Capítulo 8: Tercera parte

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Mientras tanto, arriba Paola se encontraban en su habitación. Ya se había bañado y por supuesto se cambió la ropa, se instaló en sus tradicionales pantalones de mezclilla, unas botas cortas del tipo comando y su inseparable playera negra. Se colocó la fornitura del arma y recogió su cabello en una coleta en la nuca. Esta vez, su inseparable gabardina de piel negra la dejó colgada en el closet y se decidió por una chamarra de piel negra a la cintura, muy cómoda. Se miró en el espejo y se dio cuenta que había olvidado la funda de su arma.

— ¡Ay!...no me puedo acostumbrar a esa cosa ¿Dónde la dejé? — Miró para todos lados y encontró el arma justo sobre el tocador dentro de su funda. Caminó quitándose la chamarra para tomarla, entonces llamaron a su puerta.

— Paola ábreme soy Diana. —

— Pasa está abierto. — Diana entró y encontró a Paola colocándose la funda alrededor de los brazos y ciñéndola a su cintura, tomó su arma, una escuadra 9 milímetros, niquelada y con cachas negras. Quitó el cargador y revisó por protocolo que la recámara estuviera vacía y su cargador lleno. Tomó de uno de los cajones dos cargadores de reserva y colocó todo en su funda, se volvió a poner la chamarra. Tomó su radio, el teléfono y su daga y los puso en su fornitura.

Diana se quedó de pie junto a la puerta viendo lo que su amiga hacía con tanta destreza. Como si de bebé hubiera tenido un arma en lugar de una sonajera.

— ¿Estas armadas? — Le preguntó con cierto aire de miedo en su voz. Paola levantó la vista, pues justo estaba acomodando su daga en la fornitura y la miró levantando la ceja con un signo de interrogación en el rostro y sonrió burlonamente.

— Sí, tengo entendido que esto es un arma. ¡jajajaja! No te sorprendas tanto, desde el alboroto en el Precinto Saint James, Yazz está más paranoica y le ordenó a Max que me las diera. — Diana siguió viéndola con incredulidad y se sentó en la orilla de la cama.

— Pensé que eras enemiga de las armas ¿Qué te dio ahora? ¿Oye esa daga es la de Yazz? —

— No. — Contestó Paola y tomó nuevamente la daga dándosela a su amiga.

Era una pieza realmente bella de unos siete centímetros de hoja de acero damasquino y cinco de empuñadura. La hoja fue forjada con cuatro ondulaciones ligeras en la parte baja, mientras que en la parte superior sobresalían unos pequeños picos en forma de sierra que apuntaban en dirección contraria a la empuñadura. Esa cosa era una completa obra de arte. Tenía una guarda de plata simulando un dragón y la forma de la daga daba la impresión de ser el fuego que lanzaba ese dragón.

— Es igual que la de ella, me la dio mi padre, todas las armas que tiene Yazz las tengo yo. En la base de la empuñadura están nuestros nombres, solo que jamás la había usado. Creo que este es el mejor momento ¿No lo crees? —

— ¿Tan mal están las cosas? — Preguntó la chica aun con la daga en la mano. — Se ve que es nueva, la de Yazz tiene otro color. —

— Claro Diana. Se manchan con la sangre. Se obscurecen y jamás vuelven a brillar igual. — Le contestó con cierto tono despectivo. Diana levantó la mirada buscando la de Paola, ella solo se limitó a quitarle la daga y la guardó nuevamente en la funda de la fornitura.

— No sabía que se manchaban con la sangre, nunca he matado a nadie. — Argumentó Diana a manera de disculpa.

— Ni yo con esta. Pero mi hermana encuentra un especial placer en clavar la suya en los corazones de quien se le atraviese. Disfruta del contacto y ver de cerca cómo se les escapa la vida de los ojos. Creo que entiende mejor la utilidad de las armas que tú y yo. —

— ¿Qué te pasa Pao? Estas muy extraña. —

— Nada Diana. Bueno no sé, estoy así desde que hablamos con Alberth, no puedo creer lo que nos dijo y tengo algo de miedo. —

Hielo y Pesadillas ♠ Libro 1 - YazzelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora