¿Qué significado tiene realmente la vida?

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El reloj sonó y sonó. Mis ojos no tenían intenciones de abrirse pronto. Hasta que lo recordé. Miré la hora: ¡iba tarde! Dentro de quince minutos Alex me recogería para salir.
Mis párpados se abrieron pesadamente, la luz se colaba por la pequeña ventana que se encontraba a mi costado. El dolor de cabeza se hizo presente al sentir el resplandor potente del sol. Ugh, esto de tomar no me sentaba bien.
Corrí al baño y expulsé todo lo que me quedaba de alcohol de la noche anterior. Algo me decía que hoy no sería un muy buen día. Mi estómago estaba resentido, al igual que mi pobre cabecita.
Tomé un Ibupirac y luego me vestí. Me coloqué la blusa celeste que me había comprado con mi madre, con unos pantalones de tela morley color crudo y unas sandalias blancas con flores. De abrigo, cogí una chaqueta. No creía que fuera a tener tanto frío esa mañana. Los rayos del sol eran potentes y su calor era reconfortante.
Dos minutos después de que terminase de arreglarme sentí que repiqueteaban la puerta. Debía ser él. Sentí un cosquilleo en el vientre al girar el picaporte. Allí estaba, con su sonrisa espléndida, como siempre. Traía pantalones de cargo militar con una camisa clara algo elegante y anteojos de sol, que le quedaban de la hostia.
—Hola. —mi vista recayó en el casco que traía entre brazos.
—¿Vamos? —no dejaba de sonreír, tan despreocupado.
—Espera. Debo avisarle a mi mamá que me iré. La última vez me fui sin avisar y casi llaman a la policía. Imagínate.
Me ruboricé al tener que decir que tenía que avisar a mi mami. Como una cría. Ingresé de nuevo a la habitación y la vi allí, recién levantándose, con el cabello revuelto.
—Buenos días, mamá. Quería avisarte que hoy me iré con Alex.
Su cara demostraba sorpresa.
—¿Con el chico de anoche?
—Sí... está aguardando afuera... debería irme —señalé la salida, nerviosa.
—Bien. Diviértete y avísame cuando termines. Cuídate, y debes presentármelo algún día, nena.
Planté un beso en su mejilla y salí de ahí lo antes posible. ¿Presentárselo a mamá? NO. Esto no era nada serio. O todavía no lo era.
Salimos juntos y en la acera vi una motocicleta. Una Harley-Davidson. Reconozco que me daba terror subirme, nunca antes anduve en una moto.
—Toma —me tendió un casco negro para que me lo pusiera. Los nervios me devoraban por dentro.
—Gracias —lo tomé amablemente, pero muriendo en mi interior.
Los dos montamos la motocicleta y el motor comenzó a rugir.
—Sujétate fuerte.
Mi cuerpo quedó inmóvil. Al verme quieta, Alex tomó mis manos y las entrelazó por su cintura.
Condujo un largo rato. El viento fresco me hacía tiritar, pero era excitante y emocionante sentirlo de esa manera. El cabello de mi peluca bailaba en el aire, yo cerraba los ojos y disfrutaba el momento, sujetándome fuerte del chico del nombre misterioso.
Llegamos a un sitio de España que todavía no habíamos recorrido con mi grupo. Era otro de los tantos lugares de fábula que tenían las ciudades de ahí. Nos encontrábamos en una especie de campo solitario, frente a un extenso lago con patos y cisnes. La mayoría de las flores en aquel espacio no estaban muertas por el frío del invierno. Algo peculiar, pero magnífico.
Alex bajó del vehículo con una cesta. Supuse que dentro había comida. Moría de hambre. No había llegado a desayunar nada.
Caminamos hasta la orilla del lago, donde Alex estiró una lona para poder tomar asiento allí. Yo solo lo miraba, su estilo sencillo, sus gafas de sol, que lo hacían ver realmente guapo, su pelo rubio, que se volaba, pero aun así seguía peinado correctamente. ¿Es posible estar enamorada de dos hombres a la vez? Dos totalmente distintos.
—¿Te gusta el lugar? —preguntó mientras fijaba su mirada en el paisaje.
—Es bellísimo —afirmé.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro. Que sean dos preguntas. —No me gustaba cuando alguien, con su tono serio, soltaba eso, dejándome intrigada.
—¿Qué tienes?
Sabía que se refería a mi enfermedad.
—Cáncer de ambos pulmones —agaché mi cabeza.
—Mierda. ¿Avanzado? —mi cabeza subió y bajó, afirmando—. ¿Cuánto tiempo te queda, Angie? —sus ojos se posaron en mí con preocupación.
—Seis meses, aproximadamente —mencioné casi inaudiblemente.
—Diablos —apartó su vista de mí—. Pienso hacerte vivir al máximo los meses que estés aquí, si me lo permites.
—¿Quieres salir de veras conmigo, Alex? —pregunté incrédula.
—¿Por qué no querría? La pregunta es: ¿quién no querría salir contigo?
Mis mejillas tomaron un color rosado por el cumplido.
—Quizás porque tengo cáncer terminal... solo digo... sales con una chica que morirá pronto. Te enamoras y sufres por su muerte el resto de tu vida, porque pensaste que era tu amor verdadero, la mujer perfecta para ti.
—Exacto. Siento que eres única, aunque te he visto solo dos veces en mi vida, y con esta, tres. Y siento que no debería dejarte ir. Que debo aprovechar el tiempo, si queda poco, sin lamentarme.
—¿En serio piensas eso?
—Sí, Angie. —Miró mis labios y luego se acercó para besarlos suavemente, demostrando que de verdad sentía eso que había expresado con palabras.
No me creía que este chico, que apenas conocía, se sintiera como si lo conociese desde siempre. En definitiva, me gustaba, me agradaba más de lo que podía aceptar. Pero muy a mi pesar, aunque evitase todo el tiempo ese sentimiento, mi amor verdadero siempre sería James. Aun así, creía que valía la pena salir con Alex, parecía un buen chico, con buenas intenciones. Quería conocerlo a fondo.
En esa canasta —misteriosa como él—, había traído unos sándwiches hechos por Alex. Estaban deliciosos, me los devoré de un bocado. Charlamos un buen rato de nosotros, el pasado, el presente, lo que esperábamos de la vida.
—Yo solo espero seguir siendo libre y nunca olvidarme del significado que realmente tiene la vida —decía Alex mientras yo lo admiraba atontada apoyada sobre mi mano.
—¿Qué significado tiene realmente la vida?
—La vida... qué decir sobre ella. Es un tanto alocada y hay que vivirla así: alocadamente. Dejarse llevar de vez en cuando, dejar de pensar, y hacer tonterías para divertirnos y reír, disfrutar de sus placeres, como esta naturaleza, los animales. Vivir intensamente, sintiendo cada emoción en el momento que se presente. Hacer travesuras y cumplir los sueños que te apasionen para que tenga un sentido. Amar con el alma, llorar por un corazón roto, hacer el duelo, reír hasta que el estómago te duela, sentir el dolor, la tristeza... de eso se trata la vida para mí. De aceptar las vueltas que tiene y subirse a esa montaña rusa, te lleve hasta donde te lleve. Venimos al mundo con fecha de caducidad. Moriremos y dejaremos esta tierra cuando menos lo esperemos, y quizás te das cuenta de que no viviste al saber que te irás pronto. Te das cuenta de que todo lo que has hecho en esta vida no te ha llenado, te arrepientes de no haberla vivido, de no haber arriesgado. Por eso pienso vivir mi montaña rusa, arriesgando a saltar de vez en cuando de ella, sin saber qué pasa, pero sabiendo que hice lo correcto al tirarme.
Realmente era un joven especial.
—Opino igual que tú. Y como has dicho: al llegarme la hora, cuando me enteré de que... moriré... sentí que no había vivido, en estos diecisiete años de mi vida solo me escondí detrás de una capa por miedo al mundo exterior. Y ahora, decidí llevarme todo por delante, sin importar las consecuencias a largo plazo, si es lo que realmente deseo. Quiero arriesgar ¡Quiero vivir! No me entra en la cabeza que solo me quedan seis putos meses, solo medio año ¡o quizás menos! Y ¡puf!, desapareceré de este planeta para siempre, sin que nadie me recuerde, no existiré más —las gotas brotaban de mis ojos, no había forma de detenerlas.
—Yo te recordaré. Tus amigos lo harán, tu madre más que nadie te echará de menos. El mundo te recordará por la chica que, no importa su estado, se animó a viajar a la otra parte del mundo para cumplir sus sueños.
Solo me salió lanzarme a él y besarlo, besarlo con intensidad, con desesperación. Alex tampoco dejaba de besar mis labios. Me quité la bigotera, que estorbaba.
Nuestras bocas siguieron juntas un rato más, sin despegarse.
Subimos a la motocicleta para regresar por donde vinimos. Sujetaba fuerte su abdomen nuevamente. En los semáforos se giraba para dedicarme una mirada rápida y mostrarme su ancha sonrisa.
En el instante en el que se volteó hacia mí, le quité sus gafas y me las coloqué.
—Te sientan mejor que a mí —dijo y besó mi mejilla.
—Ya lo creo.
Mi expresión pícara se hizo presente. Me gustaba bromear con Alex.
Llegamos al hotel. Lee y Kate estaban aguardando en el estacionamiento, tenían reserva para un restaurante.
—Gracias, en serio.
Había sido uno de los mejores paseos que había tenido.
—No tienes por qué agradecerme. Sigue llevándote el mundo por delante, Angie.
Lo besé rápidamente, me bajé de la moto y fui hacia donde estaban mis amigas.
Las chicas me atosigaron a preguntas. Yo solo podía fijar mis pensamientos en él, en Alex. En lo bien que me entendía. Podía hablar con ese chico horas y no cansarme, amaba cómo veía la vida, sus reflexiones. No sé qué era esto que estaba pasando entre nosotros, pero me sentía segura con él, y eso que solo nos habíamos cruzado tres veces. Era esa persona con la que vibras al primer instante en el que hablan o se encuentran. Pero por otro lado estaba James, mi amor platónico. Lo que sentía por mi mejor amigo siempre estaría a otro nivel. Puedo decir que estoy enamorada, aunque no sepa bien el significado de esa palabra aún.
Cada año que pasaba a su lado, cada día me enamoraba de todo pequeño detalle de él. Es el chico de mis sueños. Aunque me gustara Alex, eso no borraría mis sentimientos hacia James.
Estaba aceptando cada vez más que nunca me vería de otra forma. Aunque tuvimos esos accidentes de los casi besos, yo sabía que nunca sentiría lo que yo siento por él. Así que decidí averiguar qué pasará con Alex, a qué llevaría todo esto y dejaría atrás a James de una vez.



El restaurante no era para nada un lugar sofisticado, era todo lo contrario. Se trataba de un espacio tropical, natural. Estaba lleno de plantas, hojas verdes y flores. Estos sitios son realmente de mi agrado. No había tantas personas, era más bien un lugar tranquilo.
Saludé a todos al llegar a la mesa y me senté al lado de James. Me resultaba un tanto incómodo, pero no había ningún otro asiento libre.
James tenía una expresión seria, le sucedía algo, pero no quise preguntar. Me lanzaba miradas inentendibles.
—Debo irme —anunció el chico que se sentaba junto a mí.
—¿A dónde irás? —pregunté.
—A una fiesta a la que me ha invitado una amiga.
Una amiga...
—Diviértete, amor —habló mi madre—. Avísame cuando hayas regresado.
Lo vi irse por la puerta. ¿Por qué me molestaba tanto que se fuera con su amiga? Yo salía con alguien más. Y me di cuenta de que estaba pensando y yéndome por las ramas, como solía hacerlo siempre. Estaba perdida en mis pensamientos, pero decidí no hacerme más la cabeza con tontas preguntas y vivir este momento. Después vería que sucedería, sobre la marcha.

El sonido de un sueño (¡Disponible en físico!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora