La lealtad de la daga

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Cian andaba cerca de Melione por las calles concurridas de la ciudad. La cual estaba comenzando a engalanarse para festejar Feasgar. Las guirnaldas coronaban las fachadas de los edificios y luces luminosas hechas de magia brillaban sobre las copas de los árboles que crecían cerca de los caminos que atravesaban la ciudad. El bullicio de la gente iba en aumento mientras se acercaba el día señalado. Solo quedaban unos días para que se celebrara la fiesta y todo el mundo quería comprar los regalos y encargar la comida para la gran cena que acontecía en cada casa, por muy humilde que fuera.

Sonrió al ver como Melione llevaba la bufanda y los guantes que había comprado para ella, y que él también llevaba a juego. La joven miraba con nuevos ojos cada rincón de la ciudad, atónita por todo lo que veía. Él se preguntó cuántas fiestas había visto a su edad y cuantas le quedarían por ver, ahora que sabía que era inmortal.

La idea de que Melione fuera como él le rebasaba el pecho. Era de las mejores noticias que le habían dado en la vida, porque eso quería decir que tardaría muchos años en perderla. Ahora que sabía que su vida era mucho más longeva no tenía miedo al futuro. Por muchas reinas locas que hubiera en el camino, se rió ante su pensamiento.

Era un día muy invernal para ser otoño, el cielo estaba gris debido a la lluvia y el frio golpeaba como dagas la piel que estuviera desnuda, pero Cian no podía dejar de pensar que Melione emitía una luz cálida a su alrededor. Parecía una auténtica reina dado que todo el mundo que la veía se quedaba atónito mientras la contemplaba.

Aún recordaba como el otro día había saltado por el balcón para irse a jugar con un grupo de chavales. La felicidad de sus caras al verla había sido real. Y en la plaza mayor había congregado a familias enteras para jugar todos juntos. La energía y la vitalidad que derrochaba era lo que necesitaba su pueblo, el cual había sufrido tanto bajo la tiranía de la reina serpiente de hierro.

Ella no necesitaba alzar la voz, ni ropa elegante, ni ir en un precioso corcel para que el pueblo la amara y la respetara. Ella sola se había ganado el título que ostentaba, ni por estar casada con quien estaba ni por ser hija de quien era. Su luz no tenía que ver con nada de lo que la envolvía, solo con su alma pura y cristalina. La cual comenzaba a entreverse bajo toda la tristeza, rabia y temor que una vez había llenado su corazón. La verdadera Melione, la que le había enamorado, la que él sabía que se escondía bajo toda aquella coraza era la que ahora recorría las calles de la ciudad. El faro de luz que guiaría a su pueblo a un futuro próspero y resplandeciente.

Antes de que se diera cuenta Melione estaba hablando con un puesto de la calle. Un herrero exhibía un par de dagas colgadas del techo de lona de su humilde puesto y ella las contemplaba como si estuviera viendo un ramo de flores. A veces se olvidaba de lo agresiva que podía ser cuando se lo proponía.

―¿Os gusta lo que veis?―apoyó su mano contra su espalda.

Melione sonrió de oreja a oreja y asintió con fuerza.

Corona de venganza y magia ancestral [Legado Inmortal 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora