Dinosaurios

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Quería decir que las horas de sueño cada noche eran suficientes, pero sus pápados pegados con telaraña a sus cejas para no quedarse dormido mientras estudia biología le hacían caer en cuenta de su trágica realidad. El reloj marcaba las dos de la madrugada y todavía le faltaba estudiar el último tema que tocaron en clase: Biomoléculas. 

Malditas biomoléculas. Maldita escuela. Maldita biología. 

Lo que más le pesaba era el hecho de que ese día, tendría que hacer el desayuno, y despertarse una hora antes de lo usual. Adiós, lindos días donde dormir era parte de la rutina. Los extrañará.

Creía que nada podía hacer que su estabilidad se vea más afectada de lo que ya está. Pero, un agudo grito lo hizo prestar más atención a su alrededor. Algo estaba pasando, y muy cerca de su casa, maldito sentido de la responsabilidad. 

Apagó la música de su teléfono, con rapidez y entre tropezones se puso su traje. Las luces de la calle delatarían su casa, si es que alguien lo ve salir. Por eso, decidió dejar abierta la ventana y en la sombra de esta escabullirse hasta el techo, sumergido en la penumbra que le regalaba la noche. 

Su casa no era muy alta, no podía ver de dónde venía el grito. Por eso, corrió por techos hasta el edificio más cercano, y allí se pegó a la pared y empezó a trepar. Llegó a la punta, y así observó bien los lugares de los que posiblemente provenía ese grito. Agudizó el oído, y así escuchó a tan sólo unas calles de allí más gritos, y ahora eran más personas. 

Saltó de el edificio y con mucha inexperiencia lanzó su telaraña a una construcción un poco más baja, no quería morir estampado como un mosquito. En cuestión de segundos, ya se encontraba en la escena. 

No pudo evitar tener un dejavú, era muy similar al primer crimen que paró. Era un hombre vestido de negro por completo, usando un gorro de lana y una bandana en su boca para proteger su identidad. Disparaba a la calle, sin ninguna dirección. Estaba justo en la intersección de la calle 10 y la 9. Sólo había una señora escondida tras un auto, de seguro era una de las que gritó por ayuda. Parecía que los demás habían corrido lejos. Que bueno. 

Lo más extraño de todo, era que el hombre parecía no apuntar a nada, ni nadie. Sólo disparaba. Hacía ruido y asustaba, cualquiera pensaría que estaba matando a alguien. Sin embargo, no había nadie a quien disparar más que él y la señora. Aún así, no mostraba interés en ninguno. 

Se escabulló por las sombras hasta estar detrás del tipo, hasta estar por completo fuera de su campo de visión. Así, disparó su telaraña a los pies del hombre. Quedó pegado al suelo, sin inmutarse. Se apresuró a disparar al arma. Se quedaría y no podría gastar más balas. Aunque, ¿le quedaba alguna? Qué hacía ahí parado. Cuando el delincuente fue desarmado por esa telaraña viscosa, la señora aprovechó para correr lejos de allí. De seguro fue a su casa. 

El hombre, a pesar de no poder disparar, seguía apuntando a ese punto fijo, sin moverse. 

Yamaguchi se acercó, y le dio un golpe en la nuca, que lo dejó inconsciente. Antes de que se caiga, y se rompa los pies el hombre, lo rodeó de telaraña. Cuando lo vio estable, se alejó un poco. 

Seguía siendo demasiado extraño. El hombre parecía disparar a la nada. Como si lo hiciera de manera automática. No había ni siquiera gente al rededor como para parecer que tenía un propósito de hacerlo. Una persona en su sano juicio no arriesgaría su libertad disparando sin razón a las tres de la madrugada. 

Con la vista seguía intentando encontrar alguna pista, o algo que le dé algo de sentido a toda esa situación tan absurda. Decidió buscar en los bolsillos del hombre, a ver si llevaba algo más que la pistola. 

¿¡Un Héroe!?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora