🔯 XIX. La unificación 🔯

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TIMOTHÉE

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TIMOTHÉE



Año 1747

Domingo de pascua.

La danza de Morris era una tradición digna de mención donde los caballeros estaban disfrazados con sombreros, lazos y campanillas cerca de los tobillos. Al salir a las calles tocaban con el fuste la cabeza de las señoritas jóvenes que caminaban muy risueñas para darles una especie de suerte y, vaya que no les funcionó, porque fueron parte de la cacería.

Por la mañana, se servían huevos cocidos en una canasta de diversos colores y el cordero asado constituía el plato principal del domingo de pascua. Pude olfatearlo cerca del mercado de pulgas, también se sintió el aroma exquisito del pudding tradicional y los bollos con azúcar glas en forma de cruz.

Al otro lado del templo, los niños seguían cantando y bailando como los pequeños siervos de Dios. Todos ellos usaban botines de punta.

—Dios esté siempre en sus corazones —El patriarca anunciaba en todas las calles trayendo un velo dorado sobre su cabeza. Un hombre al que yo mismo le arrebaté la vida—. Que purifique las almas de los pecadores —le dio un sorbo a su copa eucarística—, y cuide a nuestras puritanas con su fuerza celestial.

—¡Amén!

Alababan con mucha fe, mientras se unían al sacrificio en la pileta de Allen y los ángeles extendían sus alas llenos de vida. Las trompetas de la bienaventuranza resonaban y se esparcían los pétalos de flores en el aire. La apología comenzaba a lo largo del camino y las luces de las farolas relumbraban la oscura noche.

—Cristo ha resucitado —Se encendió el cirio pascual que estaría allí hasta el día de la ascensión y, en efecto, cedía la fuente de sangre para hallar la clave de la esperanza. Miles de familias se concentraron para proteger a los suyos y escondieron a los niños en los armarios de sus viviendas.

—Nos muestra lo que un día fue.

—¡No hagáis que la oscuridad llene sus almas! —Una mujer de cabello oscuro con una trenza al costado se pronunció, se trataba de la señora Gordon y, al otro lado, había un chico abrazando a una mujer joven que traía puesto un velo blanco en la cabeza y un crucifijo sobre su cuello.

—¡No permitáis que la profecía se cumpla por el bienestar del pueblo, del templo, de nuestras creencias y de las puritanas que esperan ser liberadas! —emitió un hombre de estatura mediana, era un seminarista.

—¡Juráis por Dios y por la biblia!

—¡Que así sea!

Había muestra de lealtad en todas partes.

—Entonces no juzgaréis.

Traté de acercarme más a los soberanos que atendían a los creyentes con una canasta familiar para que no mendigaran hambre ni frío. Había madres cargando a sus niños en brazos y otras dando de lactar.

Cenizas Del EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora