pero ya no hay rastros de aquel joven, en su lugar vuelve a ver al pequeño zorro el cual se aleja saltando entre las plantas.

Arthur frota sus ojos para convencerse de que todo eso no fue una alucinación, sin esperar para averiguarlo retoma su camino antes de que otra cosa suceda.

-Lancelot...-susurra de nuevo dándole un último vistazo al bosque.

Las leyendas sobre aquel lugar contaban sobre un hombre, un humano que encontró hacía mucho tiempo la puerta al reino de las hadas, enamorado de la princesa de aquel reino, se perdió para siempre en la parte más profunda del bosque, lo nombraban Ban y se dice que logró su amor imposible con el hada de quien se enamoró, otros dicen que él es ahora el Rey de las hadas a pesar de ser humano y también es el guardián de ese bosque, cazadores, ladrones, incluso caballeros, todos temen a lo que existe más allá de esos límites. Temen al pequeño guardián que nació de esa unión, aquel que por ser mitad humano puede ir y venir entre una reino y otro, que puede tomar muchas formas y que no muestra piedad con aquellos que desean dañar su bosque.

Érase una vez... NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora