La furia en su mirada

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Los pies descalzos de la joven hembra golpeaban con impaciencia el suelo frio de su habitación

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Los pies descalzos de la joven hembra golpeaban con impaciencia el suelo frio de su habitación. El aire silbante del invierno se colaba por las pequeñas rendijas que se formaban en la piedra que conformaban las paredes y creaba pequeños remolinos dentro de la habitación, eso provocaba que en cada rincón la temperatura cambiase.

Ella estaba sentada en su silla de oro mientras observaba como la criada cepillaba su dorado cabello, sus ojos verdes no dejaban de observar cada acción que hacía la hembra, pendiente de cualquier mal movimiento. No le gustaba cuando los criados se equivocaban o hacían algo que no debían hacer. Sus padres y hermanos eran muy permisivos, pero ella no deseaba  ningún error en su presencia.

Sus piernas finas y delgadas se movían con impaciencia debajo de su vestido del color de las hojas marchitas, mientras esperaba que la puerta se abriera. Quería saber qué era lo que se estaba tejiendo dentro del castillo, aquel día era un momento importante en la historia de Emyerald y ella quería estar presente en todos los detalles. Pero como una hembra joven la tenían apartada de los movimientos y acciones importantes que se llevaban en el reino y sobre todo cuando se trataba la política territorial. A ella la dejaban junto a su madre, relegada a supervisar la decoración y la comida del castillo. Y odiaba todo aquello, porque ella sabía que era mucho más válida que sus otros hermanos, que no tenían el suficiente cerebro ni visión para dirigir el reino.

Pero ahí estaba, esperando a que su madre fuera a por ella como si se tratase de un regalo. La enfurecía cuando hacían eso como si no tuviera ni voz ni voto, como si solo fuera una cosa que admirar y tener en un pedestal para que se viera bonita y grácil.

La sirvienta terminó de cepillarle el pelo y le colocó una simple tiara sobre el cabello trenzado. Algún día, se prometió, ella llevaría la corona de Emyerald sobre la cabeza y sería la pieza más mortífera y temible de toda su colección.

Su madre entró en aquel momento, la sirvienta se inclinó para recibirla, pero ella ni se movió de la silla. Levantó sus finas cejas al observar el estúpido vestido que llevaba su madre, lleno de abalorios y cristales. Otro trofeo que enseñar a los visitantes de aquel día, pensó. Ella estaba triste con su madre, porque sabía lo poderosa que era, pero jamás había aprovechado sus dotes mágicas para dirigir el reino que tan mal llevaba su marido. Sentía repulsión por la fragilidad que demostraba su madre y por lo sumisa que era. Ella jamás sería así.

―Estas muy hermosa, hija mía.

No le respondió mientras se levantaba de su silla y ambas salían de la habitación. Caminaron hasta las escaleras al final del pasillo y ambas bajaron hasta el primer piso donde estaba dispuesto un gran banquete para recibir a los invitados. Cuando llegaron a la puerta principal los guardias que vigilaban el lugar les abrieron las puertas.

Mientras caminaba observó a su padre sentado en la mesa mientras hablaba con su primogénito Coylle, mientras sus otros tres hermanos hablaban entre sí. Talam y Olic dejaron de hablar en el acto y Fuary la miró con sus ojos verdes tan fríos como el hielo.

Corona de venganza y magia ancestral [Legado Inmortal 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora