Capítulo 2

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Caminábamos por las calles de Roma en invierno. Moría de frío. Los cinco grados me congelaba los pies al andar, aunque ella conseguía calentarme el corazón con sus palabras. No era una mujer de mucho hablar, no más que Thomas, pero no menos que Ethan. Tenía mi cabello suelto, al igual que ella. Se lo había cortado hace un par de meses un poco por debajo de los hombros. Una de mis manos llevaba la bolsa de las compras y la otra tomaba la suya. Se paró en seco frente a una casa. Parecía ser una casona antigua, de aquellas que parecían estar ahí desde siempre.

—¿Te gusta? —Asintió.

Quiero vivir en un lugar así. Caminé hasta ella y dejé un beso en su sien, para luego abrazarla por la cintura.

—Cuando terminemos con al menos el primer álbum nos mudaremos. Necesito ganar dinero.

—Lo sé, no es suficiente lo que gano en la oficina.

—Es más que suficiente para el día a día, somos jóvenes, amor, tenemos veinte.

—Siento que a mis veinte no estoy dejándole nada al mundo.

—Paciencia, lo harás, te lo prometo. Además, no tienes veinte, para tus dieciocho es muchísimo lo que ganas. 

Nos quedamos un par de minutos más observando la casa hasta luego comenzar a caminar hasta la nuestra. Al llegar todo se tornó extraño. Marlena estaba bastante desorientada. Los últimos días no podía retener ciertas tareas. Las dejaba a medias sin siquiera darse cuenta de que lo hacía. Olvidaba guardar la jarra luego de servirse. Olvidaba citas importantes con clientes aunque tuviera la agenda frente a sus ojos.

Su confusión cada vez nos afectaba más. Sobre todo a ella. Aquellos pequeños detalles que parecían ser insignificantes entorpecían su diario.

—Señorita, usted padece de alzheimer. —Marlena sacudió la cabeza. Yo estaba sorprendido. No esperaba ese diagnostico. Tal vez que consultara con algún otro especialista, pero no.

—No, doctor. Odio contradecirle, pero no es posible.

—Señorita, esto es en serio. Lamento mucho su diagnostico. Su memoria irá disminuyendo paulatinamente. Lo primero serán cosas como las que usted me comentó: el olvido de fechas importantes, reuniones, confusiones, dificultades para concentrarse. Conforme la enfermedad avance irá olvidando cosas más arraigadas. Llegará incluso a olvidarse de usted misma. —Oí la respiración entrecortada de mi chica.

Cuando daba esas respiraciones profundas sin razón era por su nerviosismo. La ansiedad le había ayudado a aprender a liberar un poco de tensión de esa forma. Salimos de ahí con un silencio mortal entre ambos. No iba a decir nada al respecto, sabía que no quería hablar, y mucho menos escucharme. Quería estar sola sentada en la cama mientras tomaba una taza de té. Necesitaba pensar. La conocía demasiado.

Subimos al auto y me miró. Estiró su mano hacia mi cara, pero sin tocarme. Cuando sus dedos estaban a escasos centímetros se retiró. No le dije nada. La radio llenaba un poco el espacio rompiendo falsamente con aquel silencio. Cuando Marlena estaba llena de emociones no hablaba. Le costaba tanto hacerlo que se pisaban sus pocas palabras desbordándola aun más, era inútil.

Subimos hasta el departamento y sin decirme nada se encerró en la habitación como esperaba. Suspiré. Esto iba a ser difícil para ambos. Lo fue de hecho, pero egoístamente diré que lo fue más para mí. Marlena no lo notó, yo sí, y lamentablemente no podía culparla por ello. Hice su té favorito, con dos sobres de azúcar, como ya había aprendido. Serví algunas de las galletas que habíamos horneado anoche al no poder dormir. Puse todo en una bandeja y se lo llevé.

Estaba escondida en el hueco entre la pared y la cama, debajo de la ventana. Solía meterse ahí para que no la viese, al menos no directamente. Dejé la bandeja sobre la cama y me senté frente a ella. Levantó la mirada de sus pies descalzos para mirarme a los ojos. Aunque rápidamente desvió su mirada.

—Sé que te sientes mal, y sabes que ninguno de los dos es bueno con las palabras. —Suspiró para luego asentir.

—Yo... no soy buena con las palabras, tú sí.

—Puede ser. —Extendí mi mano hasta su mejilla, y ella descansó su rostro sobre esta. —Todo va a estar bien, ¿Ok? No te voy a abandonar, Marle. —Mordió su labio. La menor gateó hasta mí y se sentó en mi regazo. Me abarazó por el cuello y yo a ella por su cintura. A los pocos minutos terminé sintiendo sus sollozos y lagrimas en mi hombro.

Me hacía daño verla así. Me partía en dos no poder hacer nada para resolverlo. Marlena era muy orgullosa, pero también le gustaba que la cuidase. Esta vez ninguno de los dos podía enmendar la situación, ni con acciones, ni con palabras. A veces extraño, la extraño. Al menos más que de costumbre.

Extraño a la mujer que me hizo la persona más feliz del mundo. Extraño sus besos, sus caricias. Extraño a mi Marlena.

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