Capítulo 13

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Amantes: Las puertas del Edén.

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Amanezco y descubro que por ti, la vida me sabe a la noche estrellada de Van Gogh,

tu alzas los puentes y yo los cruzo como si tuviera un destino fijo o una razón, 

le has cambiado el sabor a la sangre de metal a vainilla, 

hay una senda y justo enfrente 

descubres la diferencia entre Andrómeda y  Antinoo, 

pintas las puertas del Edén al pie de la guerra 

y yo me seco el miedo, 

por que jamás pude haber soñado con grilletes tan joviales, 

que los que tenemos, amor.

que los que tenemos, amor

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Ella

Decir que no me moría de miedo sería mentir, desde la boca de mi estomago podía sentir como se abrían paso todas mis inseguridades, las preguntas que me arribaban eran tan feroces como la ansiedad y las ganas de vomitar.

—Es normal, este será el día en el que te cases y a menos de que te divorcies en un futuro esto será para siempre—. Había concedido Mary, la hermana cinco años menor de Eunice. 

Mary era una mujer divorciada de sesenta y un años, tenía el cabello blanco corto, piel pálida y labios en un rojo brillante, sobre sus desgastados oídos llevaba un par de aretes de conchas marinas a juego con sus ropas blancas y camisa roja, había llegado treinta minutos después de la partida de su hermano y había obligado a Tom a salir a renglón seguido de la casa, prohibiéndole a su vez la entrada a esta hasta el momento de la ceremonia. Me pareció que el castaño había conseguido apenas darle dinero a la mujer, una cantidad generosa para la compra del vestido, maquillaje y cualquier otra cosa que una novia el día de su boda pudiera ocupar y yo solo podía pensar en lo extraño que sonaba todo, hace menos de once meses me imaginaba muerta y ahora me iba a casar con la persona que jamás esperé encontrar, ni que me encontrara. 

—Stefany viene para acá— me dijo como si yo tuviera una idea de quien era Stefany.

Mary hacía sus intentos por no llevarme al nervio, sin embargo cada intento que hacía por aplacar la hosquedad que saturaba el aire solo me volvía más desquiciada y Matilde malhumorada al saber que tendría que usar un vestido no era de más ayuda.

—Muy bien. —Le dije por cortesía, la flor que llevaba por anillo comenzaba a resbalar de mis dedos a causa del sudor y el tallo cada vez se cuarteaba más por la fricción que sometía entre mis ropas y mis manos. Mary me había hecho sentar en una silla y ahora barajeaba las opciones que tenía con mi cabello entre las manos, lo alzaba, lo humedecía con agua del grifo, lo desenredaba con un cepillo viejo de cerdas quebradizas, lo enmarañaba, resoplaba y repetía el proceso. 

Redifícame: El Arte Supremo De La Guerra   [Tom Holland y tú] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora