Capítulo 1

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Debería ser un pecado capital o al menos un delito mayor tener una alarma a las siete de la mañana en domingo. Es horrible tener que obligar a tu cuerpo adormilado a levantarse cuando es obvio que su única voluntad es seguir tendido en la cama sin ninguna diligencia, por desgracia no puedo darme ese lujo, mi madre necesita de mi apoyo para hacer los quehaceres de la casa mientras ella atiende a los tiernos viejecitos de su asilo.

Mi madre, Valerie Brown, una mujer delgada, de ojos marrones, cabello delgado pero perfectamente rizado y una hermosa tez morena clara, es algo así como la enfermera y encargada del asilo donde trabaja. Lleva más de veinte años siendo parte de esa comunidad que la ha necesitado de día y noche, incluso podría decir que la necesitan más que yo, pero gracias a los cursos intensivos de mi madre y de la compañía de mis dos mejores amigos he aprendido a ser autosuficiente. Claro que la idea de pasar mi último día de vacaciones haciendo el aseo de mi casa no es exactamente como me hubiese gustado aprovechar mi descanso antes de que inicien las clases.

- ¡Jordan! ¡Es hora de levantarse!-aún aturdida escuchó los gritos de mi madre provenientes desde la cocina.

Ni siquiera me he molestado en sacar una mano del edredón para apagar la alarma de mi teléfono que sigue sonando sin parar con un irritante timbre. Todo mi cuerpo parece no querer obedecer a mi cerebro, pero ¿Qué puedo hacer? Ayer me desvele limpiando la cocina y terminando de lavar la ropa, era obvio que hoy amanecería con más pesadez de lo normal. Además, estaba muy cómoda y calientita entre todas mis cobijas y no estaba lista para desprenderme de mi sueño.

Poco a poco sentí mis ojos cerrarse involuntariamente y justo cuando creí que podría volver a soñar, sentí como un pequeño bulto brincaba sobre mi cama. Hice caso omiso a la presencia de ese torbellino, pero no tardó mucho en colocarse a un costado de mi cabeza y comenzar a rascar intensamente el edredón, tratando de removerlo de mi cara.

- Está bien, está bien- gruño soñolienta, quitándome el edredón. -Ya desperté.

Una cálida lengua comenzó a lamerme todo el rostro y aunque no tenía una visión clara aún, no me cabía la menor duda de que se trataba de mi hermoso Morris, un pequeño schnauzer plateado con ojos de osito de peluche.

- Ya me despertaste, ¿estás contento?

Me responde con un simple ladrido, dejando la lengua de fuera mientras jadea. No pude evitarlo y sonreí al tiempo que rascaba levemente detrás de su oreja izquierda.

- Jordan Brown más te vale estar despierta.

Escucho la voz de mi madre detrás de la puerta de mi habitación antes de que la abriera.

- Sí mamá, ya me despertaron-digo de mala gana.

Admito que amanecí de mal humor, pero en cuanto mis ojos vieron aquella bandeja de madera que mi madre sostenía entre sus manos, no pude seguir con la misma actitud, no después de oler el increíble aroma del pan francés recién hecho.

- ¿Eso es para mí?- digo con voz cantarina.

- Así es, pero no te acostumbres- advierte. -Esta es mi forma de agradecerte por el trabajo extra que hiciste.

- No sé de que hablas.

En cuanto mi madre se acercó más a mí, me siento en la cama y tomo la bandeja en mis manos, depositándola sobre mis piernas.

- Cariño, por favor- me dedica una mirada acusadora mientras se sienta en la orilla. -¿Te crees que no vi mi ropa lavada, planchada y doblada?

- Mamá, yo...

- No tienes que decirme nada- me interrumpe. -Sé que todo no esto no es fácil de manejar desde que tu padre se fue y que tu adultez ha sido más complicada, pero aun así quiero decirte o demostrarte cuanto significa tu apoyo para mí.

Un día para recordar (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora