Frances abrió el armario al mismo tiempo que dejaba escapar un suspiro.
Debía estar lista en media hora, cuando los chicos pasaran a buscarla. Le había costado conseguir el permiso de parte de sus padres, pero, a fin de cuentas, Chase iba a cuidarla. Francesca tenía la sensación de que sus papás confiaban más en Chase que en ella. No la sorprendió: ella también confiaba más en Chasey que en cualquier otra persona.
Se paró frente al armario, abierto de par en par. Se tomó su tiempo contemplando su contenido. Finalmente se preguntó lo que tanto intentó evadir en todo el día: ¿qué iba a ponerse? ¿Qué se supone que usaban las chicas en una fiesta? ¿Debía arreglarse?
Se sentía como la protagonista irritante de una película barata para adolescentes: preguntándose qué iba a ponerse, o si iba a usar maquillaje, como que si hubiese alguien que quisiera impresionar.
Quizás estaba exagerando un poco. Debía relajarse. Era una fiesta, después de todo: se supone que iba a pasarla bien. Y como iba a pasarla bien, quería ir cómoda. Nada de faldas apretadas. (Aunque, en realidad, Frances no poseía ninguna).
No quería ir como una muñeca, porque, a fin de cuentas, ¿para qué? No quería ser una diosa. No iba en planes de nada. Si iba era en gran parte porque Nick insistió.
Sonriente, y habiendo tomado una decisión, tomó unos jeans desteñidos. No acostumbraba usarlos mucho, de hecho, hasta había olvidado que los tenía. Se cambió su remera por otra negra, holgada, más bien simple. Encima, una camisa a cuadros azul, desabotonada, como una especie de abrigo. Los zapatos fueron un poco más complicados, pero finalmente eligió zapatillas blancas salpicadas con pintura rosada. Ella misma se había encargado de darle ese detalle unos meses atrás.
Ya cambiada, procedió al espejo, acomodado estratégicamente arriba de una cajonera cuyo propósito era guardar accesorios. Frances la ocupaba más bien en libros, cuadernos y CDs. La cantidad de accesorios era tan poca que ocupaba menos de un cajón: iban todas en una caja. La abrió solamente para buscar un viejo collar dorado, con el dije de un pajarito celeste.
Se miró en el espejo. ¿Realmente necesitaba maquillarse? Tiró de las perillas del primer cajón, que no había abierto en un buen tiempo. Respecto a maquillaje, no encontró más que un par de esmaltes de uñas secos, un labial que juraba no haber visto desde que tenía doce años y algodón. Francesca se preguntó a sí misma si era una buena idea usar un labial viejo. El instinto le indicó que mejor lo evitara.
Se cepilló un poco el cabello, hasta que se viera más o menos aceptable. Y cuando fue a ponerse perfume en el baño, vio de reojo el rizador de pestañas de su mamá. Si se iba a vestir como todos los días, al menos iba a hacer una sola cosa fuera de lo común...
...Luego encontró un rubor anaranjado y pensó que dos cosas fuera de lo común no le harían daño.
Se miró al espejo. Se veía distinta. No era algo feo, ni algo lindo: era distinto. Eso le dio un pensamiento optimista. Quizás hasta podría pasarla bien en la fiesta del desconocido amigo de Nicholas.
Recibió un mensaje. "Estamos en la puerta, ¿bajas o no?"
Bajó rápidamente las escaleras, intentando no hacerlos esperar mucho. Su mamá simulaba limpiar un mueble en la sala.
- ¿...Mamá?
La interpelada se giró y vio a su hija, parada en el medio del pasillo, usando rubor y con la mano en el picaporte de la puerta.
- ¿Te vas tan pronto? –Preguntó, severa. La idea de que su hija saliera a altas horas de la noche no le agradaba en absoluto.
- Son las doce, mamá. -sabía que ella no podía estar limpiando muebles a medianoche. Si estaba ahí era porque quería controlar cómo iba vestida su hija.
- ¿Llevas celular, llaves? –Preguntó a modo de recordatorio. Frances entendió que su ropa tenía la aprobación de su madre, puesto que no hizo comentarios.
- Las llevo.
- ¿Volverás temprano?
- Tan pronto como pueda.
- ¿No tomarás alcohol, verdad?
- Mamá, sabes con quién estás hablando. -Francesca no era muy partidaria del alcohol. Además, no le sabía muy bien.- Adiós, mamá.
- ...Cuídate, corazón. –Su mamá sonaba sincera. Al parecer no solo le preocupaban las notas de la escuela, después de todo. Francesca deseó que le prestara esa atención un poco más seguido.
En cuanto cruzó la puerta recordó su plan de tocar la guitarra en la plaza y se retractó de su deseo. En cuanto vio el auto plateado de Nick, tomó una bocanada de aire y se dirigió a él, dispuesta a subir.
Esperaba volver a casa sin haber pasado alguna vergüenza.
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La Reina de los Acordes
Teen FictionLos padres de Francesca deseaban que ella fuese reconocida, si, pero no de la forma que ella ahnelaba. Es decir, querían una hija médica, o contadora, alguien destacable que contribuía a la sociedad londinense, pero, ¿música? No, no, no. Su preciosa...