El avión demoró en llegar a Barcelona unas cinco horas. Mi pierna no dejaba de moverse inquieta. Crujía mis dedos en señal de nerviosismo.
Todos me observaban, querían saber qué estaba pasando, ¿por qué estábamos volviendo? No podía hablarlo ahora. Lo verían con sus propios ojos al ir al hospital.
El autobús público nos dejó en la puerta del sanatorio. Mis piernitas cortitas caminaban con prisa. No tenía estado como para subir por las escaleras, pero lo hice. Llegaría más rápido por allí.
Habitación 304, habitación 304. Mis ojos viajaban a los números de todos los cuartos para poder encontrar la 304. Al final del pasillo, vi el número. Giré el pomo de la puerta y me encontré con una Kate débil en la camilla, con una bata blanca, como su rostro en ese momento.
A su lado, en un sillón, vi a Lukas y sus padres. Debieron enterarse y viajaron en el primer vuelo que encontraron.
Mis manos sostenían las gélidas manitas de Kate, quien me sonreía con su cara destrozada por cansancio y dolor. Gotas desbordaban por mis ojos, incontrolables.
—Hola, Katie, mi gran amiga —no sabía qué decirle. Solo eso salió de mi boca.
—Hola —su voz era un suspiro, apenas se podía oír.
Me dirigí a mi madre. Necesitaba saber qué le estaba pasando a Kate. ¿Por qué todo fue tan repentino? Puto cáncer. Te succiona la vida en cuestión de segundos. No podía quitármela, no a ella. No a mi hermana de otra madre.
Desde que conocí a Kate, mi mundo había mejorado. Era como mi media hermana. Con ella podía hablar de todo tipo de cosas. Me entendía, sabía escuchar. Las dos nos apoyábamos. Nuestras vidas eran difíciles, pero juntas podíamos superarlo. Íbamos a superar todo aquello. Íbamos a salir de ese pozo negro en el que estábamos.
—¿Qué le sucede, mamá?
—Su cáncer atacó otras partes de su cuerpo, se expandió demasiado. El cuerpo de Kate no ha podido soportarlo más. Lo siento, cariño.
No podían arrebatármela. No, debíamos vencer esto juntas. Salir las dos, no solo una. Éramos una dupla.
Me acerqué a Kate. A una pequeña y frágil Kate que casi nunca había visto. Siempre había sido valiente y fuerte.
—Saldremos de esta, Kate, te lo prometo.
—Tranquila. Sh... sh... —acariciaba mi mejilla.
—Saldrás de aquí, yo lo sé. Lo haremos juntas, ¿recuerdas?
—Pase lo que pase, Angie, debes jurarme que seguirás con tu vida. Que aprovecharás cada instante como lo has estado haciendo hasta ahora. Hazlo por mí, por lo que yo no pude vivir.
Sus palabras me quemaban.
—No. Sé que estarás bien —me negaba a creerlo.
—Eres la persona más extraordinaria, intrépida y llena de vida que he conocido. Tú me has dado las fuerzas para vivir estos meses que me quedaban en la tierra. Tú me motivaste a seguir sonriendo cuando no había razones para hacerlo. Tú fuiste la hermana que nunca tuve. Mi compañera de tratamientos, de locuras y de vida, Angie —sollozaba junto a mí—. Ahora te toca a ti vivir por las dos, ¿me oíste? El tiempo que te quede, lo vivirás. Arriesgarás.
La abracé con toda la fuerza que tenían mis bracitos.
—Gracias por acompañarme en esta vida —le dije sin poder parar de llorar.
—Gracias a ti, mi pequeña alma gemela —dejó un beso en mi cabeza.
Parecía una broma. Esas fueron las últimas palabras de Kate. Su último aliento. El último apretón de manos que sentiría de ella. Nuestro último abrazo en aquel hospital. Fue como si hubiera estado aguardando mi llegada para despedirse.
Las pulsaciones disminuyeron hasta que el pitido continuo comenzó a escucharse. Me dedicó su última sonrisa, haciéndome saber que se fue de este mundo siendo feliz. Habiendo realizado todo lo que ella había deseado. Su tiempo en la tierra había terminado. Su labor estaba completa.
Seguía aferrándome a ella. Las enfermeras trataron de alejarme, pero seguía sosteniendo su mano sin vida.
No podía abandonarme así. ¿Cómo podía? Se suponía que yo me iría primero. Se suponía que viviríamos todo nuestro tiempo juntas.
Las lágrimas quemaban mis mejillas por la intensidad con la que descendían. En solo unas horas, unas malditas horas, mi alma gemela se fue, me dejó sola. Debí haberme quedado con ella, no tendría que haber hecho ese estúpido viaje hoy. ¿Por qué permití que Kate se quedara y yo me fuera sin ella?
Lukas, con sus ojos rojos, me acogió en sus brazos, al igual que mi madre y todo el resto de los chicos. Un abrazo grupal. Un triste adiós a nuestra querida amiga Kate.
Los médicos desconectaron las máquinas. Sacaron los cables de su pequeño cuerpo.
Salí de aquel cuarto, el 304. No podía estar más allí. No podía asimilar todo lo que había pasado.
Me apoyé en una pared y fui cayendo hasta tocar el piso. Tomé mis rodillas, haciéndome una bolita. No lograba detener mi llanto.
Mi madre se sentó a mi lado, me abrazó y me consoló. La muerte había llegado a mí antes de tiempo. Una parte de mí había muerto con Kate. Una mitad de mí se había ido con ella. Ella era mi otra mitad. La que siempre iba a faltarme de ahora en más. Éramos tan distintas, pero nos complementábamos. Kate tenía el espíritu y atrevimiento que yo no tenía. Yo le transmitía mis ganas de vivir, mi juventud, mi esperanza.
La esperanza es lo último que se pierde, dicen. Pero ya no tenía esperanza. No para mí.
El cáncer casi que me había arrebatado la vida. Había tomado el último aliento de mi amiga. Había hecho que su corazón se detuviese junto a la mitad del mío. No permitiría que hiciera lo mismo conmigo. No dejaría que me sacara lo último que me quedaba.
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El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)
Teen Fiction(¡¡DISPONIBLE EN FÍSICO!!) Luces resplandecientes en la Ciudad del Amor, confesiones inesperadas, pintura entre manos, corazones rotos, canciones que mueven el alma y aprender a valorar la vida. Eso es lo que este alocado cambio me hizo vivir. Y no...