🔯 V. Dulce perdición 🔯

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TIMOTHÉE

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TIMOTHÉE



Deambulamos como dos malditos lunáticos nómades, arrebatándoles la energía de las personas y, si queríamos ir por más, los reteníamos tras el callejón. Les agarrábamos de la cabeza hasta que de sus ojos, nariz y boca broten una fuga de sangre. Nos aventurábamos. Y qué mejor manera de hacerlos consumar un homicidio o suicidio a través de la hipnosis.

Durante la noche deambulamos por los lugares más oscuros de Allison Court y, al no poder contenerme, le di una lamida a mi presa. Era una mujer con mechas rubias y camiseta blanca. Vi miedo en sus ojos ovalados. La llevé a tomar una drástica decisión como si el famoso destino se encargara de hacerlo y traté de procesar aquel momento de incertidumbre.

Apenas taladró el sonido de la patrulla, desaparecimos. De mi parte no hubo ningún comentario al respecto, simplemente adquirí una expresión de contrariedad. Me sequé las manos y, al llegar, me dirigí al lavamanos, me refregué el rostro y resoplé impaciente. Estábamos en una de las zonas más alejadas del pueblo, al oeste de las montañas. Había un juego de sombras.

—¿Recuerdas lo que te dije? —Sentí la voz de Paimon hablarme, mientras arrojaba el humo mentolado por la boca y apenas lo vi sonreírme de oreja a oreja—. Tu corazón dejó de latir hace mucho tiempo después de que, alguien acabara matando a Lucile.

Era muy probable que ese nombre trajera memorias marchitas en mí, y no esperó a que se me formara un nudo en la garganta. Evité manchar su dictado y, en lugar, paseé los ojos hacia los suyos con enojo. Arrastré al culpable de aquel deplorable intento, aunque de todas formas yo me sentía mucho más culpable de lo que era él.

—Descuida, no se me olvidó.

—Me parece bien —sonrió con astucia—. ¡Por fin será mía y no podrá resistirse!

Se refería a Eira Bradley.

Jugaría con ella hasta hacerla retorcer del dolor.

Me aborrecía vivir a cuenta de Paimon y me urgía deshacerme de él como fuera posible, pero no era algo que pudiera hacer por mí mismo. Estaba retenido entre las sombras de Asheville. Entendí que la amenaza era una maldita promesa, que él podía controlar mi mente y cambiar de chip con sus poderes extraordinarios de espectro despiadado. Sin embargo, Lucile era la única razón por la que decidí hacer frente a la situación y estaba dispuesto a odiar en silencio.

—Sabes que las palabras están de más.

Lo miré justo antes de moverme hacia el bosque, y sonreí con tal indiferencia cuando la ira disparaba en mis venas.

—Es una grandiosa manera de ponerla a prueba. Los ángeles y demonios nunca podrán cohabitar entre sí. Son enemigos por naturaleza y, para eliminarlos, necesito cerrar el círculo.

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