Capítulo 41

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"El amor que le tango basta para matarlos a todos ustedes dos veces."

Zhan.

La primera vez que Lan-Sui empuñó una hoja afilada, fue para tropezar por el desbalance del peso. La última vez que usó la espada, fue para cortar innumerables veces su cabello. 

O al menos para intentarlo.

Halia fue lanzada a un extremo de la habitación por las manos rápidas de Zhan. Los dos se miraron sin ceder en la guerra de intensidad, Zhan tenía los ojos rojos, el color magenta se potenció, queriendo alcanzar el rubí perfecto de la sangre, y los tonos morados tampoco fueron menos dulces.

Infierno y potencia juntos.

—No lo hagas. —Zhan no soltó las manos de Lan-Sui, pero con medio pensamiento un vendaje apretado ya había cubierto la pequeña herida recta que se trazaba en una de las palmas de su prima. —Ya no eres una niña que tiene que ponerse de caprichosa, tienes una cara que dar al mundo. 

—Tú también.

Zhan no cedió. No, él nunca cedía, no tan fácil, no cuando estaba molesto.

—Es mi hermana.

—Y mi prima. —Lan-Sui jaló sus brazos y se alejó, manteniendo la distancia entre ella y Halia, indicándole a Zhan que no iba a actuar con imprudencia. Sin embargo ninguno bajó la guardia. Zhan retrocedió, buscando servir de barrera entre Lan-Sui y la espada de plata y hielo que esperaba en el suelo, pero, a sabiendas de que Halia jamás lo obedecería, se detuvo a dos pasos del arma.

No iba a tocarla, y tampoco dejaría que Lan-Sui lo hiciera.

Al menos no esa noche.

—Ella no lo permitiría.

—Yo permití que la hirieran. ¿No merecemos entonces el mismo castigo? —dijo Lan-Sui, hundiendo las manos en las mangas holgadas de su túnica. 

—¿Son niños acaso? —Dalial se asomó detrás de la cortina que separaba la recámara de Katana de la sala de meditación que usaba a menudo. —Sé que los demonios maduran a un ritmo diferente que los mortales, pero no actúen infantiles en momentos así. Nuestra emperatriz agoniza, Katana está herida. ¿Y ustedes peleando? —Zhan fue el único en bajar la mirada, un cachorro regañado que admitía sus errores. —Lan-Sui, las voces hablan, tu deber es ahora con la emperatriz, llevas tres días en este lugar, si no la vas a ver las bocas escupirán veneno, y no tendremos motivos para silenciarlas.

—Cada día he visto a la emperatriz. Que los demás hablen si quieren. Mis asuntos no son de su incumbencia. 

—Eres una princesa. ¡Es momento de que actúes como tal!

—Soy princesa general, pero no olvide que, sobre todas las cosas, soy Lan-Sui. 

Dalial fue más dura a la hora de enfrentarse a el demonio, no vaciló, manteniéndose dura como la roca, firme como los cimientos, aun con tormentas, ella no iba a derrumbarse. Quizá fue por eso que Lan-Sui terminó cediendo, por el recuerdo de lo que fue o por el valor de lo que acontecía.

Halia voló a su funda, Zhan abrió la boca para decir algo y volvió a cerrarla con una advertencia silenciosa de su esposa. Lan-Sui regresó a la cámara principal, comprobó los signos vitales del cuerpo recostado boca abajo, cambió los vendajes y solo entonces se fue.

—Yo... 

—Cállate. —Dalial quitó los palillos y adornos que sostenían su peinado, la cadena negra de trenzas cayó, y al no ser sostenida por nada, comenzó a desenredarse, volviéndose una cascada negra que rebasaba a la oscuridad de la noche. —Te entiendo. —Dalial se sentó en el suelo y le hizo señas con las manos para que se aproximara. —Ven aquí, te ayudaré para que no quede como una tragedia. 

The Princess And The Demon Witch IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora