Capítulo 11

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Trataba de escribir algo, cualquier cosa. Los chicos llevaban semanas rogándome para que les diera una letra, algo, no importaba qué. Ellos avanzaban con la composición de alguna que otra canción, pero yo llevaba en blanco desde noviembre, y ya estábamos en julio. Tal vez el estudio no era el mejor lugar para hacerlo.

Esa habitación era de ambos, guardamos aquello de lo que eramos aficionados, era como tener una habitación adulta y una adolescente al mismo tiempo. La mayoría eran objetos de nuestra infancia y adolescencia. Dos años de diferencia no eran mucho. Sinceramente ver la colección de vinilos y discos de Marlena me dolía. Al girarme veía sus muñeca en la repisa. Me senté en el piso y ví su vieja guitarra a mi derecha. Había cosas mías por supuesto, pero en ese momento no podía verlas.

No era capaz de ignorar a Marlena en cada rincón de mi casa. De cierta forma era lógico, vivía conmigo, pero no quería pensar en ella. No quería deprimirme. No quería preocuparme. Me dolía tener que desconocer al amor de mi vida, tener que ayudarla a reencontrarse. Marlena me estaba hiriendo sin siquiera darse cuenta. Respiré ondo y llevé mis manos a mi cara. Traté de acariciar mis facciones con tal de distraerme y calmar mis emociones.

Algo hizo click en mi cabeza. No debía evitar el dolor, debía sentirlo. Sentirlo era calmarlo, expresarlo era aceptarlo; ese era el camino a dejar de sufrir por ella. Comencé a pensar qué me distraía de la tristeza. Sinceramente no lo sabía, aun no lo sé. Aunque sí sabía que ayudaba a Marlena: bailar.

Parece estúpido para algunos, pero para ella era poner su mente en blanco y dejar que los sentimientos que la canción le prestaba se expresaran a través de su cuerpo, era sobrevivir al momento. No importaba cómo, pero ella bailaba, a veces se asemejaba a algo más lírico, más movido, o incluso un estilo más despreocupado, pero lo expresaba con el cuerpo.

Me costó entender cómo Marlena comunicaba lo que quería decir. En un principio no la entendía. Las palabras jamás fueron lo suyo, pero sus gestos sí que lo eran de alguna forma. Sus acciones, sus movimientos, cada pequeño detalle que hacía demostraba sus emociones. Recuerdo dudar de lo que me decía Thomas sobre ella.

Insistía en que ella estaba enamorada de mí, a tan sólo dos meses de conocerla no creía que Marlena fuera capaz de expresar verbalmente un sentimiento tan fuerte como ese. Además, tenía experiencia en tragarme las mentiras del rubio. No iba a dejar que se riera de mis sentimientos por ella, ya que yo también le había dicho que estaba enamorado de ella.

Desde siempre me he acostumbrado a hablar en exceso sobre todo, pero no de mis sentimientos. Mis emociones estaban enjauladas en mi pecho bajo la llave de mis traumas. A pesar de haber crecido en una familia afectiva y abierta de mente, la sociedad sexista terminó por hacerme reprimir todo. En mi casa se me permitía llorar, sobre todo mi madre, fuera no.

Recuerdo cuando tenía seis años y me caí jugando en el patio al futbol. Me tropecé con mis propios pies, o la pelota, ya no lo recuerdo bien. Caí de rodillas al cemento lastimándome, obviamente comenzaron a sangrar. No fue algo grave, o que no pudiera solucionarse con un poco de alcohol y una tirita, pero como niño de seis años me hizo sentir dolor el propio golpe. Comencé a llorar por ello, y todos los demás niños y niñas me rodearon mientras me miraban con atención. Como si nunca hubieran llorado ellos también.

La maestra me levantó tomándome del brazo bruscamente y me llevó con ella dentro del aula mientras el resto de niños seguían jugando. Recuerdo como me regañaba mientras me limpiaba las heridas. "Los niños no lloran, ¿O acaso eres maricón?", creo que era un comentario muy fuerte para un niño de seis años. Creo que ese fue el día en el que dejé de llorar sin culpa cuando estaba feliz, triste, emocionado o incluso de la risa.

Marlena tal vez podía llorar a diferencia de mí, aunque ella también sintiera culpa por hacerlo, pero no podía decir lo que sentía. Yo puedo, siempre elegí no hacerlo, pero sí tenía esa habilidad. Sus palabras no estaban encerradas en su pecho como mis sentimientos. Las suyas estaban enterradas en algún lugar de su infancia. Nunca supe por qué Ethan y Marlena no eran capaces de hablar más de lo necesario. Giorgia sí puede.

Mi teléfono sonó, sacándome de mi burbuja automáticamente. Me arrastré rápida y torpemente hasta él y contesté como pude sin siquiera mirar el nombre del contacto.

¡Amor!

"Amor" no, soy Giorgia, Lena está aquí. —Todo el aire contenido en mis pulmones se liberó. —Está bien, pero ha sido un día... difícil para ella.

¿Tuvo un ataque?

No llegó, pero realmente está mal, te pido que seas delicado con ella. Te explicaré todo cuando llegues.

Está bien, gracias, Gio.

No hay de qué, Damiano.

Conduje lo más rápido que pude hasta la casa de la mayor. Tenía el corazón en la boca, tratando de pensar por qué la pelirroja no había vuelto a casa, y menos sin decirme que sucedía. Cuando llegué Giorgia me dijo que la habían despedido, supestamente porque ya no servía para el trabajo. Tal vez tuviera dificultades, no lo dudo, la enfermedad estaba bastante avanzada para ese punto, pero sin duda fue un golpe bajo.

A Marlena la habían hecho sentir una inútil toda su vida, y recordarselo de esa forma era destruirla con pocas palabras. Recuerdo verla hecha una bolita aun llorando sobre la cama de la mayor. Me acosté a su lado y la abracé por la cintura mientras besaba sus hombros. No iba a obligarla a hablar.

No quería a esta Marlena, quería a la mía. Aquella que bailaba descansa en el living de casa para olvidar sus preocupaciones. Quiero a la Marlena que me hace feliz, a la que ilumina todo lo que toca. A la despreocupada, no quiero a una Marlena gris. Juro que si pudiera, tomaría su mano y correría con ella hacia algún lugar en el medio de la nada con tal de hacerla feliz. Dejaría todo por verla sonreír genuinamente.

Cuando volvimos a casa estuvo despierta hasta altas horas de la noche. A eso de las tres de la madrugada la obligué a levantarse de la cama. Fuimos al living, y encendí los parlantes, subiendo el volumen sin olvidar que hora era. Se acurrucó contra mi pecho mientras que acariciaba su cabeza con cariño, su respiración tranquila me hacía creer erróneamente que todo estaba bien.

Tienes que ser feliz, mi vida, quiero que lo seas. Quiero que me lleves a bailar, quiero besarte, quiero que seas la más feliz.

A tí no te gusta bailar. —Murmuró en un susurro.

Me gusta verte bailar, y verte feliz aun más. —Besé su frente. —Eres una guerrera, mi amor. Te juro que no conozco a nadie más valiente que tú. Quiero que seas la persona más feliz sobre la faz de la tierra, quiero que me lleves contigo a esa dimensión en la que eres mi Marlena.

Siento que me estoy muriendo, Damia.

Me gustaría decir que recuerdo que canción bailamos, sus movimientos, el volumen de su voz incluso. Pero la última vez que la ví bailar sólo pude registrar su rostro. Su rostro decepcionado, deprimido, cansado. Era una Marlena sin color, una la cuál sólo esperaba no desvanecerse.

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