🔯 XV. Los hijos del mal 🔯

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TIMOTHEÉ

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TIMOTHEÉ


Paimon enfureció y en un intento rompió el adorno que llevaba años de antigüedad. Fue como si la rabia se acumulara en sus puños y, entonces, sostuvo con hosquedad la botella de agua biodegradable y la dejó dar vueltas.

Las horas se sintieron interminables y aprecié mis manos heladas como el de un cadáver sólido bajo los cipreses. Mi cuerpo requirió de mucha, mucha energía, pero me contuve mientras veía al "Señor de la muerte" dirigirse a su aposento, y de un modo convencional nos quedamos viendo. Lo seguimos y lo cierto es que estábamos a sus órdenes.

—¡Cambio de planes! —Paimon llevaba uno de sus trajes elegantes con un emblema aristocrático. Tenía un gesto de querer comerse al mundo entero, mientras posaba la mirada hacia la bóveda.

Desde la ventana se podía sentir el espeso aroma de los bosques y había corrientes de agua que cruzaba el seto.

—¿Qué crees que haces? —Lo miré con incertidumbre.

—Iré por algo que olvidé.

—Dijiste que esperaríamos hasta este fin de semana. La caza.

—¿Y quién dijo que iría de caza? —A lo mejor, tenía una forma distinta de deshacerse de ellos y no nos lo quería contar.

—Entonces ¿es otro de tus juegos? —Forest meneó la cabeza hacia él.

Sabía que cuando se trataba de ello nada iría bien. Si había una especie de frase que nos definía es que "Como familia damos todo por los que nos son leales y ejecutamos por los que resultan ser traidores". Paimon como señor de señores nos engendró y quería que el ejército se uniera con más adeptos para fortalecer nuestra Legión.

—Un juego que pondrá a todos los pelos de punta. —Se pasó los dedos por el pelo dorado y alzó una de sus castañas cejas con malicia.

—Harás algo que no les va a gustar ¿no?

—Les daré donde más les duela.

Se acercó con una expresión punzante y sus ojos siguieron cada uno de sus instintos, apretujando lo suficientemente fuerte. Su respiración quedó suspendida en el aire y la bestia reveló una parte retorcida. Sacó un cigarro del bolsillo pequeño de su abrigo de vestir azul oscuro y, por un instante, sintió ese alivio que ya lo estaba necesitando. Caminó largos pasos hacia la salida y ladeó la mirada para vernos.

—¿Qué tal me veo?

—Te ves increíblemente oscuro —Asmodeo lo rodeó con una extraña sonrisa en los labios.

—Nos vemos más tarde.

Mientras más me acercaba a verlo, más veía la muerte y había una mezcla de debilidad. Ante mí todo se abrió y me esforcé por distinguir cada objeto. La voz de mi cabeza fue como un libro abierto y mis probabilidades fueron mucho más grandes que daba vuelta al mundo. Algo muy intenso y perturbador.

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