Capítulo 9

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No puede dormir, otra vez. —Soy capaz de escuchar las cuerdas de su guitarra en su habitación. Siempre practica cuando su cabeza realmente no la deja en paz.

Lo sé.

Es casi como si ella volviera.

¿La verdadera Marlena? —Asintió.

La extraño.

Yo también, Gio.

A veces siento que esto no es correcto.

¿Separarnos?

No, haber estado juntos. —Me miró y yo fruncí el ceño.

¿Nunca te enamoraste?

Lo hice, pero a veces siento que sigues enamorado de Marlena.

Yo me enamoré de tí, Giorgia.

¿Y entonces por qué carajo sigues escribiéndole?

No sólo es para ella, es para mí.

Damiano, no va a leerlo y lo sabes.

Giorgia, no empieces con esto otra vez. Yo a tí te amo y te he amado siempre.

Sí de verdad... —Su voz se vió interrumpida por el golpeteo en la puerta. Ni siquiera había notado que la guitarra había cesado.

Pasa, ángel. —La pelirroja abrió la puerta sigilosamente con Venus en brazos. No se atrevía a mirarme a los ojos cuando nosotros discutíamos. —¿Qué pasó?

¿Pueden dejar de pelear por favor?

Pequeña nos vamos a separar. —Sus brazos perdieron la fuerza y la gata cayó al piso. Afortunadamente, porque es un gato, cayó parada.

Pero no te preocupes, Marle, eso no quiere decir que no podamos compartir algo todos juntos.

No quiero escucharlos, yo sólo quería dormir. —Se dió la vuelta y se retiró.

Fuiste muy fría.

Fuí como tu Marlena, fría. —Suspiré y me levanté de la cama. Dejé mi libro sobre la mesita de luz. Toqué la puerta de su habitación. Estaba guardando su guitarra en su estuche.

Amor mío. —Sus ojos me miraron, directo a los míos, llenos de furia. —¿Qué sucede?

Vete, quiero dormir. —Asentí. No debo presionarla cuando no quiere hablar conmigo, sé que lo hará mañana. Conmigo o con Gio, sinceramente sólo quiero verla feliz. Me acerqué a ella y la tomé de las mejillas. Besé su frente con ternura, con ese gesto no puede alejarme, es mi llave para tener contacto físico cuando no quiere. Es el único gesto que no me rechaza. Peiné sus mechones pelirrojos detrás de sus orejas.

Te amo, mi ángel. Te amo con mi alma, eres lo más importante para mí.

Yo a tí. —Me abrazó por el cuello. Los abrazos de Marlena eran, son y siempre serán eternos.

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Había conducido durante alrededor de una hora para llevar a Marlena a la playa. Me había pedido ir hacia el atardecer, y ¿Cómo negarme? Hacía semanas que estaba mal. Cada día era peor. Cuando había sol no era capaz de levantarse de la cama, ni siquiera para ir al baño a veces. Y durante la luna el insomnio la acechaba.

Mi ángel estaba hecha un zombie. No comía. No dormía. No se podía mover. Estaba aún más callada que de costumbre. Así que cuando me lo pidió, no dudé un segundo en hacerlo. El mar era una de sus cosas favoritas. De hecho se lo había tatuado. "El mar y las palabras son hermanas", no comprendí realmente el significado hasta mucho tiempo después.

Llevaba un bikini negro que contrastaba a la perfección con su piel pálida. Marlena le tenía miedo al sol también, a quemarse la piel, el fuego era como el mar según ella. La noche también. Nada era seguro realmente. Caminó tranquilamente hasta la orilla.

Me senté sobre la manta roja y blanca cuando mi celular sonó. Era Thomas. Estaba completamente en crisis por mi chica, quién había decidido pasar la mayor cantidad de tiempo posible los cinco juntos. Muchas veces su alzheimer estaba acompañado de confusiones, sumado a su ansiedad, daba como resultado un sentimiento demasiado para ella.

Marlena comenzaba a olvidar tanto el pasado como el presente, detalles importantes que la verdadera no olvidaría jamás. Olvidó mi cumpleaños, el de Thomas, incluso el de Vic, pero no podíamos culparla, no era intencional. Su cerebro confundía todo, los días de la semana, las fechas, eventos realmente importantes incluso para su trabajo. Habían transcurrido siete meses desde que todo esto había comenzado.

La ficha me había caído realmente dos semanas atrás, cuando Giorgia vino a casa. La mayor contaba con las llaves de nuestro departamento, así que solía venir sobre todo cuando la pelirroja estaba sola. Estaba tomando un té en la cocina cuando escuchó la puerta abrirse. La mayor avisó su llegada, aunque no sirvió de mucho.

Se escondió en una esquina con un cuchillo en mano. En su cabeza vivía sola. Ni siquiera reconoció su rostro en un primer momento cuando la vió. Para ella era sólo una persona vagamente parecida a sí misma que buscaba lastimarla. Los vecinos se alarmaron a escuchar la, ya conocida, voz de Gio gritar y oírla correr por el departamento rogándole a la menor que no la apuñalara.

Milagrosamente llegué cinco minutos después y logré tranquilizarla. Me costó convencerla, pero rebobinó y volvió a ser ella. Bueno, de alguna forma.

Apagué mi teléfono y suspiré. Miré hacia el desierto mar buscando a la pelirroja en el agua. Me paré de mi lugar e inmediatamente la divisé caminar hacia el fondo. Automáticamente comencé a correr hacia el agua. La desesperación me inundó de una manera en ese momento, que juro que aun hoy en día puedo sentirla en mi pecho. Estaba varios metros hacia el fondo, el agua ya le llegaba por los hombros, y realmente en ese momento, me preguntaba si esta mujer no estaba loca.

¡Marlena! —Comencé a gritarle, pero no parecía escucharme. Me gustaría saber si no lo hacía, o no quería sinceramente. —¡Marlena, deja de caminar! —Comencé a nadar con mis brazos lo más rápido que me pude.

En ese momento apareció una ola gigante. Me metí dentro, pero al salir no la veía por ningún lado. Salió a respirar desesperada a la superficie, aunque no parecía estarlo por hacerlo realmente, cómo si su cerebro luchara por hacerla sobrevivir, pero su corazón esperara que se hundiese.

Nadé rápidamente hacia ella y la tomé por la cintura con un brazo mientras que luchaba por llegar a la orilla. El agua nos estaba tragando a ambos, mientras que la desesperación por sacarnos a los dos con vida me estaba consumiendo por dentro. Marlena estaba en automático, sentía que cargaba peso muerto, aquello me aterraba, me aterraba mirarla, aunque sabía que estaba viva.

En algún momento pisé la arena en el fondo y todo comenzó a tornarse más fácil. Apreté mi agarre en su cintura y comencé a nadar con mayor intensidad. Tragué muchísima agua, pensé que moriríamos ambos allí, lo pensé muchas veces, estábamos demasiado adentro.

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