Capítulo 9

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Sempiterno:

El mafioso que se enamoro de la suicida.

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Reino Unido, Isla de Wight.

2:45PM

Tom se había llevado el primer auto que encontró disponible al salir de la casa, siendo este un Porsche 911 GTS en color rojo con asientos de tela con piel sintética negra con detalles en rojo, el auto era rápido más no era del todo cómodo bajo la ropa y las heridas, tuvo que dejar el mismo atrás llegado el momento de caminar por la rocosa superficie, ahí donde un auto deportivo no debía entrar.

Se había vendado la espalda con dificultad al salir de la casa, descubriendo las llaves del Porsche y su incapacidad para respirar, se aseguró que nadie lo siguiera, y rezó con una fe nueva las dos horas de trayecto con ansiedad el encontrarla.

Camino buena parte de la Isla con los ojos atentos y la espalda cosquilleante, observador de todo lo que ocurría en la Isla, intentaba reconocerla, sabía que la reconocería en cualquier lugar, incluso después de la muerte.

—Buenas tardes, ¿conoce algún pescador cuyo bote lleve el nombre de Rose?— preguntó entrando en una de las tiendas de suvenires aledañas a la costa y el muelle a una mujer de mejillas rosas, incluso más rosadas que las suyas, que tenía el cabello rubio y rizado enmarañado y un par de gafas que hacían ver sus verdes ojos como dos rayones pequeñitos sobre el lienzo blanquecino de su piel.

La tienda de recuerdos era austera, habían camisas playeras, tazas, vasos, llaveros y dulces en repisas de cristales empolvadas, muñecos de langostas y ostiones eran predilectos en una mesa en el centro, del techo guindaban estrellas de mar y en el mostrador habían gorras con las inscripciones "Bienvenido a Wight" y "Seal-you later". El aroma que aquella tienda desprendía ondeaba entre lavanda y plástico. 

—No corazón, aquí hay muchos botes con muchos nombres, turistas vienen cada día, no puedo reconocer quien es el dueño de ese bote—respondió amable detrás del mostrador—. Ve al muelle y pregunta por Eunice, es un señor ya grande, tiene el cuerpo delgado pero el estomago abultado, casi siempre se sienta a observar el mar entre las seis y las ocho, él te puede decir bien si a visto el bote que buscas.

—Gracias—dijo el castaño, asomando la cabeza por la ventana, todavía faltaban tres horas para la llegada de la tarde y esperaba no ser reconocido, ni por otros mafiosos ni por deidades, comprando la gorra azul marino con la inscripción "Seal-you later!" para cubrir parte de su rostro y no ser reconocido.  Al dar las cuatro de la tarde el sol se encontraba en su cenit, cada parte de la isla le remitía al sueño, recorrió la Isla de norte a sur, después de este a oeste hasta que las plantas de los pies le ardieron y el velcro de la gorra le irritó la cabeza. Vencido al llegar la decadencia de la tarde, se encaminó al muelle, sentándose con la sensación de que todavía seguía soñando. Cerro los ojos y por poco no advirtió la presencia de un hombre a su lado, que llevaba cargando consigo una silla de plástico con una pata casi rota.

Redifícame: El Arte Supremo De La Guerra   [Tom Holland y tú] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora