Capítulo 10: Segunda parte

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En medio del valle de los fantasmas cubierto por vegetación abundante, el cielo se despejó un poco dejando resplandecer la luz del sol, a pesar de que había llovido prácticamente toda la mañana. En sus alrededores, decenas de lobos sin ningún recato se reunían acercándose en una estampida furiosa. Corrían mientras sus cuerpos se transformaban deformándose violentamente, desgarrando las prendas que vestían, volviéndose toscos y bruscos. Su piel se llenaba de un pelaje áspero de color tabaco, grisáceo y negruzco, sus rostros exhibían protuberancias que en un instante tomaban forma de hocico, mostrando colmillos gruesos parecidos a los de un perro pero mucho más largos y más gruesos. De sus manos y pies brotaban enormes garras listas para destrozar lo que tuvieran frente a sí.

La ventana no tenía cristales ni marco e incluso estaba desgastada en las orillas como si hubiesen sido talladas, la brisa se colaba por ahí, pero era tolerable por el momento, aunque la temperatura continuaría bajando, eso era seguro y pronto el frío se convertiría en un problema.

Debía salir de ahí al menos para resguardarse del agua y las corrientes de aire, abajo al menos no había ventanas, así que subió las escaleras intentando abrir la portezuela, pero estaba cerrada por fuera y después de algunos embates, se resignó a que él no tenía la fuerza suficiente para romper la cerradura, así que no insistió más.

Resignación. Es la primera emoción a la que se aferran los humanos y por supuesto, es su primera palada para cavar poco a poco su tumba.

Y aparentemente era lo único que le quedaba al pobre chico. De no haber sido tan curioso no estaría atrapado en una habitación aislada donde todo el embate del clima le daba de lleno. Abajo al menos no había ventanas por donde se colara el frio y sí que había como resguardarse.

Desde mi punto de vista, un humano resignado, es un humano muerto.

La resignación mata la esperanza, las ilusiones y las ideas. Tal vez Sebastián pudo buscar cualquier otra opción, salir por la ventana, trepar hasta el techo a través de la cornisa o hacer un maldito agujero en la pared de madera que daba hacia la habitación contigua, hacer un puente con las piezas de la cama o incluso utilizar los barrotes para empujar la puerta, pero no, Sebastián solo se resignó.

Es eso lo que siempre me ha molestado de los humanos, tienen una vida corta y casi todos la desperdician en conformarse y resignarse a su suerte.

¿Y qué si mueren en el transcurso de aventurarse a buscar más? De todas formas morirán. Al menos podrían hacerlo felices y plenos.

Si me preguntas, yo preferiría mil y una vez morir con el corazón bombeando sangre como loco a todo mi cuerpo, que marchitarme en medio del confort de la resignación.

Pero bueno, cada ser, humano o mágico, despierta en el momento indicado. Nunca en la víspera y nunca en el ocaso.

Sebastián era de esos seres, en su letargo bajó la mirada para descubrir que el agujero en el piso se había hecho más grande, lo cual lo hacía más complicado de cruzar, pero lo que más le inquietaba era el horrible olor que se despedía de algún lado.

— Maldita sea, soy yo. — Dijo mientras se quitaba la sudadera.

Descubrió que había en el suelo una especie de moho y él estaba prácticamente bañado en esa rara sustancia. Lo olfateo tratando de identificarlo, pero el asco volvió con apenas percibir el olor y antes de vomitar otra vez aventó la sudadera lo más lejos que pudo.

Se asomó por el oscuro hueco del suelo curioseando como siempre. Descubrió que la habitación de abajo no tenía puertas ni ventanas, al menos no visibles, pudo ver algunas ratas que lo observaban desde abajo, mientras seguían royendo algo, ropa vieja y algunos huesos.

Hielo y Pesadillas ♠ Libro 1 - YazzelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora