Capitulo 33.

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Gellert tenía una idea... quizá diferente del sexo y el cuerpo, ¿Qué más daba si entregabas tu cuerpo a alguien? De igual manera, no es amor, es solo algo simple y carnal, en su caso, algo vil para manipularlo y joderlo, porqué Gellert lo jodería, nada más simple que eso. Cuando lo besó, sintió unas terribles ganas de retroceder, pero no lo hizo, se aferró a él y lo besó tan desesperadamente, que Percival a duras penas podía seguirlo, abrumado y extasiado por el sabor y la excitación que Gellert le provocaba. No entendía porqué el búlgaro había tomado esa decisión, pero no le importaba, después de tanto tiempo lo único que deseaba era a Gellert en cuerpo y alma. No había nada más. Sus sentidos estaban perdidos en un torbellino de deseo, y desesperación por probar lo que para él había sido proclamado como prohibido. 

El mago búlgaro lo empujo hacia la cama, Percival tenía la camisa arrugada, la respiración agitada, los labios hinchados y el cabello revuelto, Gellert ni siquiera lo detalló, él no era Albus, nadie lo era, nadie le provocaría jamás lo que Albus le hacia sentir con una miserable caricia. Él no se merecía a Albus. Carajo, no se lo merecía. Nadie se merecía a ese ser. 

Juntó su cadera con la de Percival quedándose ligeramente encima de él, se inclinó y lo besó fervientemente, sintió las manos del azabache acariciarlo tan desesperadamente, tan intima, como si él fuera a desaparecer de esa cama, de ese momento. Lo tocó, lo manoseo, lo lamió, lo mordió, hizo y deshizo con él en ese momento y Gellert lo dejó. El pulso cardiaco de Percival era un manojo de ansiedad, nervios y necesidad, estaba siendo llevada a la cúspide por el hombre de sus sueños, el maldito hombre de sus sueños, por el que se había masturbado tantas veces, por el que se había acostado con otras personas pensando que era él y Gellert lo sabía, solo estaba jugando... cruelmente.

Sin preámbulos, Gellert se separó, no se fijó en él cuando lo obligó a girarse, el pecho de Gellert se estrechó contra el colchón, Gellert metió sus manos sobre la hebilla del pantalón, desabrochó, y bajó los pantalones negros junto con su ropa interior, Percival gimió.

– Espera...

– ¿Qué? – Gellert se inclinó sobre él, mordió calientemente su oreja – ¿Piensas que te haré el amor?

Pobre iluso. Percival fue callado por un beso arisco y cruel, mordidas e incluso una gota de sangre se derramó, pero, aun así, ante cualquier protesta que su cerebro gritaba, él no quería parar, lo disfrutaba con nadie, Gellert lo folló. Si, sin anestesia, sin palabras bonitas, sin nada, lo dejó arruinado, fue fuerte, fue rudo y en ningún momento se detuvo, los gemidos de Percival eran un bálsamo que le sabía agrio porqué no era la voz de Albus, no eran sus gemidos, no era él y se sintió, por un momento, asqueado... Gellert se inclinó, sabiendo que Percival estaba a punto de llegar al orgasmo, le habló en el oído luego de lamer su cuello.

– Dime nombres...

Percival gimió, gruñó – ¿Q-Qué? – jadeó impulsando su cadera, Gellert lo detuvo.

– Dime nombres si quieres terminar – ordenó, pausando brutalmente sus embestidas.

– Carajo... – gimió – Por favor...

Gellert hundió sus dedos en la piel de Percival, no se movió – Dime nombres.

– Mierda – gruñó – Gaunt, la familia Gaunt.

Gaunt...

– ¿Quiénes son?

Percival movió su cadera, Gellert hundió más sus dedos.

– ¿Te quieres correr? Dime quienes son – jadeó en su oreja

El cuerpo de Percival era receptivo, y así era mucho más fácil entrar en su mente cuando era tan vulnerable. Gellert sonrió contra su cuello.

UNA VIDA A TU LADO. - GRINDELDORE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora