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Arthit se despertó casi de un salto. Sintió que iba a caer, pero sonrió al notar que los brazos de Kong aún le rodeaban, aunque le ponía de malas haber despertado.

Porque además, para su mala suerte, era día laboral y eso significaba no poder pasar mucho tiempo en brazos el uno del otro. Por eso mismo, Kong estaba despierto ya, sólo disfrutando de esos últimos minutos antes de tener que levantarse de la calidez de su cama y de su abrazo.

—Hmm, ¿estás bien? —le murmuró al notar su despertar tan exaltado. Se acercó a su rostro para darle un beso en la sien.

—Sí, sí... Es sólo que sentí como si me fuera a caer. Estaba soñando algo y mmmhh... —se acurrucó aún contra su esposo sin una pizca de querer levantarse.

—Tranquilo, ya estás en mis brazos. Yo nunca te dejaré caer —le atrajo más a él para seguirle dando besitos, ahora en la frente y en la nariz.

Arthit asintió con un pequeño puchero por despertar así.

—Ni yo a ti, mi luna... —murmuró.

—Ooii... —susurró, riendo suavemente. Sintió sus mejillas sonrojarse un poco. —Hace un rato, soñé contigo llamándome justo así: tu luna —sonrió debido al dulce apodo. Kong no se acordaba exactamente de qué fue su sueño, sólo recordaba las emociones en él.

—Eso eres... —El sueño le estaba empezando a vencer de nuevo. —Mi... luna..

—Mmm, oye... —le tocó la nariz y luego pinchó su mejilla— no te duermas de nuevo... No falta mucho para tener que levantarnos —le recordó con no mucha alegría. —Mejor vamos a bañarnos...

—No, no, no... —murmuró con mucho pesar y sólo se acurrucó más.

Esa mañana, se quedaron en cama unos minutos más antes de entrar a la ducha y resignarse a tener que ir a trabajar.

—No pongas esa carita, mi sol —Kong le dijo a su mayor cuando iban ya de salida de su casa para que Arthit tomara el autobús al trabajo. Se detuvo antes de llegar a la puerta y le tomó de las mejillas. —Creí que los besitos de hace rato te motivarían lo suficiente...

El mayor negó con una mueca de tristeza.

—Me motivan... pero no son suficientes, nunca son suficientes para mí —se acercó para darle un besito.

Ese beso lo correspondió Kong entre suspiros y sonrisas. Él tampoco quería separarse aún, deseaba quedarse con su esposo por más tiempo y bañarlo en besos y abrazos.

—Vamos... o perderé el autobús —el último beso fue más fuerte que los demás. —Anda, mi luna...

—Yo... yo te llevo hoy... —le siguió con sus labios, en busca de más de esos besos que le elevaban hasta las nubes. Le rodeó el cuello con sus brazos. —Ahora soy yo quien dice que tus besos no son suficientes...

Arthit empezó a reír por esa decisión de su esposo, pero no se alejó, sino correspondió al besos que le siguieron.

—De acuerdo, entonces creo que me puedo quedar un poco más —le emocionaba ir de nuevo con Kong en el auto, tomarle de la mano y que le robara besos en los semáforos.

—Lo aprovecharé... —susurró, esbozando una enorme sonrisa coqueta mientras sus dedos iban a la correa del maletín de Arthit, el cual tomó para dejarlo con cuidado contra la puerta.

Después, con suaves empujones le guio lejos de ella, hacia el sofá más cercano donde le sentó y, tomándole por los hombros, Kong se trepó a horcajadas sobre su regazo, listo para robarle muchos besos más a su esposo.

VIII. Escala Danjon - A.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora