Lleno de rayitos de sol

30 4 13
                                    

No había logrado dormir. Mis ojos quemaban. Al mirar mi reflejo, vi que estaban hinchados. Muy hinchados. "No podría tratarte como una extraña, porque me hiciste sentir tan único en este mundo tan ordinario". Eso terminó por quebrarme, por destrozarme. La frase se repetía una, y otra, y otra vez en mi cabeza, con su voz rota.
Era mi último día en la ciudad del amor. Ya no la llamaría así...
Me obligué a sacar mi cuerpo de la cama, en la que me encontraba tumbada desde ayer por la tarde llorando, sin dejar que nadie me consolase. Me metí en la bañera. En el agua hirviendo. Restregué mi cara para tratar de despejarme, pero no funcionaba. Enjuagué mi cuerpo despacio, suavemente, como si fuese una caja de cristal. El problema era que ya estaba rota. Esos días, mi enfermedad tampoco había ayudado. Todo mi ser se resentía cada vez más, se sentía más débil cada puto día.
Lavándome los dientes, puse música en mi móvil. Traté de escoger las canciones más alegres y animadas que tenía en mi playlist, como There's nothing holding me back, de Shaw Mendes. Ni mi canción preferida conseguía hacer que moviera un músculo de la cara, o del cuerpo.
Solo me vestí con un par de trapos. Tenía que ir al hospital para hacerme tratar.





Esta vez condujo Harry, y lo agradecí tantísimo. Mi abuela me habría atosigado a preguntas, al igual que mi madre. James... con él tendríamos un silencio tan horriblemente inquietante que no quería otro disgusto en estos días.
—¿No quieres hablar de lo que pasó ayer? —detuvo el carro frente al hospital.

—No —respondí cortante.

—De acuerdo. Llámame cuando deba buscarte —asentí y bajé a la acera para encaminarme hacia las puertas corredizas del edificio.

Otro hospital nuevo. Conocer a nuevas recepcionistas, nuevos médicos, nueva gente. Ya estaba cansada de ello. De sonreír cuando la verdad es que no tenía intenciones de hacerlo. Así que esta vez no lo hice. Solo fui yo, con mis sentimientos transparentes.
—Buenos días —me saludó una chica tras el escritorio de la recepción—. ¿Con qué puedo ayudarte?

—Hola. Debo hacerme tratamiento de cáncer.

—Bien —miró su computadora—, cuarto piso, sala dos. —Sin despedirme, ni agradecer, me paré delante del elevador para que llegase. No tomaría las escaleras. Mis pulmones despedirían fuego de hacerlo.

¿Alguna vez se preguntaron por qué nos toca vivir una experiencia horrible? ¿Por qué a ti? ¿Por qué debías pasar por esa situación para aprender? ¿Por qué la vida no podía dejarte el aprendizaje en una situación menos dura? Pero no, lo que hace es azotarte y darte un buen golpe para ello. Nunca obtendría la respuesta a esas preguntas que aparecían en mi mente de vez en cuando.
Llegué al cuarto piso, como me indicó la recepcionista, sala dos. Antes de entrar al lugar, tomé una bocanada de aire. Aquí vamos otra vez.
Esta vez comenzaría un tratamiento nuevo. Uno que el doctor de Barcelona me había recomendado. Dijo que me ayudaría y quizás hasta sería más efectivo que el que me estaba realizando.
Las horas se me pasaron como si fuesen meses. Era mi primer tratamiento sin Kate a mi lado. Sin sus risas y chismorreos. No tenía a nadie a quien comentarle lo de Alex. Solo quería hablarlo con ella.
Lo mejor que pude hacer para sentir que Kate se encontraba en ese salón junto a mí fue tomar una de las novelas que me había prestado: Un lugar para refugiarse de Nicholas Sparks.
Me perdí entre las páginas, imaginando cada escena descrita por el autor. Por un momento había olvidado dónde estaba, cuáles eran mis problemas, hasta que la enfermera Stephanie llegó para indicarme que ya era hora de irme.
Le mandé un mensaje de texto a Harry para que no me recogiese, necesitaba un paseo para despejarme. Esto en parte era cierto.
Necesitaba visitarla en el cementerio. Pero ella estaba en Barcelona y yo en París. No era justo.
Me desplomé en un banco que encontré en un parque. Un parque solitario, porque era la hora de almorzar. Todas las familias con sus niños estaban comiendo un plato de sopa caliente, por el clima destemplado. Sostuve el móvil entre mis manos. Todo lo que se me ocurrió para poder platicar con Kate, fue mandarle un mensaje de texto, esperando a que lo recibiese y me contestase consolándome:
"Hola. Soy yo de nuevo. Tu pesada amiga. Quería ir a visitarte. Mañana lo haré cuando llegue a Barcelona, lo prometo. Quería hablarte, contarte la semana de locos que tuve aquí en París. Nana vino con nosotros. Te hubiese caído de maravilla.
Primero, casi nos besamos con James. Sí, siempre casi besos. Pero nunca logro besar esos labios hechos para mí. Después, terminamos con Alex. Era lo correcto. Sus palabras me rompieron en pedazos, ¿sabes? Me siento una mala persona por haber dejado que Alex entrara a mi vida de esa manera sabiendo que mi corazón pertenecía a James. Tú siempre lo supiste, pero nunca me dijiste nada respecto a eso. Supongo que hay que chocarse contra la pared para abrir los ojos y ver las cosas desde una perspectiva más nítida.
Desearía que estuvieras aquí conmigo para poder hablarlo en persona, cara a cara. Te quiero tantísimo. Gracias por escucharme y apoyarme. Nos veremos pronto, Katie. Muchos XO".
Nos vemos pronto.
Solo me quedé allí hasta que pude controlar un poco mi llanto. Para qué voy a mentir, estaba llorando a cántaros, sin poder parar. Por Alex, por Kate, por papá, por los que hoy me acompañaban en este viaje y tendrían que despedirse de mí. Mi madre, que seguramente no habrá un día en el que no vaya a derramar lágrimas por su hija; James... irá triste por la vida porque perdió a su mejor amiga, a su compañera. No podía permitirme marcharme y dejar toda esta destrucción a mi paso.
Alguien tocó mi hombro. Me giré. La persona que más necesitaba ahora se encontraba detrás de mí. Prácticamente corrí a sus brazos. Me lancé.
Mi madre me recibió encantada. Acariciaba mi cabeza.
—Cariño, sh... sh... calma, ya estoy aquí. —No sé cómo demonios había logrado encontrarme, pero lo agradecía.
—Mamá, ella se fue para siempre —las gotas saladas caían.
—Lo sé, lo sé. Pero siempre vivirá en tu corazoncito.
—No es justo. Se suponía que yo moriría antes, que no tendría que despedirme así de Kate.
Kate no merecía morir. Tenía que seguir en este mundo cuando yo lo dejara.
—No digas eso. Doy gracias a Dios que no hayas sido tú. ¿Querías dejarme sola? —me hizo sonreír en medio de la tormenta.
—No.
—¿Me contarás lo de Alex? —debía hacerlo. Además, si no se lo contaba a mi madre, mi mejor amiga, ¿a quién?
—Como habrás deducido... cortamos.
—Pensé que era lo que querías.
—Sí, pero no tenía ni la menor idea de lo tanto que significaba para él, y sus palabras fueron como martillazos a mi alma. Esa frase "Me hiciste sentir tan único en este mundo tan ordinario" me ha despedazado por dentro —no quería que mis ojos se escocieran de nuevo.
—Peor hubiese sido que te quedaras por lástima, mi amor. Lo dejaste para que pueda ser amado por alguien de la misma manera que tú quieres a James.
¡¿Qué?!
—¿Cómo sabes eso? Lo de James.
—No soy ciega, cariño. Desde niños supe que ustedes iban a amarse de diferente manera. Y estos días, hablando con James y viendo tus actitudes... me lo han confirmado.
¿Hablar con James?
—¿Qué hablaste con James, mamá?
—Eso te lo debe decir él mismo.
Bien...
El cielo comenzó a chispear. Él me comprendía. Me acompañaba y derramaba su mar a mi lado. Nunca había visto París bajo la lluvia, y era otra maravilla. La ciudad del amor lloraba por todos aquellos que allí se rompieron, pero a la mañana siguiente seguiría iluminando a esos que sí pudieron ser.
Corrimos hasta el coche, carcajeando por las tantas veces que casi resbalamos. Y en una de las últimas caí de culo. De lleno. Pero no dolió, solo intensificó nuestras risas.
Mi madre llevaba una mochila muy pesada sobre ella, pero seguía sonriéndole a la vida, pese a todo lo que ésta le hizo. Primero papá. Pensé que nunca lograríamos salir adelante con eso. Pero mi mamá se hizo cargo de que lo hiciéramos. Remontó la casa y me hizo salir de mi depresión, con ayuda de James y Lee.
Luego yo. Enterarse de que tu hija de diecisiete años tiene un cáncer terminal... De verdad que no puedo creer lo fuerte que es esa mujer. Y me alegra tenerla. A esa supermamá. Tenía tanto que agradecerle.
Mi madre tenía sus defectos, como todos, pero me ha hecho feliz toda mi vida. Ella es quien logra sacarme de estas situaciones, gracias a esa magia de ser mi madre que tiene, con nuestro vínculo único.
—Te quiero, mamá. Gracias.
Tomé su mano, que estaba apoyada en la palanca de cambios.
—Yo más, mi niña. Y gracias a ti.
—¿Por qué?
—Por venir a este universo, hacerlo más divertido y llenarlo de rayitos de sol.

El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora