Al abrir mis ojos, miré la hora en el reloj que se encontraba colgado en la pared. Eran las ocho de la mañana. El sol se colaba por la ventana del cuarto del hospital, no lograba acostumbrarme a la luz intensa que este emitía. Se podía oír a los pájaros cantando, y alcanzaba a ver algunos picaflores que revoloteaban sobre las flores del jardín. Iba a ser un hermoso día, el día del juego de James. Si lograba que hoy me dieran el alta, quizás podría ir, eso esperaba.A mi lado ya no se encontraba mi madre. De seguro había salido a eso de las seis de la mañana para asistir a su trabajo.
Me desperecé al levantarme con pesadez.
Ese día mi vestimenta consistía en unos jeans holgados, una camiseta negra que James había dejado sobre la mesada uno de los tantos días que había estado aquí y mi par de Crocs grises, que compré hace un par de años en la costa.
Salí del cuarto en busca del doctor Broadit, para lograr que me diera el permiso para irme antes de esta noche. Necesitaba ir a ese partido. Quizás era el último en el que podía acompañar a James y festejar su victoria.
Bajé unos cuantos pisos por las escaleras, ya que nadie me estaba vigilando. Me había cansado muchísimo, ahora sí que lo sentía. Debía usar la bigotera. Hoy logré recordar el nombre.
En el tercer piso lo vi. Estaba escribiendo una receta para un paciente. Eso me daba tiempo para poder regularizar mi respiración, que aún seguía agitada y descontrolada por los escalones.
Ronald dio la vuelta sobre sus pies y al verme, esbozó una gran sonrisa.
—¡Buenos días, Angie! ¿Qué haces por aquí?
—Vine a buscarlo a usted, quería saber si era posible que... pudiera darme el alta hoy, antes de que anochezca.
—Debo revisarte primero—. Miró hacia el pasillo, donde lo aguardaban tres personas— Termino con cada uno de ellos y subo para hacerte el chequeo.
—¡Muchas gracias, Ronald! —emprendí el camino para ir al ascensor, cuando me gritó una frase.
—¡Deja de tomar las escaleras!
Reí tímidamente y seguí mi camino.
Marqué el quinto piso, ahí es donde se encontraba mi habitación. Miré por la ventana del elevador, que tenía vista hacia el exterior. Se avecinaban un par de nubes grises que amenazaban con una lluvia más tarde. Ojalá que para el partido ya se hayan ido, pensaba mientras las contemplaba.
Cuando se abrieron las puertas de metal me encontré con James, que tenía una expresión de enojo, preocupación y alivio cuando aparecí frente a él.
—¿Por qué saliste de la pieza?
Empecé a reír, pero a él no le generaba ninguna gracia.
—No es para tanto, James, solo he ido a buscar al doctor Broadit. —Al mencionar a Ronald, volvió la preocupación a James, y su cara lo hacía notar— Me hará un chequeo para ver si estoy lista para ir a casa —me apresuré en añadir. Pude percibir cómo el pecho de James soltaba el aire que había guardado.
Caminamos hacia mi cuarto. Por suerte mi madre trajo mi guitarra, mi gran compañera en estos momentos. Así que la tomé y comencé a hacerla resonar. James me admiraba y escuchaba mi música. Al cantar, noté cómo a veces necesitaba recargar mis pulmones más seguido que de costumbre, y lo recordé: la bigotera. Rebusqué en el armario que había en una esquina con todas mis pertenencias y la agarré para colocármela. Cuando lo hice, sentí un cosquilleo en mi nariz nada agradable. Se sentía incómodo, pero debía acostumbrarme, me brindaba el aire que me faltaba. Cogí mi guitarra de nuevo y continué tocando y cantando hasta que oímos un golpe en la puerta.
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El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)
Teen Fiction(¡¡DISPONIBLE EN FÍSICO!!) Luces resplandecientes en la Ciudad del Amor, confesiones inesperadas, pintura entre manos, corazones rotos, canciones que mueven el alma y aprender a valorar la vida. Eso es lo que este alocado cambio me hizo vivir. Y no...