Desperté al sentir caricitas en mi cabello corto. Achiné mis ojos por la luz del sol que se colaba en la habitación. Parecía ser un gran día. Lo miré. Sonreí al mismo tiempo que él lo hizo. Me hundí en su pecho sin poder borrar la sonrisa de mi rostro.
Sentí sus húmedos labios sobre la piel de mi cuello y mi espalda, queriendo llegar a mi boca.
—Déjame verte —James me abrazaba por detrás.
—¿Por qué? —quería hacerme la difícil, para jugar un rato.
—Quiero besarte.
—¿Y qué gano yo con eso? —reí por lo bajo.
—¿Un beso mío? —su voz tomó un sonido de confusión.
—¿Solo eso?
—¿Solo eso? Pero ¿quién te crees? —colocó sus dedos a mis dos costados y empezó a hacerme cosquillas sin parar. Me movía desesperada y lanzaba gritos para que parase.
—¡Para ya! —sin duda era la mejor manera de amanecer.
—Admite que mueres porque te bese —ahora ascendió a mi cuello y mis axilas.
—¡Nunca! —¿Por qué seguía con el juego?
—Pobre de Ángeles. ¡Murió de cosquillas!
—¡AHHH! ¡Detente, por favor!
Consiguió encontrar sus labios con los míos y detuvo las cosquillas. Sí que moría por que lo hiciese. Acariciaba mi mejilla mientras me besaba lento. Sentí dos pinchazos en mi cintura nuevamente. Cosquillas... Sonreí sobre su boca.
—¡Chicos! Bajen a desayunar —al escuchar la voz de mi abuela salté hasta el techo—. ¡Dejen de hacer cochinadas! —cómo la amaba y odiaba.
Agarré mi ropa del escritorio y fui al baño.
—Me cambiaré. Ya salgo —le avisé a James, que seguía tumbado en mi cama.
—¿Esta vez podré entrar?
—¡No! —solté una risa irónica.
—¡No se vale! —se paraba para vestirse él también.
—Calma, leoncito —le di la espalda moviendo las caderas exageradamente y sacando el trasero.
—¡Sigue gozándome!
Esta vez me puse un jogging blanco con un top del mismo color ajustado, que resaltaba mis pechos. Encima, una sudadera verde bebé y unas zapatillas claras. Un estilo que no solía usar, pero era mi favorito. Salí de allí posando graciosamente. James me rebajó divertido.
—Una chica al estilo New York.
—¿Por qué New York?
—No lo sé. He visto varias con ese outfit —me abrazó para besarme mientras caminaba a ciegas a la puerta de salida.
—Hay que bajar... —hablé contra sus labios, casi sin que se me entendiese nada de lo que decía.
—¿Y si nos quedamos aquí besándonos un rato más y quizás...
—No. Eso no —antes de que pudiera terminar me negué, sabiendo lo que quería decir. Nunca lo había hecho y no lo haría así.
—Bien. Vamos, Solecito.Bajo mi brazo traía un lienzo enorme envuelto en un papel violáceo. Anoche, en medio de mi desvelo con James, decidí terminar el cuadro que he llamado Emociones llamadas Amor. Se lo entregaría a Harry y a Lee.
Digamos que James me ayudó. Solo me desconcentraba con sus caricias y besos mientras yo daba pinceladas de amarillo, rosa pálido, anaranjado y rojo en el corazón en medio de cada sombra. Un corazón rojo sangre latente. Cada pasada que daba con la brocha y salpicadura lo sentía. Ahí, con James, podía vivir esa pintura.
Nos encontramos con los demás en la mesa de siempre del comedor. Esta vez cambiamos los lugares habituales: dos sillas pegadas estaban libres, dejándonos al lado a James y a mí.
—¿Qué traes ahí, cariño? —mi madre trató de ver más allá, pero solo se encontró con el envoltorio.
—Un obsequio para aquellos dos —los señalé a ambos. Se miraron sin entender.
—¿Para nosotros? —Lee me dirigía una mirada curiosa.
—Sí. El día que nos peleamos surgieron emociones en mí y decidí pintarlas —les tendí lo que traía. No sabían si estar asustados por si eran emociones malas o sentirse halagados por mi regalo.
Rompieron el papel y quedaron boquiabiertos. Me ruboricé.
—¡Es bellísimo, Angie! —se lo enseñaron a los demás para que supiesen de lo que hablaba.
—Gracias —decía Harry, mientras admiraba lo que había hecho—. Un nombre hermoso y muy representativo —sonreí en respuesta.
Siguieron felicitándome por mi trabajo y, después de que Lee dejara el obsequio en su cuarto, paseamos por Barcelona. ¡Iríamos a la playa! En mi bolso ya había preparado mi traje de baño y una toalla rosita. Aunque por el frío todavía no era época para meterse al agua, yo iba a hacerlo.
Esta vez iba a conducir yo, ya que a mis dieciocho podria sacar el carnet, debía aprender. Mi tanque de oxígeno no ayudaba tanto, porque no sabía en qué posición ponerlo. Después de sacar el freno de mano, lo coloqué ahí, esperando que no se moviese.
Todavía no comprendía bien lo de las marchas, segunda, primera, quinta... ¿Para qué era cada una? Mi madre me iba indicando cuál poner en cada ocasión.
Frené en un semáforo y me volteé a ver por qué tantas risas. James. Él se abrochó los tres cinturones de seguridad, quedando todo enroscado.
—¿Pero qué cojones haces? –me salió del alma.
—La protección ante todo, Cuca.
—Le asusta que tú manejes —Rose habló entre carcajadas.
Le di un golpe seco a James en la pierna izquierda.
—¡Auch! Me hizo buba.
—Deja de llorar, marica, y ten más miedo por las patadas que te has ganado que por que yo esté al volante.
—Protégeme, Melisa —abrazaba a mi madre dramáticamente.
—Ya verás —fijé la vista al frente cuando la luz verde se puso.
Bajé las ventanillas del auto para sentir el olor a perfume de la playa. Ya sé que es raro lo que estoy diciendo, pero la playa tiene un olor en especial. No me digan que no. Aspiré hondo, llenándome de vida. Estacioné, y lo hice bien. Nunca antes había aparcado el coche en un estacionamiento de verdad, entre carros y no sillas de plástico.
Los seis bajamos y caminamos hasta la arena. Me quité las zapatillas para sentir cómo se deslizaba por mis pies. Esa sensación tan reconfortante.
Sentí que alguien me rodeaba de atrás dejándome sentir su aroma tan particular.
—Ven. Te llevaré a cocollito, ¿quieres? —James se agachó delante de mí para que lo montase, pero yo quería sentir la arena entre mis dedos y... solo eso necesitaba.
—No. Caminemos —entrelacé nuestras manos.
Frené en el restaurante frente al mar para cambiarme.
Llevé una malla verde militar. Me la regaló mi tía para la Navidad pasada. Era muy bonita y —no quería presumir— se me veía genial.
Llegué a donde todos estaban conversando, sentados sobre lonas.
—¿Te meterás? —mi madre sonaba sorprendida.
—Claro que sí. ¿Algún valiente que me acompañe? —miré a James— ¡Vaaamos! ¡Por favooor!
—Está bien. Está bien.
—¡Sí! —exclamé.
Se quitó la sudadera, dejando ver sus marcados abdominales y los músculos de sus hombros y espalda trabajados. La V que se le formaba en su abdomen bajo terminaba por matarme. Quítale los ojos de encima, quítale los ojos de encima, ¡ya! No podía dejar de observarlo.
—Deja de mirarlo como una babosa, Ángeles.
Cuenta hasta tres para no saltar y arrancarle la cabellera...
—¡Rose! —llamó su atención mi madre, que se cubría la cara con las manos sin poder creer lo que había salido de la boquita de mi abuela.
—Ya sé, ya sé. Soy irresistible —su ego entró al chat.
—Ya quisieras —quería bromear para que jugase conmigo.
—¡Te atraparé!
Me eché a correr en dirección al mar.
El día estaba espléndido. El sol brillaba en lo alto. Ni una nube se asomaba para poder taparlo. El viento era intenso, lo cual haría difícil salir del agua, por el fresco, pero no me importaba.
Mientras corría, también daba un par de vueltas danzando.
—¡Ah! —grité cuando mi mejor amigo me alcanzó en sus brazos. Me llevó hasta el mar congelado y fue metiéndose sin importarle que el frío le calaba los huesos.
Nos adentrábamos cada vez más y más en lo profundo. Una ola alta como James nos alcanzó y nos empapamos por completo. Él me dejó en el suelo. Solo quería hundirme en cien olas más. El agua gélida comenzaba a congelarme el cuerpo, haciéndome sentir un cubito de hielo, pero seguí.
Miré a las pocas personas que había en la playa. Vi lo que quería encontrar: un puesto con tablas de surf para alquilar. Para nada sabía surfear, pero quería intentarlo, o estar tumbada en la tabla, dejando que el agua me llevase.
—¡Ya regreso! Espérame aquí —le dije a James mientras volvía a la costa. Saqué dinero de mi mochila.
—¿Qué haces, amor? —mi madre observaba mis acciones.
—Voy a surfear.
—Es peligroso.
No iba a dejar de hacerlo. Sin escucharla, me encaminé a la caseta del guardavidas para pedirle dos tablas. Pagué veinte euros, agarré las tablotas y volví al mar con James.
—¿Qué te traes ahí? —agarró la tabla azul.
—Vamos a domar esas olas —solo salió así, dejándome ridícula.
—De seguro que esperaste años para decir esa frase —lo codeé.
Me recosté boca abajo en el tablón y nadé más profundo. James me siguió. Ninguno de los dos sabíamos que hacíamos, pero seguíamos avanzando. No tenía ni la menor idea de cómo diablos iba a pararme sobre la tabla, pero lo intentaría. Aguardamos pacientes la siguiente ola que se avecinara.
—Me acuerdo cuando le insistíamos a tu padre para que nos enseñase a surfear, pero siempre se negaba —se encontraba sentado con la vista perdida en el amplio océano.
—Sí... creo que hice esto por él. Para ver cómo se sentía papá haciendo esto que tanto le gustaba. Sentirme cerca de él.
—Te abrazaría, pero ambos caeríamos.
Una ola se aproximaba a lo lejos. Nos pusimos del lado contrario para poder montarla. Empujé con mis bracitos la tabla hasta poder pararme sobre ella. Logré sostenerme de pie, pero solo dos segundos. Luego caí. James ni siquiera lo intentó. Me eché a reír sin parar, era una de las actividades más divertidas que había probado, aunque aún no sabía cómo hacerlo bien.
—Por lo menos te paraste, ¿verdad?
—Sí, debes hacerlo —insistí porque sabía que le agradaría la sensación.
Fijé mis ojos en el mar infinito. Parecía no tener fin. A veces me dejaba alucinando pensar que, navegando esas aguas en las que estaba ahora, podía viajar hasta la otra punta del mundo y, si yo quisiese, podría dar una vuelta entera al planeta. Me parecía loco ver cómo todo se conecta en esta tierra. El mismo cielo para un universo entero. Una galaxia entera. Mismos océanos. Misma naturaleza...
Nadé de nuevo en sentido contrario al de la ola que llegaría, y cuando ya estaba sobre ella, me sostuve sobre mis pies. Esta vez logré aguantar diez segundos, todo un record para mí. James, la mitad que yo. Significaba mucho para mí que estuviese intentándolo para acompañarme en mis aventuras. Como cuando éramos dos críos de siete años.—¿Qué canción cantarás en la próxima etapa de La Voz? —desplomados en las tablas, solo mirando el cielo y sintiendo cómo el agua se movía a nuestro alrededor, nos hacíamos preguntas para pasar el rato.
—Pensaba en cantar una que es especial para mí —imaginé que ya tenía en mente cuál podía ser.
—I won't give up —acertó.
—Sí. Y quiero que esta vez te sientes en las butacas delante del escenario para que pueda dedicarte la canción. Cantarla mirando tus ojos del mismo color que este mar.
—De acuerdo. Me gusta la idea.
—'Cause even the stars they burn some even fall to the earth. We've got a lot to learn, God knows we're worth it. No, I won't give up —nuestras cuerdas vocales sonaban al unísono.
—Quiero que grites la letra a todo pulmón para que pueda oírte desde arriba.
—Calma, leoncito —repitió la misma frase que yo le había dicho hacía unas horas atrás. Pedía mucho.
Luego de un par de olas, regresamos a la costa. Tenía razón. El viento era nuestro enemigo. El que hacía que nuestra temperatura corporal bajase y nuestras piernas flaqueasen del aire glacial que recorría nuestros huesos.
Devolví las tablas invadida por una fuerte nostalgia. Al estar sobre ella, pude sentir un pedazo de papá junto a mí, al igual que cuando admiraba las estrellas.
Me sequé y me coloqué la bigotera en mis fosas nasales. Era consciente que el hecho de enfriarme de esa manera no ayudaría a mis pulmones. No tenía derecho a quejarme cuando ellos me dolieran hoy o mañana.
—Has sacado el don de tu padre. Todos sus talentos —si no veía mal, una gota rodaba por la mejilla de mi mamá. Con mi pulgar la aparté.
La entendía. Al verme, podía encontrar en parte a mi padre. Supongo que le dolía. Estaba segura de eso. Pero, por otra parte, disfrutaba al ver que era como él.
Le sonreí con dolor. Nos fundimos en un abrazo intenso.
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El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)
Teen Fiction(¡¡DISPONIBLE EN FÍSICO!!) Luces resplandecientes en la Ciudad del Amor, confesiones inesperadas, pintura entre manos, corazones rotos, canciones que mueven el alma y aprender a valorar la vida. Eso es lo que este alocado cambio me hizo vivir. Y no...