"Sin importar que tan frío sea el hielo, al final habrá una llama que lo derrita."
Wan-Lian
En el pasado, si no quería hacer algo nadie lo presionaba para que lo hiciera, podía pasar días enteros jugando sin preocuparse por nada más y no sería regañado. Eudora era la mayor, Eudora era la heredera, no él.
Lian no entendió porqué de un momento a otro todo ese sistema al que ya estaba acostumbrado se vino abajo.
¿Era su culpa?
¿O la de su hermana?
Quería quejarse. Su mayor deseo era correr hasta su madre y exigirle que le quitaran todas las responsabilidades que cayeron repentinamente sobre él, ya estaba harto de pasar horas sentado delante de un escritorio, con pilas de pergaminos que rebasaban su cabeza, pero, cada vez que atravesaba el umbral del pabellón de la emperatriz y veía a su madre como una belleza pintada, su boca no se abría, y si decía palabras no eran las que antes planeó con tanto cuidado y detalle.
La emperatriz lo esperaba cada mañana y cada noche, Lian iba con sus hermanos, iba y se callaba.
A su madre siempre pudo decirle cualquier cosa, de pequeño incluso sus quejas más profundas y los temores más estúpidos que llevaba consigo, la confianza no se perdió, sin embargo Lian observaba los ojos cansados y el pelo sin arreglar. Con tantas cargas y deberes para su madre, sería grosero llegar y darle más trabajo, más desvelos.
No podía.
No tenía el corazón.
—¡Anunciando a su alteza imperial, príncipe Sui-Yu!
Lian dejó sus penas para otro día, la mano que sujetaba la pluma abandonó el arma de escritura en el tintero casi vacío, el reporte a medio revisar quedó suspendido y el calor de la silla en la que estuvo sentado fue desvaneciéndose una vez se levantó.
—Saludos alteza. —Lian bajó la cabeza e hizo una pequeña reverencia. Sui-Yu alzó una ceja que exponía su desagrado al ver el lugar lleno de papeles.
—¿Qué haces encerrado aquí adentro? Un niño como tú debería de jugar, los informes no son aptos para ser revisados por alguien de tu edad.
—Órdenes de mi padre alteza. —Lian no detuvo a Sui-Yu de tomar uno de los pergaminos revisados, pero por dentro su corazón se estremeció.
Sui-Yu ya no era el adolescente arrogante que dedicaba sus días a entrenar la espada y la magia, como Lian, había crecido, los rasgos inmaduros pasaron a volverse definidos, oscuros, pulcros; seguía siendo alto como una vara de bambú, sin embargo, su cuerpo se amoldaba de tal forma que las proporciones eran muy exactas.
Con veinticuatro años todavía era considerado un infante en términos inmortales, pero a su edad ya se le encomendaban tareas igual de serias que a Lian, quien tenía diez años menos.
Eran un niño y un adulto jugando al mismo tiempo, la misma ronda, el mismo juego.
—Lo haces bien. —Sui-Yu regresó el informe y Lian estuvo a nada de soltar un suspiro de alivio, le hubiera costado mucha cara soportar si su prometido encontraba un error en su trabajo.
Eres lo que haces, le dijo su padre. Y él no quería ser un inútil que no servía ni para lidiar con un informe.
—Gracias alteza, seguiré esforzándome.
ESTÁS LEYENDO
The Princess And The Demon Witch II
FantasyLa escarcha se derrite con los rayos fragantes del sol, mil primaveras llegan y se van con el viento y las penas. Entre llantos una niña llora y una emperatriz surge, baños de oro, joyas, diamantes y... Desamor. Tragedias y rojo carmesí de sangre, c...