17.

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 - Buenas tardes, señora Pierce.

Martin se encontraba sonriente en la puerta de la casa de Harry. La señora Pierce era la responsable de su visita: su hijo la tenía un poco preocupada. Ella invitó a pasar al chico, que continuó hablando en cuanto cerró la puerta.

 - Y bien, ¿cómo está él?

 - Está extraño. No quiere decirme por qué. No habla mucho, no sale...

 - Bueno, señora Pierce, ambos sabemos que suele comportarse así.

 - Sí, pero está aún más extraño que de costumbre. No deja de escribir, ni de tocar el piano.

Martin arqueó una ceja. ¿Piano? ¿Desde cuándo Harry tocaba el piano? La señora Pierce prosiguió.

 - Necesito que hables con él, Martin. ¿Podrás hacerme ese favor?

 - Seguro, señora. –señaló la puerta de la habitación de Harry con su pulgar- ¿Me permite?

Harry lo escuchaba venir. Escuchaba su voz desde la sala. Escuchaba sus pasos débiles aproximándose. Él ni se molestó en levantarse de su cama, donde se había tirado boca abajo por no saber qué más hacer.

 - Qué carajos. –Martin se anunció. Se había encontrado con una pared llena de instantáneas, el piso abarrotado de papeles, y Harry inmóvil sobre su cama.- ¿Estás bien?

 - ¿En serio crees que puedo estar bien? –Harry siquiera se molestó en moverse. Su voz estaba ahogada por la almohada.

 - En realidad, no. A propósito, ¿tocas el piano?

 - Desde los cinco años. –contestó al tiempo que se levantaba, con todos sus rulos despeinados.

 - Ah, porque nunca lo mencionaste.

No, tocar el piano era un secreto entre Harry, su mamá y su papá, que estaba muerto. Nadie más sabía y a él no quería que la gente supiese. No deseaba tocar para nadie más. Pero no era momento para explicarlo:

 - No preguntaron, tampoco... supuse que no importaba.

Martin chasqueó la lengua, sentándose a su lado sobre la cama. Hizo una mirada rápida a las fotos en la pared.

 - Ella. –señaló a la foto de una chica que tocaba la guitarra sonriente.- Es ella la que te tiene así.

 - Si, así es.

 - ¿Y ahora qué pasó? –Louis bajó la mano y puso los codos sobre los muslos.

 - Resulta que tiene novio.

 - ¿Cómo lo supiste? ¿Acaso te lo dijo?

 - No, yo, lo ví... Se fueron los dos juntos, tomados de los brazos. Soy un imbécil. –resopló.

 - Lo eres. Más que nada porque haces un circo de algo que no significa nada.

Martin le dedicó una gran sonrisa, que Harry devolvió a modo de sarcasmo.

 - Gracias, amigo. Siempre sabes cómo ponerme de buen humor.

Éste volvió a tirarse sobre la cama, mientras que el otro reprimió una sonrisa.

 - ¿Hace cuánto que no vas a verla, Harry?

 - ...Dos semanas. Si la vuelvo a ver va a preguntarme qué me pasó. No pienso decirle que me dieron celos.

Louis se llevó ambas manos a la cara. No podía creer lo que estaba escuchando.

 - ¡Así que no sólo eres un imbécil: también tienes que ser un cobarde!

 - Si, ¡como que si todavía no sabía eso! ¡Soy un cobarde! ¿Te importa?

 - ¡Claro que me importa! ¿Acaso piensas esconderte por siempre? ¿Crees que a ella no le va a caer bien que le digas que le gustas o qué? ¡Que yo sepa, no parecía no querer besarte hace un mes! ¿Qué demonios estás esperando?

Harry sólo se tapó la cara con la almohada. No había forma de que Martin cambie de parecer. Él era decisivo, y no le tenía miedo a nada, y no tenía nada que perder. Harry era Harry, nada más. Y odiaba que lo reprendieran.

 - ...Vete. –soltó después de derrumbarse en su cama otra vez, exactamente como Martin lo había encontrado.

 - Me iré, pero antes: tú vas a ver a Francesca. Vas a decirle lo que te pasa. Vas a enfrentarlo tarde o temprano. No podrás seguir escondiéndote.

Y dicho esto, se fue. Y el aire se alivianó un poco.

La Reina de los AcordesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora