Una reflexión sobre el lenguaje, el diálogo y una crítica a la desagradable práctica de difamar a los demás.
Una vez escuché una historia es acerca de un hombre que vivía en un pueblo en la montaña, pasaba la mayor parte del día sentado en la puerta de la entrada y era este personaje el que recibía a todos los que extranjeros que llegaban de visita.
En cada ocasión las personas que llegaban al verlo ahí sentado como una especie de guardián/ censor solían preguntarle – Disculpe caballero, me podría decir, ¿cómo es la gente de aquí? – el los miraba unos segundos como si estuviera razonando su respuesta – ¿Como es la gente de ahí de dónde es usted? – les devolvía el razonamiento, los viajeros al ser increpados solían contestar invariablemente de dos maneras
1.- <<La gente de yo vengo es maravillosa, es amable, simpática y suelen ayudar a los demás>>
o
2.- << Estoy huyendo de todos esos demonios, de ahí de dónde vengo la gente es malvada, chismosa, metiche, siempre se la pasan hablando mal de los demás>>
El hombre no decía nada, escuchaba todo lo que todos los visitantes le confesaban sus vivencias, luego esperaba con paciencia hasta que estos terminasen de mencionar lo que les disgustaba acerca de sus vecinos, colegas incluso de su propia familia, él nunca les interrumpía, su silencio incluso alentaba a los visitantes que no dudaban en hablar hasta el mínimo detalle de su vida.
Cuando terminaban lo que tenían que decir, y el silencio se apoderaba de la conversación, el viejo se levantaba, respiraban un par de veces como si estuviera meditando su respuesta, esperaba un par de minutos, hasta el clímax de la desesperación y en ese momento sin vacilar, les contestaba:
<< Aquí en este pueblo todas las personas son exactamente iguales que ahí de donde usted viene >>
Obviamente en cada caso, la reacción era diferente, para aquellos que hablaron bien de sus coterráneos sonreían y se alegraban por la reseña favorable que recibían, felices de que ahí donde iban las personas eran justo como ellos, pero por el contrario los que criticaron, señalaron y menospreciaron a los otros, escuchaban con horror que efectivamente la gente eran igual que de ahí donde huían y terminaban por marcharse del pueblo.
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Esa historia que muy posiblemente que tenga raíces comunes con otras similares que se pueden encontrar en la mayoría de las culturas, pero encierra uno de los entuertos que la filosofía ha tratado de desvelar durante los últimos dos mil años:
EL USO DEL LENGUAJE
Las interpretaciones del lenguaje dependen de su contenido, de lo que el receptor cree que escuchó, lo que el emisor asume que dijo, el mensaje que se expresó y las distintas combinaciones respecto de estos tres elementos, hay ocasiones en las que lo que se dijo (las palabras que se usaron para transmitir una idea) no fue el correcto como por ejemplo cuando se realiza una traducción de un idioma a otro, de este modo aunque las intenciones del emisor son unas en particular, el mensaje tiene un error de origen.
En otras ocasiones el mensaje es claro, pero la intención del emisor tiene matices (positivos o negativos) que el emisor pudiera no entenderlos como tales, ejemplo de que ello sería el tono de la voz, los ademanes, incluso el sarcasmo.
En este caso podríamos hablar de errores de la comunicación por parte de los sujetos del lenguaje, en este caso sin importar que el mensaje del lenguaje fue claro, la manera en cómo se dijo termina siendo mal dirigida por el emisor.
También existe la posibilidad de que incluso si el mensaje fue claro, así como también la manera en la que el emisor expresó lo que tenía que decir en el tono que correspondía a las palabras que empleó, incluso así es posible que el receptor pueda malinterpretar el mensaje, y cambiar la intención con la que originalmente fue planteada.
Aquí no estoy haciendo una apología al sofismo y tampoco estoy sugiriendo que no sea posible lo que entendemos como "comunicación efectiva",
Lo que digo aquí, es que es posible que cada individuo, dependiendo de la óptica en la que quiera interpretar un mensaje asuma una actitud a priori en referencia a este, ejemplo de ello sería quién es el emisor y cómo cree que escuchó el mensaje.
La mejor forma para zanjar malos entendidos es nunca asumir una interpretación de "x" mensaje, sin prestar atención a las variables relacionadas con el fondo, la intención, el contenido y con la conciencia cierta de que podemos estar interpretando bajo la luz de nuestros propios sesgos cognitivos, es un ejercicio que tenemos que aplicar en nuestras relaciones.
Es posible estar de acuerdo en tener un desacuerdo, pero siempre y tanto que aquello que se transmitió sea en los términos en como se dijo, sin asumir, sin conjeturar, y aceptando que incluso en la abierta confrontación se puede mantener un diálogo civilizado.
Finalmente me gustaría finalizar esta reflexión hablando sobre la me parece es una de las peores prácticas en el ejercicio del lenguaje:
"Hablar mal, inventar chismes o calumniar a otra persona"
No estoy seguro si leí en alguna parte que fue Voltaire quién escribió un día que nunca baja tanto el nivel de una conversación como cuando se alza la voz, pero yo le haría un anexo (abusando de la licencia literaria) pero si en esa discusión además usamos las "palabras" para referirnos de alguien de manera negativa, procaz, malintencionado y sin fundamento, el diálogo llega a su punto más bajo.
Con esto no niego que el ejercicio crítico no sea una herramienta fundamental para el lenguaje, claro que lo es, pero siempre en el mundo de las ideas y del debate la polémica debe girar en torno a las ideas y nunca sobre las personas, esa es una distinción que es fundamental.
En resumen, nunca nada es peor dicho que las palabras destinadas para difamar a otra persona, pero, sobre todo, siempre habla mucho peor sobre quién las dice y apunta a los demás, qué sobre la persona quién recibe la infamia.
"Cada vez que apuntas con el dedo, no se te olvide que tres se dirigen a ti."
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REFLEXIONES
Short StoryUna compilación de reflexiones, por el escritor Gonzalo Pérez Santos.