Hermosa. Harry la veía hermosa.
La espiaba por encima del hombro desde el banquito del piano, mirando los cuadros de la sala. De puntas de pie y con un moño en el pelo que sostenía un gran rodete. El ceño fruncido, revisando cada detalle del cuadro que más le gustaba a su mamá y que Harry menos entendía: simples cuadrados de colores. No deseaba romper tanta concentración, pero el hecho que estuviera parada frente a ese cuadro por diez minutos lo tenía un poco intrigado. Decidió quebrar el silencio:
- Y, ¿qué te parece?
- Oh, muy interesante. -Francesca lo miró de reojo.- El autor plasmó a la perfección su ira y odio hacia la sociedad burocrática de la era cosmopolita.
- ¿Qué dices?
- En realidad... -se dio media vuelta, mirándolo, y espetó- No tengo ni idea de lo que estoy diciendo.
Harry agachó la cabeza, sonriendo, lo que desacomodó un par de sus rulos. El hecho de que estuviera en su casa lo ponía un poco nervioso. Era un territorio al que no muchos amigos suyos entraban. Encima, estaban solos: antes de decirle a su mamá que vendría una "amiga" a casa, ella le aclaró que iba a encontrarse con unas compañeras de su trabajo a hacer quién sabe qué. Así que eran ellos dos. Y Dusty, claro, que dormía cómodamente sobre el sofá. A él no le interesaban mucho las visitas, y mientras que no interrumpieran su siesta, no tenía problema alguno.
- Frances...
- ¿Si, Harry? –con una voz parecida a un canto y una mirada risueña. Sí, Harry era muy débil. Aún así, prosiguió.
- ¿Vienes? Me gustaría que escuches algo.
Fue a sentarse a su lado sin cuestionamientos, deslizando una de sus manos por la madera barnizada del piano. Sin decir una sola palabra, observó la partitura posicionada justo enfrente de los dos. Ésta llevaba un pequeño título arriba: en una cursiva complicada se leía "Francesca".
- Perdona que no sea muy creativo con los títulos. –se disculpó- Pero la verdad es que me gusta que sea sencillo: va directo al punto.
- Y tu punto era...
- Escribirte una canción, exactamente. ¿Quieres escucharla?
- Por supuesto. –respondió sin ninguna vacilación.
Los dedos de Harry comenzaron a recorrer las teclas amarillentas del piano, describiendo una melodía suave y melancólica. Frances estaba atónita: no mucha gente le prestaba atención antes de tocar en las calles. Nunca se le hubiese ocurrido que alguien le escribiría alguna vez una canción, y menos alguien tan precioso como lo era Harry. Él estaba concentradísimo, pero disfrutaba de cada nota que lograba arrebatarle a su preciado piano. De hecho, con esa media sonrisa de satisfacción que llevaba puesta, a Frances le dieron cosquillas. "Genial", se pensó. "Parezco una niñita".
De a poco, su canción fue llegando a su fin. Era una canción preciosa. Triste, pero preciosa.
- ¿Y bien? –Harry preguntó con ilusión.
Frances no encontraba palabras. Su garganta era un nudo: se había emocionado.
- Yo... La verdad... Es hermosa.
- Como tú. –espetó mientras tomaba su partitura. Y el cumplido la tomó por sorpresa, por lo que se ruborizó.
Ninguno de los dos se percató de lo cerca que se encontraban hasta que ambos se miraron a los ojos. Sin embargo, no se acercaron. Frances estaba concentrada en verlo, en contemplarlo. Y de la nada, Harry se encargó de robarle un beso.
Y así el resto de la tarde.
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La Reina de los Acordes
Teen FictionLos padres de Francesca deseaban que ella fuese reconocida, si, pero no de la forma que ella ahnelaba. Es decir, querían una hija médica, o contadora, alguien destacable que contribuía a la sociedad londinense, pero, ¿música? No, no, no. Su preciosa...