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Crónicas de un corazón roto
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Él
Me costó respirar y los ojos me escocían, un calambre se extiende desde mi espalda hasta mis piernas, mis ojos se toman su tiempo ha acostumbrarse a la luz, y entonces la veo. Estaba sentada detrás del escritorio, su cuerpo se veía tan pequeño y frágil en comparación con la silla de respaldo ancho, sus ojos me encontraron mi alma rápidamente.
—Hola—le siseó, sintiendo el entumecimiento en las comisuras de mis labios cuando estas se predisponen a sonreírle, tenía los labios resecos y el estómago revuelto.
—Hey... —Responde West, levantándose raspando las patas de la silla con la madera del suelo, lleva la ropa cubierta de polvo, el cabello recogido y el rostro cansado. Su aspecto me da risa, al igual que me da risa Matilde y Thomas y yo mismo—¿De qué te ríes? ¿Cómo te sientes?
Estaba demasiado emergido en la risa como para poder responderle, la cabeza me daba vueltas, sentía un cosquilleo atravesarme el cuerpo y mi incapacidad para hablar incluso con monosílabos la motivó a ponerse en pie y caminar a paso lento hasta mí.
—Ahora si se te fue la mano Matilde, le pegaste muy feo—Thomas estaba de pie delante mío con un suéter amplio entre las manos. El mío—. Lo dejaste loco.
—¡No! ¡Yo no fui!¡Así estaba cuando lo encontré, yo no le hice nada!— se defendió Matilde a gritos.
West llegó hasta mí a zancadas, me miró con aquellos ojos amplios empapados de preocupación, amor y tal vez algo más y se sentó a mi lado, su presencia y su mano suave y gélida sobre mi frente le dieron muerte a mi risa.
—¿Cómo estás, corazón?—quisó saber.
«Corazón» nadie nunca me ha querido tanto para ponerme un apodo.
Enredó sus dedos en mi cabello, algo me recorrió la espina dorsal haciendo que subiera la manta que cubría mi pecho, sus ojos bucearon mis labios y mi rostro en busca de una respuesta. Creía tener la respuesta para esa pregunta.
—Estoy. —Me es inevitable sonreírle nuevamente, su tacto es tan suave que me moría por hundirme en sus brazos y volver a los ocho.
Mi respuesta le sacó una risa. Ni para ella ni para mí había algo más en la habitación, ni niños, ni enemigos, ni universo, solo estamos nosotros dos, una manta y un sofá.
«Quiero besarla, quiero besarla toda la vida». Pensé.
Me sentía extrañamente débil y más extrañado aún: Protegido.
Sabía en mis adentros que West no podría protegerme siempre, estaba en su ser ser un tanto débil y torpe, lo supe desde que la ví, sabía que tendría más posibilidades de protegerla que ser protegido por ella, empero aquel día en el que Thomas y Matilde terminaron por sacarla de sus casillas al cuarto de hora y esta los hecho para poder ir a la cocina y volver con una bandeja plateada con un tazón de sopa líquida, gelatina amarilla y un té humeante, aquel día, quise imaginar que ella podría protegerme hasta la muerte, que podía bajar la guardia y ser cuidado por ella.
—Bien, escucha, comerás, te tomarás tu medicina y te daremos un baño—avisó dejando la bandeja sobre la mesa al lado del sofá, me había hecho acostarme boca abajo para ponerme una especie de crema curativa en la espalda y cada cosa que decía me daba risa—arriba, risueño.
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Redifícame: El Arte Supremo De La Guerra [Tom Holland y tú]
FanfictionEl destino del diablo y mafioso más grande de Londres, Thomas Stanley Holland y la suicida ___ West, se ha visto manchado por un pasado cruel y misterioso, dos traidores, dos amantes, dos enemigos, respuestas sin conjeturas; entender los errores de...