A la madrugada regresamos al hotel. Cenamos en un bar por la zona. No podía tragar ni un bocado. Mi madre insistía, pero mi garganta estaba hecha un nudo, un nudo con espinas a su alrededor, que pinchaban y dolían.
Me despedí de Alex. Millones de veces me había insistido con quedarse a mi lado, pero yo necesitaba tiempo a solas para pensar. O más bien llorar.
Entré a mi cuarto y me tumbé en el sillón. Sabía que esa noche no podría cerrar mis ojos. Nadie podría.
Sentí tres toques en la puerta. James, no tenía duda de que era él. Me paré pesadamente, con mi cuerpo resentido, y lo dejé pasar.
Los dos nos quedamos inmóviles, sin soltar una palabra. Kate y James también se habían convertido en grandes amigos.
Esta vez me recosté en la cama, dejándome caer flácidamente. James me imitó y me atrajo hacia él. Nuestros cuerpos se rozaron e instantáneamente me acogió en sus brazos. Yo me aferré a él como si fuese la última vez que lo hiciese.
Podía notar cómo le caían lágrimas. No lo veía muy seguido llorando, o quizás me lo ocultaba. Es un hombre sensible si lo conoces, pero por fuera parece un chico inquebrantable. Un espíritu libre, sin ataduras y sin nada por qué preocuparse. Por dentro, era todo lo contrario. Sabía que su miedo a perderme era inmenso. Que seguramente derramaba gotas de sus ojos por mí.
Esta vez me tocó ser la fuerte. La consoladora. Traté de calmarlo. Hacer que se sintiera contenido. Levanté la cabeza para ver esos ojitos rojos y su expresión fruncida.
—Perdona.
Sabía que no le gustaba mostrarse débil frente a mí. Menos en estas circunstancias.
—Todos lloramos. Es sano. Y de vez en cuando debes dejarme ayudarte —me apretujó más, pegándome a él en respuesta. Sabía que eso significaba "gracias".
Sequé su rostro con la manga de mi sudadera. Tenía tantas ganas de besarlo. La tensión se sentía en el aire. Pero no podía. No podía hacerle aquello a Alex. No sabía qué podía hacer. Con cuál de los dos quedarme. Si pudiese, estaría con ambos. Sé que suena egoísta, pero lo pensaba muy seguido.
La vista de James se desviaba a mi boca. Mis ojos no podían evitar hacer lo mismo para admirar sus labios. Pasó su lengua por ellos para mojarlos. Eso no ayudaba, maldita sea.
Si seguíamos mirándonos, no terminaría bien. O sí, terminaría demasiado bien para nosotros, pero no para Alex.
Escondí mi cabeza en su pecho. Él apoyó la suya en la mía.
Los recuerdos de Kate me azotaron de repente. Todas esas tardes compartiendo con ella, en cada tratamiento. Platicando de pavadas y chismes. Intercambiando libros para leer... Nunca podría borrar esas memorias de Kate. La necesitaba, no lograría sobrevivir sin su compañía.
A todo esto, mañana cantaría en La Voz con Aron. Tampoco sabía cómo haría eso. No podía soltar una palabra... ¿Cómo podría cantar con mi corazón quebrado?
Sorprendentemente, entre los brazos de James, logré dormirme. Soñé repetidas veces con ella, pero pude dormir un par de horas, al menos.
A las diez en punto sonó mi despertador. Debía prepararme para ver a Aron y ensayar por última vez antes del show.
James seguía dormido a mi lado. Tenía un sueño demasiado pesado. Lo zarandeé de un lado a otro para despertarlo. Solo escuchaba gruñidos de su parte. Me pegué a su oreja para hablarle.
—Buenos días. Es hora de despertarse.
Abrió los ojos de repente. Sabía que se había estremecido por mi cercanía y el susurro en su oído. Iba a comenzar a utilizar esa técnica para levantarlo por las mañanas.
—¿Qué pasa? No logré descansar bien. Déjame —su mal humor por las mañanas...
—Debes llevarme a la casa de Aron.
—Está bien —volteó los ojos y se paró perezosamente para dirigirse al baño.
Sentí cómo aporreaban mi puerta y por la mirilla distinguí una melena rubia. ¡Demonios! Olvidé que le había mencionado a Alex que esa mañana debía verme con Aron. Sabía que vendría para recogerme.
El problema era que en mi ducha se encontraba James.
—¿Te has quedado dormida, pequeño angelito?
—¡Ya voy! Estoy terminando de vestirme.
La puerta del baño se abrió y James salió con una toalla sobre su cintura y la mitad de su dorso desnudo. Mis ojos no podían dejar de recorrerlo. Cálmate. Uno... dos... tres.... Piensa, piensa, piensa. Cabeza, vuelve a la realidad. Toqué su piel desnuda y mojada. Dejé de admirarlo para concentrarme en lo que estaba pasando. Lo empujé hacia el baño nuevamente. James no entendía mi comportamiento. Cerré la puerta tras meterlo allí y me dirigí hacia la otra puerta para recibir a Alex.
—Ya estoy lista —rápidamente, me había puesto un vestido que aborrecía con unas sandalias de entre casa. Me vestí con lo primero que encontré tirado por ahí.
—¿Puedo pasar? Todavía falta un rato para la hora que acordaron y...
—¡No! —lo interrumpí antes de que terminara la frase. Se desconcertó por mi grito —Digo, podemos ir a desayunar, ¿quieres?
—Como tú digas —seguía extrañado por mi reacción.
Casi me da un paro cardíaco. Estaba agitada por dentro. Mi corazón desbocado. ¿Qué pasaría si Alex se enterara de que James durmió junto a mí anoche y ahora estaba paseándose por mi habitación con solo una toalla? No quería saberlo.
Lo primero que hice fue encender mi móvil y mandarle un mensaje de texto a mi mejor amigo:
Lo siento, Alex vino a recogerme. No quería problemas, por eso te dejé en el baño. Gracias igual ;) Nos vemos en un par de horas. ¡Perdóname!
No hay problema, Cuca. Te espero en tu habitación.
Que me esperara en mi cuarto no me daba fe. Seguro revolvería mis cosas e investigaría por ahí... no me daba buena espina.
—¿Sucede algo?
—No, no. Solo le avisaba a mi madre que ya me había ido —también le escribí al recordarlo.
Montamos la motocicleta negra hasta llegar al bar de la vuelta.
Realmente no tenía hambre. No me apetecía desayunar. Solo pedí un café. Alex se enfadaba porque decía que necesitaba comer para tener fuerzas, pero no me sentía con ganas de ingerir comida, y la fuerza no volvería a mí por mucho tiempo, y no por morir de hambre.
Los dos nos encontrábamos tensos. Desde ayer que James me había tomado la mano, sabía que Alex tendría sus dudas y comenzaría a sospechar. Por esa razón no quería que se cruzase con mi mejor amigo.
Retomamos el camino hacia la casona de mi compañero de canto. La mansión seguía sorprendiéndome. Deseaba esa casa.
Aron, siempre relajado y con sus labios curvados, me recibió en su casa. Besé los labios de Alex cortamente para despedirme y entré por la gran puerta principal.
Ensayamos a más no poder la canción. Cada vez tenía un nuevo error por corregir. Mi cabeza no estaba centrada.
—Concéntrate, Angie. El programa es hoy. Debemos sonar perfectos.
Cuántos ánimos...
—Lo siento. Tengo la cabeza en otra parte.
—Se nota.
Gracias por tu apoyo, Aron.
Comencé a centrarme más en el tema. Después de cientos de intentos, salió mejor. Pero mi compañero no tenía una expresión muy agradable.
—¿Qué te sucede, Angie? Los últimos encuentros habían salido geniales. Pero hoy... no nos veo listos para esta noche. No te veo lista. —Golpe seco. Choqué contra una pared de cemento.
—¿Sabes qué? Puedes irte bien al infierno —agarré mi bolso y salí de allí. Idiota.
—Coños... ¿Qué pasa contigo? —me siguió hasta la acera. YA BASTA.
—Mi mejor amiga, mi media hermana, murió ayer por la noche, Aron. Eso me pasa. Y yo tengo un pie en la vida y otro en la muerte. Estoy con alguien que no es la persona con la que deseo estar, pero tampoco la quiero dejar. Alex actúa resentido y James cada vez se acerca más a mí y no sé cómo evitar abalanzarme hacia él. Pero no puedo hacerle eso a Alex. Y... ¡agh! Tú me criticas cada nota que canto. ¡No ayuda en nada remarcar mis errores cuando ya sé que los tengo! —no logré contenerme. Explotó la bomba, todo lo que llevaba dentro.
—Tranquila, chica. ¿Quieres pasar y tomamos un té de tilo? Debes tranquilizarte.
—No, gracias. Paso —sin saludarlo me di la vuelta y regresé por donde entré. Té de tilo. Ja, ¿quién se cree?
Alex no me buscaría hasta dentro de media hora, así que caminaría al hotel y al llegar —si es que llegaba— le avisaría que no hacía falta que me recogiera.
Pero al salir lo vi allí, parado con su moto. ¿Se quedaba aquí esperando cada ensayo? Dos horas, y él aguardaba tranquilo a mi salida.
—¿Ya terminaron? ¿Solo... —miró de reojo su reloj de muñeca— cuarenta y cinco minutos?
—Sí... tuvimos una disputa. No quiero dar explicaciones.
—¿Te llevó al hotel? —asentí.
No recorrimos la ruta habitual. Quizás quiso probar con una nueva. Pero no, se detuvo en un parque. ¿No era que me llevaría a mi residencia?
Era un lugar lleno de naturaleza. Algunas hierbas no estaban cortadas y llegaban hasta mis rodillas. Había un cuadrado de césped en el medio de aquel terreno. Alex se arrodilló allí. Tiro de mi mano para que lo acompañase.
Lo quería. Sabía que era un intento para que me sintiese mejor, pero no estaba de humor para sus paseos. Deseaba agarrar mi guitarra y fundirme en ella, tocar música toda la mañana. O tal vez todo el día, hasta la noche.
Solo nos sentamos ahí, escuchamos el sonido de los pájaros cantando y de los pastizales inmensos, que chocaban entre sí.
—¿Podemos irnos? —no deseaba arruinarle el momento, pero...
—Solo cinco minutos más.
Me recosté en el pasto, aún mojado por el rocío que había caído por la noche. Alex también lo hizo. Una sombra me tapaba la luz del sol. Abrí mis ojos y vi a Alex acercándose cada vez más a mi boca. Tocó mis labios con los suyos. Pero no era el momento. Sentía asco. No quería.
—Alex —hablé sobre su boca, que seguía moviéndose para besarme— detente.
No lo hacía. Estaba encima de mí, besándome y agarrando mi cintura con intensidad.
—Hablo en serio —aparté como pude su pesado cuerpo.
—¿Qué te sucede? —ahora todos me preguntaban lo mismo. ¿Qué le pasa a la gente?
—¿Cuál es tu problema? Si te digo que no quiero, es no. Ahora llévame al hotel.
Sin decir nada más volvimos a la ruta. Manejaba con furia. Estaba más que molesto. Sus nudillos tenían un color blanco por la fuerza que ejercía sobre el manubrio. Me asustaba lo rápido que íbamos, pero tampoco me animaba a pedirle que redujera la velocidad. Lo creía capaz de cualquier cosa. ¿Estaba mal pensar eso de mi novio? Sí. Un sí rotundo.
Se detuvo al frente de donde me alojaba y se bajó conmigo. Quería acompañarme hasta la habitación. ¿Por qué no?
Esta vez fuimos por el elevador, desgraciadamente. Si antes estábamos tensos... ahora nos encontrábamos en nuestro máximo momento de tensión. Sabiendo por lo que estaba pasando con lo de Kate se enfurecía conmigo por una pequeña pavada, que se vaya a la mierda. Lo siento por mi vocabulario.
Tomé las llaves para encajarlas en la ranura. Y ahora sí que todo se me había ido de las manos. ¡¿Cómo había podido olvidarlo?! James. En mi cuarto. Tirado cómodamente en mi cama. Mi cama. En la que nunca dejé que Alex se recostara porque no se dio.
La cara de mi novio tomaba un color bordó. Cada vez me hacía más chiquita en mi lugar. Sabía que iba a gritarme. Demasiado.
—¡¿Por eso no querías que te besara?! ¡¿Porque estabas esperando a llegar para que este imbécil te bese y te manosee en tu cama?!
—No, Alex. Sabes que...
—Nunca creí que fueras ese tipo de persona, Ángeles.
—Es mi mejor amigo, solo me esperaba aquí. Por favor... —desesperación. Eso era todo lo que sentía.
—Ajá. Te espera tirado en tu cama y semidesnudo —James no traía camiseta, solo sus jeans oscuros.
Al decir eso, James se colocó la remera rápidamente y permaneció sentado.
—¡No sucede nada entre nosotros dos! ¡Sabes que te quiero y que te soy fiel!
—¡Pero no es lo que quieres, Ángeles! Veo cómo lo miras y cómo él te mira a ti. ¿Crees que soy tonto? Niégame que mueres por besarle —su ceño estaba más que fruncido, con sus ojos chiquitos por entrecerrarlos. Alex solo veía a mi mejor amigo. Yo no pude emitir palabra ni oración ninguna. No podía negarle eso. ¡Debía hacerlo! Negarlo. Pero no pude gestionarlo.
—Eso es lo que pensé. —Azotó la puerta, que resonó por todo el cuarto.
Mi rostro se ensombreció y se humedeció de inmediato. Pero no iría tras él. Estaba loco, sacado de sí. No serviría hablar con esa persona ahorita. Esperaría a mañana.
Inmóvil, James, me observaba. No movía un músculo. Estaba eligiendo entre huir o ayudarme. Pero optó por darme una mano. Como solía hacerlo cada vez que lo necesitaba.
¿Tenía qué apartarlo o dejarme llevar? Acababa de pelearme con mi novio por él. No negué que moría por besar sus labios. Es que moría por hacerlo, pero no debía ser así.
Solo se acercó a mí, con la camiseta verde que recientemente se había puesto. Su perfume invadió mis fosas nasales y no podía dejar de olisquearlo como un perro.
—¿Qué haces? —y se dio cuenta... la vergüenza invadió mi rostro.
—Solo olía tu aroma —me acerqué más a su cuello, el cual tenía todo el pelo erizado, y aspiré. La fragancia que amaba.
—Tu favorito. —Era una mezcla de pino con menta, y a la vez un toque dulzón. No sé cómo explicar su olor. Pero cada vez que lo usaba me traía loca tras de él.
—Nunca dejes de usarlo —susurré en su oído. Sabía que era una de sus debilidades. Nuevamente, por segunda vez en el día, se le erizaba la piel por completo.
Me alejé y me senté en el sofá, con la guitarra en mi falda. No quería desperdiciar mi tiempo llorando.
Antes de que pueda arrancar a puntear el principio de una canción, James habló:
—¿Sabes que te pondrás esta noche?
—Todavía no. Ya encontraré alguna prenda —no era algo que me inquietase.
—¿Te acompaño para ir de compras?
¿En serio se ofrecía a eso? Se estaba condenando él solito.
—¿Te has pegado un palo hoy?
—Supongo que eso es un sí.
Así que nos fuimos de shopping. Y eso me recordaba demasiado a Kate. La última vez que fui a comprarme el vestido verde floreado para mi primer show. Quería desbordar allí mismo en el local, pero me contuve, con la garganta hecha un nudo.
No buscaba algo muy sofisticado, ni mucho menos elegante. Solo algo espontáneo. Quizá otro vestido.
Me había probado tanta cantidad de ropa que ya no cabía en el vestidor yo misma. Llevábamos una hora allí. O tal vez más.
James buscaba vestuarios y me llevaba todo lo que encontraba que le gustara.
Y me lo mostró... Estaba segura que era el conjunto perfecto: el chico frente a mí sostenía una camisa corta, verde bebé, con mangas holgadas, y la pollera de igual color, ceñida al cuerpo, corta, terminando en un volado.
Mi rostro se iluminó. Fui a un probador libre y al vérmelo puesto no tenía dudas.
—Eres preciosa.
Mis neuronas dejaron de funcionar. Esa palabra. Como cualquiera diría: estás preciosa, refiriéndose a la prenda. Pero no. Él utilizó la palabra con cuatro letras: eres.
—¿Angie? —volví a conectarme con el entorno. James estaba cerca. Muy cerca.
—¿Qué?
—Te pregunté si lo llevarás —mi cerebro comenzó a trabajar nuevamente.
—Sí, sí. Llevaré este —me quité la ropa y me vestí con la mía. Ya no traía más los trapos de esta mañana. Llevaba puesto un top blanco con unos vaqueros tiro alto y una chaqueta negra.
Vi que alguien corrió la tela que cubría el cubículo donde estaba a medio vestir.
—¿Sí?
—Soy yo. Quería pedirte que me pases lo que compraras. Así se lo llevo a la cajera.
Me envolví con la tela de la cortina —esas que nunca cierran bien y sientes que todo el mundo te ve desnudo— y solo mostrando mi cara, le pasé la ropa. Él atinó a querer ver más allá.
—Idiota —sonreímos. James entendió lo que quise decir.
Al salir del vestidor, James ya estaba esperándome con una bolsa en la mano.
—¿Tú lo pagaste?
—Sí —dijo sin más, yendo hacia el estacionamiento.
—No lo aceptaré. Déjame devolverte el dinero —sacaba mi cartera del bolso.
—Ni lo pienses, Cuca. Es un regalo. Con un simple "gracias" me bastará —sabía que no valía la pena pelear por eso. Terminaría ganando él.
—Gracias —dije en tono burlón.
Ya llegó la noche. Nos encontrábamos en La Voz. Lee peinaba mi cabello corto. Ya había crecido hasta mi cuello.
De esa parte, en mi primer show, se encargaba Kate. Recuerdo a la perfección su concentración, el piquito que hacía con su boca. Tenía manos angelicales. Sus peinados eran despampanantes; me había contado que había realizado un curso de joven. Ya la estaba contratando como estilista para cuando me casase. No quería llorar, se correría todo el maquillaje... mi Kate.
Aron, a mi lado, acomodaba su camiseta de diversas maneras. Comenzaba a alterarme.
Pasaron una... dos... tres... hasta cuatro parejas. Éramos la siguiente.
La cuarta pareja cantó Just give me a reason, de Pink. Una canción realmente difícil para lucirte, pero ellos dos lo lograron a la perfección. Los jueces quedaron alucinados con sus voces, la combinación de ellas.
—Y ahora es el turno para Aron, de veintidós años. Nacido aquí, en Barcelona. Abocado totalmente a la música. Lanzó un disco con canciones propias.
Mi pareja de canto apareció en el escenario, saludando a la multitud.
—Y su pareja, Ángeles, de diecisiete años. Una jovencita con futuro en la industria musical. Nacida en LA. Viajó hasta aquí para cumplir sus sueños. El de ella y su padre.
Era mi hora de salir. Las piernas me flaqueaban. La mano que sostenía el micrófono temblaba.
—Estarás bien. Sal y deslumbra a todos, como lo has hecho siempre, con esa personalidad y alegría que desbordas —James era clave para mis presentaciones, sin él... no sabría si podía salir por aquel telón.
Dejó un beso en mi mejilla. Tomé aire —más que nada, coraje— y atravesé las telas. Elevé mis brazos saludando a la audiencia con una sonrisa.
Se escuchaba que la pista comenzaba a sonar.
Aron cantó primero, mientras yo no dejaba de estar asustada. Todos los problemas que tenía, y Kate, llegaron a mí, dejándome sin voz a la hora de cantar. Mi compañero no me comprendía. Los segundos de la canción seguían corriendo mientras yo estaba estática en el lugar. Mi mirada buscó a James, y lo encontró. Me hacía señas para que cantara.
Mi mar contenido fue liberado. Ese que había soportado haciendo las compras y cuando Lee me peinaba.
En ese momento, entonces, vi que James apuntaba su anillo. El que yo le había obsequiado. Tú, yo y las estrellas.
Lo imaginé junto a mí. Mirando las estrellas. Rememorando todas esas veces que nos quedamos hasta la madrugada mirando las constelaciones juntos.
Toqué mi dije y de alguna manera me devolvió la vida. El alma al cuerpo. Las palabras de la letra salieron de mi boca, cantando como podía. Pero no fue tan terrible como pensé que sería. De seguro no me elegirían a mí. Eso había sido poco profesional de mi parte, pero me dediqué a disfrutar.
Veía el gesto de Aron, agradecido por mi reacción.
—¡Buen show, chicos! Sus voces están hechas para sonar al unísono —comentó Pablo, uno de los jueces.
—¿¡Qué ha pasado, niña!? —preguntó Florencia.
—Un mal entendido. Lo siento —estaba avergonzada. No podía mirar a nadie.
—Ginger... ha llegado la hora de decidir —habló el locutor.
—Los dos tienen voces hermosas. No me gustaría elegir entre ustedes. Ambos son joyas preciadas para el equipo Ginger —nos miró con una sonrisa compasiva—. Aron, tienes una voz inusual. Única. Emites seguridad al cantar. Eso se valora.
Ahora era mi turno... trágame tierra.
—Y tú, mi querida Ángeles. Llevas contigo un talento natural. Parece que tu voz proviene de arriba. Cantas sin esfuerzo. Tan solo te dejas llevar. Admiro mucho tu valentía de cumplir tus sueños. Este tropiezo que has tenido nos pasó a todos en algún momento. No reniegues de ti misma.
—¡Ya escoge alguno así podemos robarte al que queda!
Me faltó explicarles aquello. Cuando escogen a alguno de los dos participantes, el que no fue elegido tiene la oportunidad de que lo roben. Uno de los otros jueces aprieta su botón rojo, indicando que te quiere para su equipo.
—Ya, ya. Es verdad. Los dos tienen un gran futuro. El que quede afuera tiene que seguir luchando. Miles oportunidades y caminos hay esperando —habló Ginger—. Me quedo con... —otro instante de tensión. Fue el día más tensionado que tuve en toda mi vida— ¡Aron!
El chico me abrazó y me agradeció por ser su compañera.
Sabía que no sería elegida. Tenía otro motivo más por el cual tirarme en una cama a llorar.
—Cariño, te agradezco haber estado en mi equipo. Cuídate. Y admiro tus fuerzas, y tus ganas de vivir —sonreí a Ginger.
—Se abre la posibilidad de robo —anunció el guía del programa.
Pedí al cielo, a mi padre, al universo ser escogida. Pero los segundos pasaban y nadie oprimía su botón. Bajé por las escaleras de salida. Saludaba alegremente, pero por dentro me encontraba rota.
Casi pasando las gigantes puertas, escuché el sonido de un botón apretado. ¿Es en serio? ¿O ya estoy delirando?
Volví donde estaban las sillas de los jueces y no estaba soñando ni delirando. ¡Pablo apretó el redondel rojo! TE AMO, PABLO.
El señor corrió hacia mi dirección y me enredó en un abrazo.
—¡Bienvenida a mi equipo! ¿Creías que tan pronto te irías?
—Gracias —nunca había pronunciado un gracias tan sincero y transparente.
Entonces salí por aquellas puertas, pero con otra emoción. Mi madre, Lee, Harry y James, me recibieron con sus brazos abiertos y gritando exaltados.
—¡Lo conseguiste, amor mío! —mi madre saltaba en una pata de la felicidad que cargaba.
Dejé para el final las felicitaciones de James. Las que más me importaban.
—No puedes parar de brillar, ¿verdad? —me sujeté a su dorso.
—Fue gracias a ti.
—¿Qué? —no comprendía a qué me refería.
—Tú, yo y las estrellas. Eso ha salvado mi presentación. Fuiste tú.
Entonces lo vi sonreír. Con esas sonrisas amplias que dejaban ver sus dientes perfectamente alineados.
—Vamos a festejar, Solecito.
—¿Solecito? —nunca me había llamado así.
—Sí. Es justo, ¿no? El sol brilla. Y tú eres mi pequeño sol brillante. Mi solecito.
Morí de amor.
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El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)
Teen Fiction(¡¡DISPONIBLE EN FÍSICO!!) Luces resplandecientes en la Ciudad del Amor, confesiones inesperadas, pintura entre manos, corazones rotos, canciones que mueven el alma y aprender a valorar la vida. Eso es lo que este alocado cambio me hizo vivir. Y no...