No importa la edad que tengas, nada ni nadie está seguro en la vida.Los momentos que pasamos con las personas que nos importan, suelen guardarse en lo más profundo de nuestros corazones, y en lo más incognito de nuestra mente. Pese a eso, hay recuerdos que desaparecen, existen momentos que con el tiempo se disuelven entre el aire que nos rodea, o se pierden en cajas de cristal dentro de nuestra mente, los cuáles son reemplazados por otros nuevos.
Ese no es el caso de Marinette Dupain-Cheng.
No importa los días que pasen, siempre hay un momento en el que la bella azabache de ya diecinueve años, recuerda a una versión más joven de ella y a un rubio de su misma edad, jugando a ser un superhéroe con máscara y disfraz.
Su corazón aún lo extrañaba.
A veces sentía que no había pasado mucho tiempo. De repente un recuerdo le llegaba y le hacía soltar una risa vaga mientras ayudaba a atender a los clientes de la panadería de su padre, o había instantes en donde se le ocurría diseñar algún traje en honor a ese pequeño para alguno de sus proyectos de universidad.
Parecía que fue ayer cuando lo conoció.
Era un martes según su memoria recuerda. Estaba aburrida de ver la puerta de la panadería abrirse y cerrarse, y de la campanita sonar a cada llegada de un nuevo cliente.
Sus padres solían obligarla a estar ahí con ellos, pues era bien sabido que Marinette Dupain Cheng no era la niña mejor portada o la menos traviesa, al contrario, esa niña tenía pilas que se recargaban solas.
Soltó un suspiro, y siguió coloreando en su hoja de papel. Ya había realizado sus deberes, y desde que sus padres la regañaron por rayas las paredes, le tocó aprender a las malas a usar hojas de —evidentemente— menos de dos metros, cosa que no le hacía mucha gracia. ¿Cómo esperaban sus padres que pudiera plasmar toda su imaginación en una hojita tan sencilla y delgada de papel?
—Hola, Marinette —saludaban algunos de los clientes, a lo que ella respondía estirando sus labios, y apenas tenía oportunidad volver a fruncir su ceño y sus labios.
Todavía no conocía que esa acción podía llevar por nombre la palabra hipócrita plasmada, pues mostraba una felicidad que genuinamente no sentía.
Lo único bueno de estar en la panadería, era que podía estar tirada en el suelo, escondida tras el mostrador observando el dinero que ingresaba a la caja registradora, aquella que sus padres siempre le decían que algún día, si ella lo deseaba, le pertenecerían.
¿Cómo no podía desear tener ese dinero? ¡Compraría miles de dulces! ¡No! ¡Mejor aún! ¡Muchas muñecas para poder crearles tantos vestidos como quisiera!
La cuestión es que nunca entendió como conseguiría ese dinero, pues los adultos siempre le respondían con un: Lo entenderás cuando seas grande.
¿Y qué significa ser grande? ¿Qué era crecer y por qué las personas se preocupaban tanto por eso?
—La, la, la —empezó a tararear, mientras continuaba con sus dibujo miniatura— Soy una taza, una tetera...
El fuerte ruido de algo caerse le hizo dar un brinco en su lugar.
Como buena niña, curiosa del estruendo, se puso de pie con ayuda de sus manos, y corrió a observar como una bandeja de plata había caído al suelo con varias piezas de pan recién horneado.
—¡Oh, no! —exclamó asustada, cubriendo su boca con sus manitas. Ese pequeño incidente para ella era muy sorprendente.
—Lo lamento mucho —se disculpó el viejito apenado, intentando agacharse para recoger el pan— Se me ha resbalado de las manos.
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The scary little kids [MLB] MAYO MARICHAT.
FanfictionEs común que los niños aprendan más de la experiencia que de la teoría. Dirán mentiras sin saber que lo hacen, sentirán tristeza expresándolo en lágrimas y reirán con gozo, dejándose llevar por aquello llamado: felicidad. Chat Noir; decía llamarse a...