Capítulo 33

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Valiente

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—Un ajuste de cuentas—

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—Un ajuste de cuentas—. Harrison barajó entre las posibilidades, tenía el cabello rubio y brillante peinado hacía atrás como ondas marinas y tomaba la toalla entre sus manos analítico—. Esta sangre no es vieja, fue Estefanía, pero ¿por qué? ¿Qué gana ella mandando a Dante a un coma?

Tom recargó los codos sobre la mesa café, la madera crujió ante su presencia, rascándose la sien izquierda el dedo índice y con la mirada perdida en el fondo de su taza de té, ya no estaba bajo el efecto de ningún estupefaciente y buscaba al culpable del estado de Dante sin saber que había dormido con él horas atrás.

—¿Se odiaban?—inquirió Harrison, que no había notado mi silueta impávida en marco de la puerta.

—No a tal punto, algo más pasó—. Habló en un susurro que despertó mi cuerpo, pude sentir el frío del día entrar a mi por la planta de mis pies como las raíces de un árbol, mi cuerpo se llenó de nerviosismo cuando Tom alzó la vista con esas características cejas suyas fruncidas en el apuro legítimo, sus ojos se posaron en mi figura incrédula, con mi pijama ancho y mi cabello revuelto.

—¿Qué paso?—me arranqué de los labios en voz baja, hipócrita, me dolía el pecho por mentirle, sin embargo, no me quedaba humanidad suficiente para decir con honestidad que lamentaba que Dante, el hombre de serpientes, estuviera en coma.

Mi voz perdió fuerza con el viajar del viento, Harrison advirtió mi presencia siguiendo los ojos de su jefe hasta tenerme a la vista, se acomodó sobre la silla y ocultó entre su cuerpo y su traje azul la toalla ensangrentada, sin saber que era mi sangre.

—Dante está en coma, creemos que fue Estefanía quien lo mando a ese estado—, se asincero el castaño, poniéndose de pie con su elegancia casi divina, no se encontraba perturbado, sin embargo había algo en sus ojos que me era diferente.

Emprendió su camino hasta mi con las manos en los bolsillos de sus pantalones, a través de la tela del suéter que llevaba debajo del saco pude ver nuestros anillos de compromiso aún colgando de la cadena en su cuello.

—Que Dante esté en coma... ¿Es bueno o malo para nosotros?—. Paladeé cuando el castaño estaba delante mío, los ojos de Tom se empequeñecieron aún más. Siempre fuí la historia que más le costó leer.

—Esa pregunta no es humana, Ángel. —Sus palabras me entraron por los oídos y se estrellaron contra mi estómago. Era un regaño disfrazado de decepción—.

Dante podía ser un monstruo, pero seguía siendo una persona y aunque me doliera y no quisiera admitirlo, Dante era igual a Tom, que viera su sufrimiento como una ventaja para mi propio bienestar me deshumanizaba más, ahora entendía por que Tom me miraba como si le fuera una extraña, si yo llegaba a sentir gusto por el suceso de Dante, en algún momento me alegraría por la muerte del propio Tom.

Redifícame: El Arte Supremo De La Guerra   [Tom Holland y tú] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora