Un lugar de cuentos de hadas

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La tarde que llegamos nos dedicamos a explorar el barrio del hotel. Había muchos sitios útiles al alcance. Encontramos dos cafeterías para desayunar y comer algo de paso, y una farmacia a una cuadra y media. ¡Qué salvación sería tenerla tan cerca! Simplificaría mucho la obtención de los medicamentos para Kate y para mí. También encontramos casas de ropa, zapatos y una librería muy bonita. Supe que acudiría a ella más de las veces que puedo contar con los dedos de mi mano.

Al terminar el pequeño recorrido, propuse ir a la pastelería Sirena's. Se me hacía agua la boca al ver los postres que preparaban, necesitaba probarlos a todos en esos meses que nos quedaríamos. Cada mañana uno diferente.

La camarera se presentó en nuestra mesa con una carta para que pudiéramos decidir qué pediríamos, y así quedamos: mi madre probaría la tarta de fresa (quizás le robe un pedazo para probarla ji, ji); Lee, un batido de durazno con torta de naranja, Kate se limitó solo a pedir un licuado de plátano, el que más le encantaba, sin probar nada nuevo. Harry decidió optar por la tarta de queso con Coca Cola, su adicción. James unas medialunas rellenas con jamón cocido y queso y un licuado de frutilla, muy predecible en él. Y por último yo. Me había tentado con un postre que era propio del lugar; se trataba de un plato que traía torta de manzana, galletas de jengibre con miel, brownie de chocolate acompañado con un jugo exprimido de naranja. Pensé que me haría explotar, pero valía la pena. Si esa noche tenía náuseas, ya sabría el motivo.

Todos salimos de allí con la pancita llena y el corazón contento. Nos dirigimos al centro, donde había un puesto para alquilar bicicletas. Mi madre me leyó la mente.

—No, Ángeles, ni se te ocurra. No podrás andar ni quince minutos, tus pulmones no pueden con eso. —Me estaba desafiando, y yo amaba los desafíos.

—Veremos cuánto aguantan. ¿No, Kate?

Kate se quedó muda, ni una palabra salía de su boca normalmente charlatana.

—Yo... creo que daré un paseo por ahí con Harry. Sin bicicletas.

Lee tampoco quería subirse a una bici. Mi mamá, menos. Pero cuando me giré al puesto, vi a James pagando. Traía consigo dos vehículos de dos ruedas. Ahora entienden por qué es mi mejor amigo. Si todo salía mal, los dos terminábamos embarrados juntos.

—Vamos, no perdamos más tiempo. Las alquilé por un par de horas, por si paramos por ahí.

—¡Eres el mejor! —lo abracé por la cintura.

Montamos esas bicis y paseamos admirando las hermosas calles y avenidas de España.

Sentía cómo mi peluca volaba en el viento, de suerte que la tenía enganchada. ¿Se imaginan si hubiera salido volando? James no habría dejado de burlarse por años.

Dirigí la mirada hacia él. Vi cómo cerraba los ojos al sentir el aire helado pero reconfortante en su cara. La puntita de su nariz estaba roja, como la de un reno. No podía ver su cabello por el gorro negro de lana que traía puesto. Al abrir sus ojos me miró con sus labios curvados. ¿No podía enamorarme de cualquier otro chico? No, tenía que ser de mi bonito mejor amigo.

Él giró a la izquierda y yo lo seguí, no sabía a dónde se estaba dirigiendo, pero lo seguí, pedaleando con fuerza y pesadez. Se detuvo en un parque. Paré también con gusto, mis pulmones no soportarían mucho tiempo más. Necesitaban un descanso, un respiro. Necesitaba unos nuevos.

Decidido, James, agarró con delicadeza mi manita y caminó hasta llegar a un banco que se situaba frente al mar.

Era un lugar de cuentos de hadas. No lo creerían si lo vieran. En sí, la ciudad era como de un cuento. En la orilla, donde terminaba la hierba, había un banquito blanco, y a su alrededor, colorida vegetación: flores de todo tipo, árboles con colores rojizos, amarillentos, verdosos y tonos anaranjados. También había pequeños arbustos, que debían de estar plantados hacía poco tiempo. Mi rostro me delató, demostrando lo anonadada que estaba. Era un espacio mágico. Lo visitaría muy seguido durante mi estadía, de eso estaba segura.

Tomamos asiento en la banca de madera, contemplando el mar. Nos quedamos media hora, o tal vez más, los minutos parecían no pasar. Respiré hondo y mi nariz se deleitó con el perfume de los jazmines, haciéndola picar y estornudar.

—Salud. –me dedicó una mirada cargada de ternura.

—Gracias —hice una pausa—. James, gracias por acompañarme y traerme aquí.

—Es hermoso, ¿no?

—Sí que lo es.

El silencio nos invadió, mientras el momento quedaba congelado en mi memoria por siempre.

El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora