Limpiar su cuarto no era exactamente de los tipos de cambios que Harry pretendía, pero aún así contaba.
Y es que, a pesar de todo, no podía seguir postergándolo. Hacía semanas que se prometía ordenar, pero supo que el momento había llegado cuando vio la gran montaña de ropa que casi se le vino encima cuando abrió su ropero.
Ordenar no era tan malo después de todo: era una tarde de domingo lluviosa. ¿Qué mas se podría hacer sino? Inhaló profundo y puso algo de música para empezar. Se decidió por no dejar rincón de la habitación sin ser limpiado, lo cual lo iba a mantener ocupado por el resto de la tarde.
Lo que más costó fue ordenar la ropa. Nunca se había dado cuenta de la cantidad que tenía. Tenía un ropero bastante grande, pero, de las cuatro puertas, sólo usó la mitad. Al menos eso era lo que ocupaba todo lo que no había mandado al lavarropas.
La biblioteca también ocupaba un gran espacio. Harry tenía un gusto particular por los libros, y tenía muchos de ellos. El mueble abarcaba la pared en casi su totalidad. Aún así no fue difícil ni tedioso acomodarlos. Él cuidaba mucho a sus libros y sentía un poco de afecto por cada uno.
El escritorio fue un poco más complicado, porque estaba lleno de papeles. Así como disfrutaba de la lectura, también se sentía cómodo escribiendo, a pesar de su frustración por no poder escribir una novela. Su fuerte era la poesía, con la cual llenaba una cantidad de cuadernos considerable.
Sus CDs fueron reubicados, el piso ya no tenía mugre, los zapatos ya no estorbaban. Harry estaba contento con el resultado. Dusty notó las diferencias cuando entró maullando a la habitación, oliendo cada rincón esperando acostumbrarse a ese cambio. Con el gusto de la victoria en la boca, se acostó en la cama a mirar el techo y escuchar la música que aún seguía sonando. Luego, lo atrapó un pensamiento: si toda su ropa podía ubicarse en la mitad del ropero, ¿qué había en la otra mitad?
Se levantó de un salto y tiró de las perillas de las puertas que no recordaba haber abierto en años. No era un contenido muy emocionante, y en realidad, era muy normal tratándose de un ropero: frazadas viejas, ropa de cuando era bebé, y cajas, bastantes cajas. Su mamá era muy ordenada: había rotulado cada caja con marcador, simplificando lo que contenían. Una decía "zapatos", otra decía "boda" (Harry supuso que allí estaba el vestido de novia de su madre, pero no fue a averiguar: no tenía ni idea de cómo doblar un vestido para volver a guardarlo), había una que decía "disfraces" y otra más que llamó mucho su atención: "recuerdos".
Sin dudarlo, tomó la caja y la dejó en el piso. Se lamentó luego del polvo que eso causó, puesto que significaba barrer otra vez, pero no le dio tanta importancia. Cuando la abrió, lo atrapó el aroma a naftalina. Era normal, después de todo. No recordó haber visto esa caja abierta. En esa caja predominaba otra caja más, de zapatos, forrada con tela a lunares. Estaba llena hasta el tope con fotos.
Harry había visto muchas fotos suyas de bebé antes. Las podía encontrar en los álbumes en la sala. Las fotos que había en la caja a lunares iban un poco más atrás. Casi todas eran instantáneas: fotos de sus abuelos, de su madre de joven, de cuando salía con su padre, de cuando estaba embarazada. Eran fotos muy bonitas, sin dudas.
En la caja de los recuerdos se encontraban todo tipo de cosas interesantes: había cassettes y videos que se prometió escuchar pronto, había cartas, había joyas antiguas, y había una cámara.
No era cualquier cámara. Era una de las de antes. Harry la tomó para inspeccionarla mejor. Era una instantánea, de varios años. Él creyó que de esta cámara habían salido las fotos de la caja a lunares.
Notó que era más pesada de lo que se podía esperar de un objeto de plástico. La intuición le dijo que todavía tenía carga. Y también le dijo que no perdía nada comprobándolo gatillando una foto.
Miró a Dusty, quien estaba al lado de la caja, muy curioso con respecto a lo que su dueño hacía. El animal le devolvía la mirada con sus ojos color miel abiertos de par en par. No lo dudó ni un instante: le apuntó desde arriba con la cámara, y sin mirar, apretó el obturador. A la cámara le tomó unos segundos devolverle una foto. Los ojos atentos de Dusty acababan de ser retratados para el resto de la posteridad, o por lo menos hasta que perdiese la foto por algún motivo.
Harry se sintió inspirado. Y orgulloso de su fotografía. Tanto, que la pegó en la pared. Y así presintió el inicio de un gran proyecto para el verano.
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La Reina de los Acordes
Novela JuvenilLos padres de Francesca deseaban que ella fuese reconocida, si, pero no de la forma que ella ahnelaba. Es decir, querían una hija médica, o contadora, alguien destacable que contribuía a la sociedad londinense, pero, ¿música? No, no, no. Su preciosa...