Me encontraba en el edificio donde se realizaba La Voz. Ginger había reunido a todo su equipo completo para formar las parejas para el próximo show. La palabra ansiosa no alcanzaba para describirme en ese instante. Moría por saber con quién me tocaría cantar la próxima ronda.
Era una tarde fresca, pero el invierno estaba próximo a irse. Llegaría por fin la primavera. Los capullos de los árboles y las flores estaban a punto de abrirse. Iban a explotar los colores de la naturaleza.
Es mi estación favorita del año. Es el momento en el que el mundo se llena de tonos vívidos, la vida llega a nosotros y se hace notar. Mi época preferida para pintar aquellos paisajes tan únicos.
Volviendo al programa... Éramos veinticuatro participantes por grupo, lo cual quedaría en doce parejas.
Ginger puso en papelitos nuestros nombres y los tiró dentro de un sombrero. Revolvió con su mano aquellos papeles y fue sacándolos de a dos, anunciando las parejas.
—Kamila con... Ares; Lucas con... Stella; Bruno con... Ashley; Ángeles con... Aron.
El joven llamado Aron se situaba en la otra punta de la habitación. Levantó su mano en forma de saludo para que lograra divisarlo. Le devolví el saludo con una pequeña sonrisa.
Parecía tener veinte años, sus ojos eran de un color castaño, se había rapado a uno, casi cero. Su cuerpo era uno muy trabajado y cuidado, por lo que aparentaba. Lo había oído cantar una noche por televisión. Su voz era especial, el sonido que emitía era alucinante. Creo que combinarían bien nuestras voces al unísono.
Luego de la reunión, al salir del edificio me encontré a Aron.
—Hola —le dirigí la palabra amablemente.
—¡Hola, Ángeles! —tenía un entusiasmo poco común en las personas—. ¿Quieres pasarme tu número así acordamos algunos días para ensayar?
—Claro, seguro —rebusqué en la mochila bordó que había traído para sacar mi móvil. En ese instante me avivé de que no lo había traído conmigo—. Te lo dictaré. He olvidado mi teléfono.
—Dime. —Comencé a decirle número por número—. Gracias ¡En la semana te escribiré! —gritó mientras se alejaba de mí para tomar el autobús.
—¡Vale!
Me dirigí hacia el aparcamiento, donde debía estar mi madre marcándome frenéticamente sin que yo pudiera contestar. Pero en su lugar divisé una cabellera rubia que no veía hacía un par de días.
Allí se hallaba Alex en su gran motocicleta esperando.
—¿Alex? ¿Qué haces aquí? —ni siquiera lo había saludado.
—Hola a ti también. Le he dicho a tu madre que te buscaría yo para llevarte a dar un paseo. ¿Te apetece salir conmigo?
—¡Claro! —Tomé el casco que me tendía y me subí detrás de él, abrazándolo como la última vez.
—Ya has aprendido a sujetarte fuerte...
—Ya arranca, ¿quieres? —la sangre subía a mis cachetes, Alex vio esto por su espejo y rio levemente sacudiendo su cabeza.
Fue una hermosa sorpresa la que me encontré al verlo allí. Saber que se interesaba en mí y que quería pasar tiempo junto a mí. No sabía hacia dónde me llevaba, pero solo cerré los ojos y disfruté del viento.
Nos detuvimos en un bar muy pintoresco, que estaba repleto de gente merendando.
El lugar tenía un aire fresco, todas las personas reían y estaban pasando un buen rato con sus amigos o familia. En el interior del local, la decoración era más para el turno nocturno: luces rojas invadían el sitio con barras donde colgaban luces cálidas. Pocos estaban sentados adentro, más bien, la mayoría tomaba asiento fuera, por el espectacular clima de ese día.
Alex me condujo hacia una mesa apartada del resto para que el bullicio no molestara.
—Es fascinante. Debe ser más alucinante venir de noche y bailar bajo esas luces rojizas que tiñen todo el interior —mencioné, todavía recorriendo la zona con la vista.
—Ya sé qué haremos la próxima vez, entonces.
Se quitó sus gafas de sol, que me dejaron ver sus hermosos ojos iluminados por el sol, haciendo que su color se vea más claro.
—¿Te ha molestado que pasé sin avisar? Es que no respondías el teléfono y...
—Para nada, me ha encantado tu invitación repentina —y ahí es que me avivé sobre que había conocido a mi madre— ¿Has conocido a mi mamá?
—Pues sí. Me ha caído de maravilla. Muy simpática.
Abrí los ojos.
—¡Yo debía presentarte con ella!
—No te preocupes. No ha dicho nada para avergonzarte. —Suspiré aliviada. —Solo murmuró un par de insultos porque no traías tu celular, que, por cierto, dejaste en el asiento del carro. Me lo ha dado para que lo tengas —sacó mi móvil de su abrigo y lo apoyó sobre la mesa.
—Gracias... ¡Pero qué vergüenza! —tapé mi rostro.
—Saca las manos de tu cara. No me dejas ver tu bonito rostro.
Me ruboricé más todavía. Un tomate y yo... no nos diferenciarían.
—¡Basta! ¡Me harás explotar! —El sonido de su carcajada llegó a mis oídos, lo que me hizo imitarlo.
Alex se pidió un café con dos medialunas dulces. Yo un batido de durazno con tarta de chocolate.
Todo era exquisito en aquel bar. Le había robado un mordisco de la medialuna a Alex... No podía parar de carcajear por su reacción.
—¡No toques mis medialunas! —advirtió exagerando sus gestos— ¡Robaré de tu tarta de chocolate!
—¡Ah, ni te atrevas! —El vientre me dolía de lo tanto que me hacía reír. Con mis pequeñas manos, tomé la porción de torta, para que no pudiera robármela.
—Ahora te haces la viva... ¡ven aquí! —salí corriendo al ver que se paraba para atacarme y quitarme mi torta.
Al ser más ágil y rápido que yo, me alcanzó tan solo con hacer dos grandes zancadas.
—¡Te tengo! —con sus brazos me encarceló, pegando mi espalda contra su pecho, intentando sacarme la torta.
Al tropezarme, caímos los dos al suelo de la vereda; reíamos a todo volumen. Terminó por quitarme un pedazo de la porción y se la metió en su boca sin darme tiempo a protestar. Lo primero que hice fue besarlo, posar mis labios sobre los suyos a propósito para que no pudiera terminar de comerla.
—¡¿Qué haces?! —habló con su boca llena, casi atragantándose de la risa.
—¡No te dejaré terminar de comer! —dejé muchos más besos cortos hasta que tragó el trozo.
—He ganado.
Fingí estar enfadada cruzándome de brazos y haciendo un puchero. Me abrazó por detrás, besando mi cuello.
—No te enojes, pequeño angelito. —Ese apodo logró ablandarme. Comenzó a hacerme cosquillas a los costados de mi cuerpo, no pude lograr que se detuviese.
Justo en el momento más inoportuno, la tos empezó a apoderarse de mí, como solía hacerlo casi siempre. Alex se preocupó. Acariciaba mi cabello para tranquilizarme.
—¡Tráeme agua, por favor! —gritó a una camarera del lugar donde habíamos merendado.
Allí estábamos los dos, tirados en la acera, donde hacía unos minutos atrás estábamos soltando risotadas, y ahora estaba tosiendo desesperadamente sin poder detenerme. Pero yo sabía que ese catarro se me pasaría en un minuto. No era como el que me había agarrado las últimas veces, que me había dejado sin respirar.
Me tranquilicé tomando el agua, y ya todo se me había pasado. Alex pagó por lo que habíamos consumido y sujetó mi mano para ir en dirección a su moto.
El paseo fue corto por mi culpa. Yo quería seguir con él, no quería que se marchase. Pero Alex no quería que nada me sucediera. Condujo hasta mi residencia, donde estaba mi madre esperando a que llegara.
Me quité el casco y se lo devolví a Alex.
—Gracias por este día. Lamento lo que pasó.
—No debes disculparte, pequeño angelito. Gracias a ti, fue una tarde muy divertida. La próxima vez que toques mis medialunas ya sabes...
Sonreí recordando todo. Plasmé un beso sobre su mejilla por última vez para que pueda irse, pero llegó mi madre haciendo señas para que no se fuera.
—Alex, quédate a cenar, ¿quieres? —amé a mi mami.
—¡Quédate! —me aferré a su brazo.
—Si insisten...
—¡Sí!
Estacionó su vehículo en el aparcamiento del hotel y entró junto a nosotras. Lo llevé a mi habitación, ya que el horario de apertura del restaurante de la planta baja era a las nueve, y recién eran las siete y media. Tendría tiempo para mostrarle mi cuarto y presentarle a mis amigos.
Lo hice pasar a mi pieza, la cual ya había hecho totalmente mía. Colgué posters de Harry Styles y de Shawn Mendes, mis dos músicos preferidos. También puse mi corcho con fotos, en las que salía con amigos y familia. Había cuadros que yo misma había pintado, llené la biblioteca con los libros que traje al viaje y los nuevos que compré en mi tiempo libre. La guitarra se situaba al lado de mi cama, para cuando me apeteciera tocar, y sobre la mesita de luz se encontraba mi cuaderno de dibujo.
—¿Dibujas? —amagó a agarrar mi libreta, pero lo detuve antes de que lograra abrirla.
—Sí, y es privado... lo siento. —No quería que viera el dibujo de él que había hecho ese día en el hospital.
—Vamos, déjame ver.
—No.
—¿Por qué tanto suspenso? —dudé en mostrarle el contenido y saltearme el último boceto.
—Está bien. Te lo mostraré.
Abrí el cuaderno dejando ver el primer garabato, que era de mi mejor amigo. Estaba en un sofá leyendo. Esa imagen se había grabado en mi mente. Tan simple como se veía, para mí tenía algo de magia. Era el primer dibujo que tenía porque deseaba algún día poder dibujarlo a él.
Los retratos de personas comenzaron gracias a James. Un día decidí comprar una libreta para dibujarlo y guardar por siempre ese papel, sin entregárselo.
Los siguientes dibujos eran de Lee, el retrato de Harry aquel día en la escuela con su nariz roja, de mi madre durmiendo, de Will, algunos caninos que veía al ir al parque, uno de mi padre sobre un escenario, los niños del hospital, Kate... y muchos más de James. Algunos de él haciendo su tarea, en el banco del instituto, riendo, con su rostro enojón, con su mirada intensa, recuerdos que tenía de pequeños...
—¿Quién es ese chico que dibujas siempre?
Estaba en problemas.
—James, mi mejor amigo.
Se quedó callado, sin decir nada más mientras admiraba mis bocetos.
Casi llegando al final de los dibujos, le arrebaté el cuaderno de sus manos.
—¡Me faltaban ver un par de dibujos! —se quejó, queriendo ver más de mi arte.
—Ya es suficiente. —Pero por un instante dudé. Iba a morir... ¿por qué no arriesgar y dar mis retratos a las personas que había delineado y garabateado con mi lápiz?
No logré resistirme a su puchero y cara de perro mojado.
—Okey... Te dejaré verlos, pero no te burles, ¿sí?
—¿Por qué lo haría? —tomó la libreta y miró lo que le faltó ver— ¿Soy yo? ¿Tú y yo?
—Sí —respondí tímidamente y bajando la cabeza, para que no viera lo roja que me había puesto.
—Son hermosos, pequeño angelito. —Me empezaba a agradar ese apodo.
Lo había dibujado con sus lentillas de sol y su sonrisa tan despreocupada. Y luego, en la siguiente página, nos había dibujado a ambos besándonos. Que vea esa imagen sí que me daba vergüenza. Nunca había dejado que nadie vea esto, ni siquiera a James.
Hice algo que nunca pensé que haría.
—Quédatelos —los arranqué del cuadernillo y se los entregué.
—¿Estás segura?
—Sí. Quiero que tú los conserves. Dibujaré muchos más, descuida.
—Gracias, Angie. Me halagas.
Tocaron la puerta con un sonido rítmico de una canción infantil. Sabía que se trataba de Lee.
—¡Pasa! Exclamé.
Entró Lee acompañada por Harry para avisarnos que todos estaban aguardando abajo, ya en el restaurante. Con esto de los dibujos se nos pasó el tiempo volando.
Bajamos por las escaleras, porque me puse firme en que era lo que quería. Alex no se quejó, pero sentí que unas manos fuertes me elevaban del suelo, alzándome.
—Iremos por las escaleras, pero te cargaré.
—¡Bájame! —le ordené, pero de nada sirvió.
Me alzó como a una princesa. Cuando llegamos abajo, comenzó a hacerme cosquillas y yo no podía parar de removerme entre sus brazos.
Vimos que teníamos la atención de todos por los gritos y las risas. Así que Alex me bajó al suelo y caminamos como dos personas civilizadas entre las mesas —lo que no éramos, ni por asomo—.
Nos sentamos uno al lado del otro. Y le presenté a Alex a mis amigos.
—Chicos, él es Alex, mi... —no sabía cómo llamarlo. No éramos novios, pero tampoco podía decir que lo que teníamos era una amistad.
—Su novio.
Todos se sorprendieron, al igual que yo. Sostuvo mi mano dentro de la suya. Me gustaba cómo sonaba, pero tenía el presentimiento de que todos los presentes que se encontraban en la mesa se enfadarían conmigo por no haberles contado que tenía novio.
—¿Novio? —preguntó incrédulo James.
—Sí... mi novio —dudé al decirlo. Estaba tan confundida. A mi lado tenía a mi supuesto novio, y en frente, a mi amor platónico desde la infancia. Carraspeé y volví a hablar—. Alex, ellos son Harry, Kate, Lee, James y mi madre, Melisa.
—Un gusto conocerlos —dijo Alex.
La cena transcurrió bien, mejor de lo que esperaba, a decir verdad. Alex soltó algunas de sus bromas y chistes, haciendo que mis amigos y mi mamá se rieran y divirtiesen como nunca. El único que no parecía muy contento era James, que me tiraba miradas inentendibles a cada rato. Lo sentía incómodo. Tenía una expresión indescifrable. Me preguntaba si su actitud se debía a que Alex estaba allí.
Cuando llegó la hora de despedirnos, todos saludaron encantados a Alex, y nos dirigimos los dos a la puerta de salida.
—Tienes unos buenos amigos.
—Sí, lo sé. Son lo mejor que tengo —sonreí al pensar en ellos. Y no pude evitar preguntar—. Así que... ¿eres mi novio?
—No era la forma en que quería preguntártelo... pero ¿quieres ser mi novia, pequeño angelito?
—Tendría que pensármelo —utilicé el rostro que solía hacer cuando quería parecer interesante.
—Ah, ¿sí? ¿Pensártelo? —me rodeó con sus brazos, atrayéndome hacia él, y me besó lento.
—Ajá, sí, pensármelo. Quizás tengas que besarme un par de veces más para estar segura.
—¿Sí? —dejó picos por todo mi rostro.
—Tendré que decir que sí...
—Mi novia, la que se hace la estirada —reímos al mismo tiempo.
Lo rodeé con mis larguiruchos bracitos por su nuca y nos besamos, mientras grababa aquel momento en mis recuerdos.
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El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)
Novela Juvenil(¡¡DISPONIBLE EN FÍSICO!!) Luces resplandecientes en la Ciudad del Amor, confesiones inesperadas, pintura entre manos, corazones rotos, canciones que mueven el alma y aprender a valorar la vida. Eso es lo que este alocado cambio me hizo vivir. Y no...