Todos los cuerpos.
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—Marlena. —Murmuré con una sonrisa luego de abrir la puerta. Una sonrisa cálida, como a ella le gustaban, dejaba ver mis encías. Me daba cierta inseguridad hacerlo, pero sabía que a ella le encantaban aquellas sonrisas de gomita. —¿Cómo estás, amor mío? —Me acerqué a ella sentándome sobre la camilla. La pelirroja me miraba sin expresión alguna. Observó el reloj de agujas colgado de la pared para intentar evitarme. —Marle, nena. Háblame, por favor. —La preocupación me invadió de inmediato. Sus ojos chocaron con los míos. Los café ahora no tenían escapatoria.
—Eh... no lo sé.
—¿Te pasa algo? ¿Quieres que llame a la enfermera? ¿Quieres que...? —Hablaba con nerviosismo; a cada segundo empeoraba un poco más.
—Eh, no... —Inhalé una gran cantidad de aire, el cuál me había costado inspirar por culpe de mis pulmones dañados por el cigarrillo. —Discúlpame, pero... ¿Quién eres? —Mi respiración se cortó. Mi peor pesadilla estaba sucediendo. Comencé a entrar en crisis. Marlena no podía estar jugándome una broma así. No. Ella no era así.
—Por favor, Marlena, no me hagas esto. La tomé de las manos mirándola con lágrimas en los ojos. —Te lo ruego, no juegues así.
—Es que no sé quién eres. —Dijo con la voz preocupada.
—Amor, por favor, soy yo, Damia. Soy tu novio, nena. Soy yo, gatito. —El pánico que sentía salía de mi boca con mis palabras. El nerviosismo del momento me estaba comiendo vivo. No podía estar sucediendo. Me estaba volviendo loco simplemente. —Ángel mío, te desmayaste y te traje aquí, ¿Qué sucede?
—No sé quién eres, perdóname. —Juro que ese fue el día que Marlena murió.
Mi Marlena murió un par de meses después de ser diagnosticada con alzheimer. A día de hoy trato de comprender qué sucedió. Cómo. Cuándo. En qué momento. Incluso si ella seguía en la tierra como cualquier otro, parecía sin vida.
No tenía motivaciones, no tenía amigos, familia, pareja, recuerdos de su infancia. Sólo existía. Trataba de ayudarla a recordarle quiénes eramos las personas a su alrededor, pero simplemente no podía comprenderlo. De alguna forma una pequeña esperanza existía en mí. La de revivir nuestra historia; reescribirla; repetirla.
Marlena falleció un 26 de octubre. Las personas que la conocían utilizan ese término. Ella eligió matarse. Se tiró del balcón cuando no estaba. Una de esas tantas idas y vueltas del trabajo en las que pasas días fuera de casa. Eran las 5 de la mañana y a duras penas el rayo de luna iluminaba el camino.
Recuerdo bajarme del auto y ver un cuerpo familiar en la acera. Se partió el cuello cuando impactó contra el suelo. Incluso hoy en día recuerdo exactamente lo que era levantar casi 47 kilos en mis brazos. Porque a duras penas superaba los 50 en sus mejores épocas. Tratar de despertarla. Ver los rasguños del asfalto en su rostro y cuerpo. Gritar por ayuda y no tenerla.
Aquella noche no llovió como en las películas, todo lo contrario, no llovió por más de dos meses seguidos. Y así me sentía, seco, vacío por dentro. Ver a Marlena tirada en el piso, ni siquiera agonizando, me producía ese sentimiento con parecido al del cielo. Había muerto nueve minutos antes de que llegara. Vivíamos en un noveno piso, el cual tuve que abandonar por mi propia salud mental.
Incluso escribiendo esto hoy en día, se me eriza la piel de sólo pensarlo. Sus labios azules y el frío en sus manos. Más que de costumbre. La ligereza y pesadez de su cadáver envuelto en mis brazos. La facilidad de levantar un cuerpo sin alma, sin preocupaciones, sin miedos, sin torturas de su propia mente. La pesadez que el mismo le producía por la falta de control. De alguna forma eso era lo que la había desbordado contrariamente: el control excesivo sobre su persona la hacía perderlo.
Comencé a gritar, no recuerdo qué, aunque claramente no recibí ayuda. No como yo la esperaba. Yo no quería un médico, no quería que emergencias se la llevara. No quería terminar en un hospital. Sólo quería que Marlena me escuchara, que despertara. Necesitaba que se diera cuenta de cómo nos condicionaría a todos.
Marcó un antes y un después en la vida de todos. Más que cuando empezamos a notar los verdaderos síntomas.
Me condenó. A Victoria la maldijo. A Ethan lo dejó solo. A Thomas callado. Y a Giorgia sin rumbo.
Lo que parecieron ser horas sentado en la sala de espera del hospital, otra vez, fueron minutos demasiado largos. Fue egoísta no llamar a nadie hasta que me dijeran que ya no había nada más por hacer. Todavía no sé cómo describir lo que sentía.
El nudo en el pecho. La soledad. El puto silencio jamas me había molestado tanto antes. Estaba acostumbrado a él, aunque no se sentía igual. Creo que esa fue el hecho bisagra que me hizo cambiar. El miedo a las alturas, tomar té en lugar de café, el miedo que sentía a cualquier acción en la que la viera. Recuerdo que llamé a Giorgia primero, tenía prioridad sobre los demás por su relación con Marlena.
Recuerdo estar tirado en el piso de mi departamento, moribundo. Llorando como un niño, un niño que había perdido aquello que más quería. Me odié en ese momento por no haber hecho lo suficiente por ella. Por no haberla cuidado mejor. No haberla motivado más. Por no haber puesto más de mí en ella. Me sentía culpable de no haber podido sacarla adelante. Con el tiempo me dí cuenta de que yo también me estaba muriendo por dentro, aunque mi orgullo no me lo dejaba ver. Me desviví por Marlena, y no pude salvarla.
Te juro que incluso hoy me pesa como si tuviera una piedra en el pecho. Un hilo atado al ombligo que no me deja seguir caminando. Un espejo que me muestra constantemente el pasado que no pude lograr. Vuelve el eco deformado de algún dolor, al que no le solté la mano.
El silencio tras la línea fue un golpe bajo. Esa noche vino a la que ya era mi casa en busca de consuelo. Ahí comenzó nuestra historia. Victoria comenzó a odiar a Marlena, a lo que ella llama el ideal de la misma, la romantización de su persona. Ella sí era su musa también, pero no de la misma forma. La pelirroja representaba todo a lo que yo quería saber, para la rubia la guía de a qué escaparle. Thomas tomó su recuerdo como musa, encontrar una "nueva mejor amiga" que pudiera remplazarla. Encontró a Vic, pero no a otra Marlena. Ethan perdió su infancia, para él, ella significaba el recuerdo que condicionaba su futuro, uno inexistente seguridad ahora. Y yo... encontré otra Marlena.
Giorgia tenía muchas similitudes, pero también muchas diferencias. Dos polos opuestos, como me había afirmado la menor. Por supuesto que la morena no tenía problemas psicológicos como ella. Eran más bien... físicos.
Aprendí mucho de ella, estuvimos más de 10 años juntos. Con el tiempo comencé dejar a mi musa de lado, y concentrarme más en mi actual novia. Aprendí a vivir el amor de una forma más adulta, y no tan idealizada. Más romántica; más cercana; más abierta; más sexual. Incluso si la añoraba, ya no sentía necesitarla. Error. Siempre la necesité, y la sigo necesitando. Caí en cuenta cuando Gio quiso tener un bebé. Ese fue otro momento bisagra en mi vida.
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Torna a nostra Casa
RastgeleDamiano siempre había considerado a Marlena su musa. Cuando esta comienza a desvanecerse, él hace todo lo posible por salvarla. Incluso si eso conlleva perderse a sí mismo en ello. • Damiano David fanfic. • Historia finalizada. • Esta historia es p...