Capítulo 20

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Bell

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"Mi corazón al latir

 me está siempre recordando 

que si algún día te olvido será porque se ha parado".


"Cantares", Fernando Pessoa.


Ella

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Ella

8:45am

«Va a morir, va conseguir que lo maten». De solo pensarlo se me entumecía el cuerpo y los ánimos caían en picada por el risco interminable de mi desespero. «Tiene que detenerse, tiene que abandonar aquella guerra. Tengo que salvarlo». No importaba cuanto tiempo le diera vueltas al asunto yo menos que nadie tenía la solución o el poder de acabar con todo, sí bien yo era la causa no sería el alivio, Tom enfrascado en una lucha que no tenía final, ni victoria, una cuestión de honor, el desquició por obtener venganza, él no pararía hasta obtener lo que quería, incluso si tenía que entregar su propia vida. 

Tom se había marchado junto a Samantha hacía poco más de cuarenta minutos y aún así lo busqué en el estudio, en la cocina y en el gimnasio sin éxito, la casa se encontraba en completo silencio y de la misma repiqueteaba el clima helado, la mansión era inmensa y habían infinidad de cosas por hacer y ver, sin embargo mi cuerpo solo alcanzó a sentarse en la mesa de la cocina, cerca de la puerta de cristal, para ver aquel rosal con rosas menudas y hermosas a la cuenta de uno que otro retoño nuevo, me encontraba más que aburrida, acabada, subí solamente la pierna sana a la silla y me abracé a ella sacando de entre los bolsillos de aquel holgado suéter de interior cálido mi anillo de bodas, no paso mucho tiempo hasta que Martha se personó por el quicio de la puerta, descubriendo mi miseria con las manos sosteniendo una canasta entretejida de un material más duro que la paja, llevando dentro tomates, lechugas y otro tipo de vegetales que no me esforcé en reconocer.

—Señorita West—su voz me busco, entrando para dejar la canasta sobre la isla de granito, me gire devolviendo mi vista al jardín cubierto de nieve a fin de evitar su mirada o sus preguntas—¿Qué hace usted tan temprano aquí tan sola y triste?—quiso saber, tenía la mejilla izquierda pegada a la rodilla y pude sentir como la mujer se acercó a mi con cautela. 

—No creo que pueda dormir, Martha—franqueé, nunca ocupé mucho espacio en una cama y el vacío insistente que persistiría en ella sin Tom no hacía más que comerme la cabeza con preguntas y escenarios de eventos que aún no pasaba. Lo podía ver muriendo, me podía imaginar la sensación arrolladora de alistarse para un funeral, podía prescindir en los días que trascurrirían con lentitud antes de que pudiera morir junto a él. «Así será la vida sin él, dedicaré mis días a vagar por la mansión como si se pudiera huir de mi misma». 

Redifícame: El Arte Supremo De La Guerra   [Tom Holland y tú] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora