🔯 XIV. El matiz 🔯

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TIMOTHÉE

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TIMOTHÉE


Mientras Eira miraba hacia la ventana, yo me quedé a ver el largo de su cabello rojo, y la manera en la que se movía. La luz le entró por la rendija de los ojos y le dio tiempo de dar una bocanada de aire.

Quizás no estaba bien que haya venido aquí. No era bueno que cualquiera lo notara. Solo supe una cosa, que al hacerlo, tuve una explicación lógica. Con eso de que tenía una forma muy singular.

—Hemos estado buscando por tres horas consecutivas y desafortunadamente no está aquí. Alguien debió cogerlo —Resopló de pura frustración, viendo como sus manos se cerraban en puños.

—Te prometo que lo encontraremos —dije, haciendo que me mirara a los ojos cuando llevé mi mano a la altura de su rostro y, por alguna razón, su cuerpo se estremeció. Reculó un paso atrás y parece que no le gustaba en absoluto.

—Algo me dice que esto será el principio de una tormenta que está a punto de desatarse.

—Iremos por él, ¿entendido?

—¡Eres muy optimista!

—Tú lo eres más, porque cualquiera en su sano juicio no se atrevería a meterse con un demonio poderoso y todo su ejército.

—Solo busco respuestas —aseguró.

—Y ahí las tienes. Atacarlo te servirá de algo y te librará por completo.

—Cada vez me convenzo más de que no tardarán en hacerlo. Buscan sacrificarme a cambio de algo ¿no es así?

Lo adivinó.

—Lamento que no haya hecho nada la última vez —me disculpé finalmente.

—De todos modos iba a suceder y, ya está por verse, porque un mañana puede el sol dejar de brillar —Se mantuvo cabizbaja, cubriéndose el brazo con la manga de su chaqueta.

—¿Vas a explicarme que sucede?

—No es nada.

Tragó saliva con dificultad y su expresión se tensó. Quizá era muy malo para hacerlo y puede que no sea capaz de mostrarme. Algo había allí y ella no se atrevía a decirme. Respiré hondo para conectar con lo que fuera una vana sensación que se instalaba en mi interior y me aferré con las justas. Abrí los ojos de golpe y el olor a sangre se desprendía un poco.

—¿Quién te hizo esa herida? —Tomé su brazo para tener una mejor visión de la marca que trazaba su delicada piel.

—Nadie.

Y, entonces, fue cuando supe que nada iba bien y, en efecto, sentí un poco de culpa. Me incliné para estar a su altura y ninguno de nosotros dijo nada. Nos tomó mucho tiempo deslucir el momento.

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