Una vez alguien me contó una historia sobre un hombre quién tenía por costumbre señalar los errores a los demás, una suerte de fiscal autoerigido, un garante de las buenas costumbres y la moral, su sello distintivo era apuntar con el dedo índice a sus vecinos, así lo hizo durante mucho, pero fue la costumbre junto a lo cotidiano de su proceder lo que le confirió ese poder, así siguió por muchos años, así poco a poco desarrolló el nada agradable arte de escudriñar a sus semejantes al grado de poder acusarlos incluso de faltas menores para los demás, pero a su manera de ver aquellas minucias si eran faltas graves.
Cierto día decidió consultar a una de las mujeres de mayor sabiduría, se distinguía entre todos por sus buenos consejos y su capacidad para ver el futuro, el "apuntador" como ya le solían decir todos fue con ella y le preguntó sobre ¿cómo podía mejorar su capacidad para juzgar mejor a las personas?, la anciana sabia lo miró con cierto escepticismo – debes trabajar mucho mejor en la manera en la que señalas a las personas, pero mejor muéstrame como apuntas a los otros – le dijo la mujer, el apuntador sonrió y le mostro durante varias horas como colocaba el dedo, incluso la cadencia de su cuerpo – fíjate en tus dedos, te hace falta mejorar – le repitió muchas veces, al final y después de colocar su mano de todas las formas posibles al final el "juzgador" se rindió – señora sabia, no sé de lo que me habla cuando me pide que mire mis manos, sencillamente no sé hacerlo – dijo, ella se acercó con cariño y compasión, tomó la mano del hombre y la colocó como solía hacer siempre pero una vez terminado lo anterior la anciana dejó a propósito su mano encima de los dedos restantes.
Ahora, mira bien tu mano, fíjate en tus dedos – ordenó ella y luego retiró lentamente su mano, el juzgador abrió los ojos y por fin entendió, si uno de sus dedos apuntaba sobre alguien, el resto de ellos siempre apuntaba hacia él – ahora entiendes – dijo la anciana y agregó – cada vez que apuntas con el índice, tres dedos se dirigen a ti – finalizó, luego le sonrió al hombre y se marchó de ahí.
Desde ese momento el juzgador no volvió a señalar a nadie nunca más.
Estoy convencido de que la crítica destructiva, el señalamiento sin sentido, los descalificativos sin razón, todos ellos retratan de cuerpo completo a su emisor y no así el objetivo de su ataque.
Mi abuela me repitió muchas veces cuando era un niño una frase y era algo así como "si no tienes nada bueno que decir sobre una persona es siempre mejor no decir nada".
Silvio Rodríguez escribió "Seamos un tilín mejor y mucho menos egoístas" una línea con una poderosa verdad, está dentro de cada uno de nosotros trabajar sobre aquellas actitudes nocivas y perjudiciales en especial si son en perjuicio de terceras personas.
Me gustaría despedir esta reflexión con la frase que estoy seguro engloba la idea general de la presente.
"Cada vez que apuntas sobre alguien, siempre tres dedos te apuntan a ti" y si
... le tiras tierra a alguien, a quién le quedan las manos sucias es a ti...
Hasta pronto.
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REFLEXIONES
Short StoryUna compilación de reflexiones, por el escritor Gonzalo Pérez Santos.