Capítulo 20

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Nos casamos después de tres años de relación. Fue algo bastante privado, ya que no quería tener suspirándome en la nuca a los paparazzis. Me tenían harto. Aun me tienen así. Nuestro amor nació del dolor de la pérdida de Marlena. Para ambos fue una gran carga en la espalda.

Un golpe que derrumbó a todos. El único estable para levantar al resto fui yo. Aunque sí pude ayudar, sin embargo, nunca terminé de pararme. Sé que no fue mi culpa, pero me pesa como si así fuera realmente. Es ese silencio que apreta la garganta a la hora de hablar de quién eres. Qué persigues. A quién amas.

Giorgia era una persona tan sencilla como la pelirroja, pero más temperamental. Ella no tenía miedo de hablar, de gritar, de moverse lastimando a quién tenía a un lado. Todo lo contrario. La recuerdo envuelta en mis brazos la noche siguiente a la muerte de la menor. Hablando. Hablándome sobre sus sentimientos. Fue la primera vez que realmente conocí a Giorgia, pues ya conocía a la confidente de mi novia.

La recuerdo con cariño y un vestido largo de satén. Algunos detalles en encaje blanco y tacones en punta. Una cadenita de oro en el cuello con un dije de corazón. Una Giorgia de mis favoritas sin duda era aquella con la que me casé. Quién me tomó de las solapas del traje y me plantó un beso tan apasionado como cuando hacíamos el amor.

La misma con la que compartí un par de meses más, hasta que quedó embarazada. No fue el primer embarazo, pero sí el primero que realmente llegó a buen puerto. No sé si estaba muy seguro de tener un bebé en ese momento, pero quise verla feliz. No iba a dejar que ella también sufriera si podía evitarlo.

Intentamos hasta descubrir que Giorgia no podía tener hijos con sus propios óvulos. O al menos que eso era muy complicado de conseguir. Necesitaba un donante externo, y ni hablar de la endometreosis que la acompaña en la dificultad de no tener un aborto espontáneo. Cuando Marlena descubrió que portaba un quiste en el útero, realmente no le afectó mucho psicológicamente. No hubo más que una operación en la que todo su sistema le fue retirado y, a sabiendas, congeló sus óvulos por Giorgia. O incluso por ella misma.

Finalmente, poco después tuvimos una pequeña igual a Marlena, era su completo reflejo, al mismo tiempo el mío, y el de Giorgia, por supuesto. Uno de los actos de amor más grandes que hizo la pelirroja, incluso sin estar entre nosotros.

Incluso Ethan veía a su prima en miniatura corriendo por toda la casa cuando le tocaba cuidarla. Con sus características dos coletas, yo la peinaba así, hasta que a los seis años decidió que prefería llevar trenzas, así aprendí a variar mi forma de peinar su cabello.

La banda había llegado a su punto máximo, y desde ahí, jamás bajó. Giras, decenas de álbumes, colaboraciones impensadas para nuestros yo adolescentes. Un verdadero sueño hecho realidad, en el que también había tiempo para la vida privada. Afortunadamente tanto la discografía como nuestros fans respetaban eso. La privacidad jamás sería la de una persona común y corriente, pero sí que nos permitía movernos sin dar explicaciones.

¿Es aquí? —Asentí.

¿Puedo leerlo?

No, Marlena. Quiero que conozcas a alguien. —Acaricié su cabello tranquilamente.

¿Quién? —Abrió la puerta del auto y se bajó. Cerró su abrigo a cuadros rojo, blanco y negro. Se sentía el frío. Yo coloqué mejor la bufanda al rededor de mi cuello antes de extender mi mano hacia la suya.

Es alguien especial para mí y para Giorgia. —Ella la tomó y pude sentir su temperatura. —Estás helada, Dianara. —Tomé los guantes de mi bolsillo y se los puse a ella antes de comenzar a caminar.

¿Por qué la llamas Giorgia?

Así se llama, ¿Está mal?

Desde que se pelean ya no la llamas igual que siempre.

¿Cómo quieres que le diga?

Mamá.

Estás grande, mi vida, ya no lo necesitas. —Ambos contemplábamos el paisaje casi nevado de Italia, aunque aquí no nevaba para nada. El sol afortunadamente daba en nuestros rostros. No era tan triste como yo recordaba. La gente era el factor deprimente.

Si tú lo dices. —Sonreí de costado. Caminamos en silencio durante unos minutos más hasta llegar a tumba de Marlena. Seguía igual que todos los 26 de octubre, este invierno en especial parece ser más frío que los anteriores. No quiero ocultarle nada a mi pequeña, no lo merece.

No es necesario que digas nada.

¿Quién es Marlena Soleri, papá? —Sonreí para mí inevitablemente.

Marlena Soleri es la Marlena de "Il ballo della vita". —Ella frunció el ceño.

Nos apellidamos igual.

Es tu tía también. Murió muchos años antes de que nacieras, Didi. Se suicidó. —Asintió.

¿Por qué lo hizo?

Se desconoció a si misma. Suspiré. —Es una historia muy larga. Tal vez te la cuente algún día, pero no será hoy. La pequeña dejó las gardenias sobre la tumba.

¿Me dirás qué escribiste ahí? Observó nuevamente mi cuaderno.

Nuestra historia.

¿Qué historia?

Marlena olvidó todo, mi ángel. Tenía alzheimer, no sabemos qué lo causó. Antes de estar con tu mamá, ella fue mi novia. Siento que tengo la necesidad de contarle todo lo posible sobre nosotros. Asintió nuevamente. —Ella también es tu mamá biológica. Mi pequeña se giró hacia mí con los ojos muy abiertos.

¿Cómo?

Ella donó el óvulo, y tu mamá te tuvo en el vientre. Sino, no habrías podido existir. Volvió a asentir mientras miraba nuevamente la inscripción durante unos segundos.

¿Por eso me llamas Marlena?

Sí, también, me recuerdas a ella.

Papá... Dijo después de unos segundos de silencio entre nosotros.

Dime, amor mío.

Damiano, déjame ir. Aquello me descolocó, ni siquiera era la voz de mi hija, aunque hubiera salido de su propia boca. Era la de Marlena, que ya había olvidado hace muchos años, estaba completamente confundido.

¿Qué dijiste, Didi?

Marlena necesita que la dejes ir. Tomó el cuaderno de mis manos y lo puso sobre la lápida, ni siquiera me dió opción.

No puedo, la veo en todos lados.

Lo sabe, pero cree que lo necesitas, dice que la sueltes.

¿Y tú cómo sabes todo eso?

Está sentada aquí. Señaló la lápida gravada a un lado. —Sólo que no puedes escucharla.

¿Cómo es?

Delgada, pequeña, bastante parecida a mí. Compartimos la misma forma de los ojos con mamá, y la nariz, pero es mi cabello. No el de mamá. Habla con un tono calmado... y tiene frío. Puedo jurar que casi me quiebro cuando la escuché.

Te amo, gracias por hacerme feliz.

Yo a tí, papá. Me abrazó. Y pensar que once años de ella no son nada.

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