Cerré la puerta en silencio. Escuché sus sollozos nuevamente. Suspiré de forma pesada. Caminé hasta su sonido, estaba hecha una bolita llorando en el pecho de Giorgia. La mayor mimaba su espalda tratando de calmarla.
No dije nada, leí los labios de Gio: había tenido un ataque de ansiedad. Era algo que había conseguido superar con la medicación, pero no parecía que esta vez estuviera funcionando. Cuando los tenía siempre llamaba a la mayor, o a Victoria. Ambas sabían cómo ayudarla en esa situación.
Ambas por experiencia. Vic con sus ataques de pánico y Gio por hacerle compañía. Quién diría que terminaría siendo mi amiga también. Cuando Marlena fue capaz de soltarla, se fue con la condición de llamarla si algo sucedía.
Acaricié su cabello mientras que ella me abrazaba. Estábamos recostados en la cama en silencio. Con su cabeza en mi pecho y su respiración tranquila. Quién diría que extrañaría tanto ser abrazado cómo un koala por mi pelirroja.
—Gracias, gatito. No sé qué haría sin tí. —Sonreí y ella levantó la mirada.
—Yo tampoco sé que haría sin tí, mi ángel. —Besó mis labios de forma tranquila. Acaricié su nuca con calma. —¿Te sentiste mejor luego de que Gio se quedara contigo? —Asintió.
—Hoy no fue tan grave, al menos visto desde la distancia.
—Gio y tú son tan parecidas, las adoro a ambas.
—¡Oye!—Reí.
—La adoro, pero tú eres mi todo. Jamás podría cambiarte por nadie, ni por Gio, ni por ninguna otra mujer en la faz de la tierra. —Ella rió ahora.
—No digas tonterías. Giorgia o cualquier otra persona tiene muchísimos menos problemas que yo. Incluso cualquiera de ellas no te olvidaría. —Sentí cómo mi corazón se apretó en mi pecho con la última oración.
—Yo te amo a tí, y no sería capaz de amar a nadie como te amo a tí, Marlena.
—Con mis secuelas de anorexia, mi ansiedad y ataques, además de mi ahora alzheimer.
—Tu anorexia no es problema para mí, me encanta cuidarte y hacerme cargo de tí; tu ansiedad sinceramente no me importa, sólo odio cuando te hace sufrir; y tu alzheimer me permite repetirte todos los días que te amo sin cansarte. —Me sonrió. No sabía que decir. Dejó un beso sobre mi frente con cariño y yo dejé una sobre su ojo derecho. Si había algo que amaba darle a Marlena eran besos de ángel. De ahí mi apodo para ella. Levanté un poco su camiseta y acaricié su espalda con la yema de mis dedos. Al cabo de unos segundos comencé a hacerle cosquillas. La menor estalló en una carcajada inmediatamente. Se retorcía encima de mí. Recuerdo como pedía que parara, lloraba de la risa como una loca. No sé cómo terminamos rodando en la cama. Cambié mis caricias por besos en el cuello, y ella sus risas por jadeos de placer.
Bajé mis besos por sus pechos. Desabroché sus botones mientras que ella me observaba con paciencia. Acarició mi cabello despacio; uno de sus gestos que me hacían recordar que hacer el amor con Marlena era mucho mejor que en las películas. Que no se trataba del amor, o del placer, o ambas, sino de recordarle al otro que ese momento es real. Que existe un nosotros y que no es sólo una palabra: es un hecho, una verdad, un lugar.
Besé su pecho derecho mientras que amasaba el otro con mi mano. Sin tomarme demasiado tiempo apreté su pezón entre mis dedos haciéndola jadear inmediatamente. Apretó sus ojos fuertemente mientras que trataba de artícular una palabra. Metí su pezón derecho en mi boca y succioné directamente. Si había algo que amaba era chupar sus pezones. Lo solté para rodearlo con mi lengua mientras que apretaba su otro pecho.
Veía la cara de Marlena deshacerse en placer. Yo me estaba muriendo por dentro, pero siempre prefería priorizar su disfrute. Si había algo de la que no quería hacerla olvidar era de aquellos orgasmos, noches en vela, rondas de sexo hasta desagotar todos nuestras fluidos en el otro. En la boca, cara, abdomen, pechos, manos, incluso sobre y dentro de nuestros genitales.
Cuando su pezón ya estaba lo suficientemente hinchado y rojo, además de mojado con mi saliva, seguí mi camino por su abdomen. Bajé sus pantalones de algodón, seguidamente su ropa interior también. Metí mi nariz entre sus muslos aspirando el olor su feminidad. Incluso mi nariz chocó con su humedad. Su sexo chorreaba.
Tomé sus muslos y comencé a besar el interior de estos dejando algunas mordidas que serían chupones mañana. Marlena se agarraba del espaladar de la cama tratando de tranquilizarse. Separé un poco más sus piernas.
Pasé mi lengua de manera tortuosa por su vulva. Escuché como su respiración se cortó por un segundo. Murmuró mi nombre en un suspiro. Separé sus labios con mis pulgares y besé su clítoris, inmediatamente lo acaricié con mi lengua despacio. Sus manos terminaron en mi cabello largo haciendo una coleta con él. Empujó mi cabeza hacia su cuerpo. Con mi mano derecha comencé a acariciar su entrada mientras seguía estimulando su punto dulce con mi boca.
La habitación estaba inundada de sus gemidos y jadeos. Sabía que en ese momento no era capaz de formar una oración básica con su mente nublada por el placer. De a ratos acariciaba mi cabello, aunque terminaba tirando de él sin querer. Introduje mi lengua en su vagina haciéndola gritar. Reí por lo bajo. Subí la mirada por primera vez conscientemente para besarla. Sabía que mi barbilla estaba mojada de sus fluidos.
Marlena me tomó del cuello y comenzó a lamer sus propios fluidos de su rostro. Colé mi mano derecha entre sus muslos e introduje mis dedos en ella, noté su sonrisa mientras besaba mi mandíbula. Curvé mis dedos tocando su punto G. La pelirroja jadeó sobre mis labios. Moví mis dedos hacia arriba y abajo dentro suyo mientras que gemía audiblemente con sus ojos apretados. Adoraba ver su rostro exitado, eran de mis expresiones favoritas. Ella apretó su agarre en mi cuello contándome satisfactoriamente mi respiración.
Tomé su mano en mi cuello y la llevé hasta mi gran bulto. Ella lo apretó por encima de mis shorts. Ahora fui yo quién dejó la guardia baja. Me acarició por encima de la ropa, desesperándome. Era una de las tantas diferencias que nos complementaban. A mí me encantaba complacerla en el menor tiempo posible, Marlena adoraba torturarme hasta que me corriera.
Tiró de mi pantalón junto con mi boxers. Yo quité mi mano de su entrada, ella a cambio me empujó dejándome acostado sobre el colchón. Mi miembro inmediatamente hizo acto de presencia. A la pelirroja se le dibujó esa sonrisa lasciva en el rostro, que siempre me volvía loco cada vez que ambos estábamos exitados. Se sentó sobre mis muslos y escupió sobre mi pene. Aquello me hizo temblar.
Siempre que ella estaba arriba me sentía inferior y, sinceramente, eso me calentaba aun más. Su mano comenzó a acariciar toda mi extensión de arriba a abajo. La mezcla entre su saliva y mi líquido preseminal daban como resultado un lubricante interesante. Acarició el glande, solté un suspiro tembloroso e inconscientemente cerré mis ojos. Lo apretó despacio nuevamente antes de continuar con su camino.
Subió y bajó su mano por mi extensión repetidas veces. Jadeaba por sus movimientos precisos y lentos. Escupió nuevamente sobre mi miembro. La vi llevar una mano hacia su vulva. La observé acariciar su clítoris mientras que me masturbaba.
Introducía sus dedos una y otra vez en ella. Uno, dos, tres, incluso un cuarto. Podría haber metido mi puño entero en el interior de esa mujer si hubiera querido. En algún punto terminé con mis muñecas encima de mi cabeza mientras que me montaba.
Con una mano sostenía las mías y con la otra se masturbaba mientras saltaba sobre mi miembro. No era una hombre que sólo piense en meter su pene en una vagina, pero debo aceptar que realmente lo disfrutaba. En ese momento era su juguete sexual, ella se complacía a partir de mí. Eso me encantaba, me exitaba.
Me corrí dentro suyo y ella sobre mi miembro. La mejor parte de estarla penetrándola al tener su orgasmo era cuando los músculos de su vagina apretaban mi miembro.
Acaricié su cabello y lo acomodé hacia un lado. Marlena había caído dormida sobre mi pecho con mi miembro dentro de ella. Sinceramente no me molestó, adoraba verla dormir sobre mí, y aun más cuando su sexo y el mío tenían pleno contacto.
No nos preocupaba que quedara embarazada. Eso a sus dieciocho años no sucedería. Aun era muy joven, y el hecho de no tener útero no la dejaría. Giorgia sufrió muchísimo más que Marlena por la endometreosis, pero creo que si mi ángel hubiera tenido más tiempo le habría hecho mucho más daño que a la pelinegra.
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Torna a nostra Casa
DiversosDamiano siempre había considerado a Marlena su musa. Cuando esta comienza a desvanecerse, él hace todo lo posible por salvarla. Incluso si eso conlleva perderse a sí mismo en ello. • Damiano David fanfic. • Historia finalizada. • Esta historia es p...