13.

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El hecho de que los papás de Francesca creyeran que su hija no ocupaba su tiempo en nada la ponía de mal humor. Estaba haciendo algo que para ella era muy importante: comía, dormía y prácticamente respiraba con la música. Pero claro, intentar explicar eso sería una gran pérdida de tiempo. En realidad, y desde el punto de vista de ellos, la música era una gran pérdida de tiempo para ella.

Frances estaba hasta las manos. Si sus papás estaban cerca, tenía que disfrutar la música en silencio. Lo cual resultaba una gran ironía, siendo que creía que ésta debía escucharse lo suficientemente fuerte como para que se enteren todos. Un pensamiento que no sorprendía viniendo de una artista callejera.

Ya venía de mal humor luego de una pequeña discusión con su madre acerca de la limpieza de la casa, y cuando quiso desconectarse de la situación con canciones, descubrió que sus auriculares estaban rotos. Su único par de auriculares, esos que guardaba en una caja bajo llave y cuidaba como que si se tratase del objeto más raro de todos, habían dejado de funcionar misteriosamente. Casi explotó de la rabia que le causaba semejante hecho, pero, después, lo pensó: era una oportunidad perfecta para salir de casa. Una oportunidad para tomar un pequeño respiro de sus padres, que desde que habían llegado del trabajo, no hacían otra cosa que no fuera atormentarla.

Sin dudarlo, se levantó de su cama de un salto, se puso zapatillas, tomó una cartera como para esconder su futura compra y bajó las escaleras de dos en dos. 

Frances había tomado el picaporte de la puerta de entrada, dispuesta a salir, cuando una voz la detuvo.

- ¿A dónde vas? –su padre inquirió, asomándose desde el cuarto cerca del pie de la escalera.

- Saldré a tomar aire, caminar un poco. –ella estaba acostumbrada a mentirles, por lo cual su oración salió muy natural.

- ¿Y con qué permiso?

Francesca vaciló, y luego, contestó con un dejo inocente acompañando su voz:

- ¿Me das permiso?

Su papá se tomó unos segundos para pensarlo, pero su "te quiero aquí dentro de una hora" indicó una afirmación. Frances salió tan apurada que no notó a la vecina nueva. Pero la vecina nueva sí la había notado:

- Oye.

Francesca ya estaba a una casa de distancia cuando se dio vuelta a mirar quién la había llamado. Una chica pálida, de un gran cabello pelirrojo, la alcanzó con una regadera en las manos.

- Te he visto antes. –añadió, mirándola de pies a cabeza.- En la calle. ¿Tocando la guitarra, quizás?

- Si, yo. -Frances no podía ocultar la sorpresa: por primera vez, alguien la estaba reconociendo.- ¿Nos hemos visto antes?

- Eh, no, yo llegué aquí hace unos días. –la pelirroja señaló a la casa de donde venía, la celeste de una sola planta que estaba pegada a la de Frances.- Pero te he escuchado. Me gusta cómo cantas.

- Oh. –ella no se había percatado de la llegada de sus nuevos vecinos. Se sonrojó un poco por el cumplido.- Gracias. Es un placer conocerte.

- El gusto es mío. –la pelirroja tenía una hermosa sonrisa.- Soy Desireé.

- Francesca.

Ambas se estrecharon las manos, en un gesto de saludo. Frances casi olvidó por qué había salido de su casa.

- No tengo mucho tiempo, tengo que correr... ¿Hablamos luego?

- Seguro –contestó Desireé-. Deberías ir a conocer la casa. ¿Mañana, quizás?

- Por supuesto. ¡Hasta pronto!

Y dicho esto, Frances se fue corriendo. Mientras corría, tomó una nota mental: "Conocer más a Desireé".

La Reina de los AcordesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora