No sé que tanto nadé. Sólo sé que prácticamente la lancé hacia la arena seca cuando estuvimos lo suficientemente lejos del agua. Caí de rodillas sobre la arena respirando fuertemente. Quería inundar mis pulmones del aire que sentía que me faltaba. Ella seguía en silencio, estaba boca arriba mirando hacia el cielo. Ese atardecer en particular había sido una maravilla, una mezcla entre rosas y naranjas bellísima.
—¿Qué carajo se te pasó por la cabeza, Marlena? —No contestó. Se paró como pudo de la arena. —¡Marlena!
—¡No sé, Damiano!
—¡No sabes nadar, puta loca, sabes que no puedes adentrarte sola!
—¡Deja de insultarme, Damiano!
—¡Me enferma que quieras matarte!
—¡No lo estaba pensando! —Ver sus mejillas mojadas me detuvo. A día de hoy me arrepiento de no haber tragado ese orgullo y haber evitado la discusión con ella. Respiré hondo y me acerqué a ella con los brazos abiertos.
—Perdón, yo no...
—No te me acerques, no quiero que me toques. —Me interrumpió. Antes de ir caminando hasta la manta con nuestras cosas.
Nos mantuvimos en silencio por la siguiente hora y media más o menos. No quería mirarme a los ojos, y sinceramente lo entendía. Aun hoy en día lo comprendo cuando ella no quiere mirarme a los ojos. Le da miedo ver mis sentimientos a través de mí. Me lo había escrito una vez en una carta cuando eramos jóvenes.
Le pedí perdón, por haberle gritado e insultado. Creo que ese insulto yo aun no me lo he perdonado. Ella me disculpó, y me dió las gracias por salvarla, esa fue la palabra que utilizó particularmente. No voy a decir que nos besamos y terminamos haciendo el amor como en las películas, porque no fue así. De hecho esa pelea completamente innecesaria terminó por generar que nuestra relación se quebrara un poco más.
—Perdón. —Murmuró mirando hacia el agua, el sol se estaba poniendo detrás del mar. Me giré hacia ella, estaba con sus brazos cruzados sobre sus rodillas, prácticamente hecha una bolita.
—Está bien, no tienes que decirlo. Perdóname tú a mí, Marle, por haberte gritado e insultado. Estaba desesperado, no pensaba con claridad.
—Te perdono. —Giró su rostro hacia mí y con su cabeza apoyada sobre sus brazos me dedicó una sonrisa. Es uno de mis recuerdos favoritos. Cómo su cabello pelirrojo contrastaba con el sol casi ausente, dejándome ver sus preciosas pecas acentuadas por el sol en todo su cuerpo. Traté de quedarme con aquella imagen. Conté sus tatuajes uno por uno, sus lunares, sus pecas en sus hombros. Memoricé sus ojos, su sonrisa, su nariz, su cuerpo encogido como una niña pequeña, incluso sus pequeños pies escondidos a penas en la arena. En ese momento, de alguna manera supe que aquel recuerdo me atormentaría incluso en sueños. —Sabes, tengo miedo a morirme, Damiano. —Me miró a los ojos y yo fruncí el ceño antes de gatear hasta ella.
—¿Por qué tienes ese miedo, mi vida?
—Creo que puedo morirme en vida. —Me acerqué aun más a ella y dejé un beso en su ojo derecho. De inmediato entendió que no comprendía. —Creo que... olvidarme de todo, es como morir. No sólo olvidarme de ustedes, tengo miedo de olvidarme quién soy. —Su voz se quebró al final. La tomé en brazos y la senté en mi regazo para abrazarla. Se aferró a mí con fuerza, tratando de controlar su respiración agitada. —No quiero morir, gatito. No quiero ser una muerta que camina por las calles sin saber quién es o de dónde viene. —Apreté mi agarre. Entendía su miedo completamente, era el mío también. Perderla, ser yo el perdido, perdernos también. Traté de controlar mi llanto nuevamente. Marlena era capaz de partirme en dos, y verla sufrir sin poder hacer nada al respecto me rompía como un espejo. Suspiré tratando de poner la voz más fuerte para hablar, para cuidarla.
—No vas a morir, mi ángel. Te prometo que eso no va a suceder. Vas a estar bien, vamos a superar esto juntos. —Diciendo eso en voz alta, de alguna manera estaba tratando de convencernos a ambos de ellos, quizás a mí más que a ella. —Vamos a vivir hasta que seamos viejos, te juro que voy a hacer todo para estar contigo hasta que tu cabello se torne blanco, mi amor. —La pelirroja se separó de mí y asintió. La tomé de las mejillas, acariciándolas, mientras limpiaba algunas de las lagrimas que aun resbalaban por su rostro.
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Torna a nostra Casa
RandomDamiano siempre había considerado a Marlena su musa. Cuando esta comienza a desvanecerse, él hace todo lo posible por salvarla. Incluso si eso conlleva perderse a sí mismo en ello. • Damiano David fanfic. • Historia finalizada. • Esta historia es p...